Por Claudio Cháves
Sabido es, a esta altura del siglo XXI, que no hubo nada más hostil a la unión iberoamericana que los nacionalismos de mitad del siglo XX.
Si bien su retórica era la hermandad a la hora de ejecutarla, miles de inconvenientes la impedían. Es que básicamente aquellas economías estaban dinamizadas por el mercado interno y esta política de encierro necesitaba un relato que justificase la autarquía, haciendo prevalecer el modelo de sustitución de importaciones que no admitía políticas de libre comercio, que en última instancia hubiera alentado la unidad. El relato del encierro era el nacionalismo en cualquiera de sus variantes.
Sorprendentemente fue Perón quién con más vigor intentó este movimiento de unidad y al hacerlo buscó refugio en un sistema de ideas ajeno al que él había impulsado o mejor dicho que lo había elevado al gobierno.
El peronismo se había subido a la ola mundial de los nacionalismos en vigencia por aquellos años, sin embargo el General Perón comprendió que por ahí se iba al fracaso, razón por la cual cambió a Miranda por Gomez Morales, que tenía una concepción económica muy distinta al primero; a Bramuglia por Hipólito Paz como canciller y luego a Remorino por Paz nuevamente, como embajador en los Estados Unidos y le dijo en ambos casos que lo hacía para normalizar las relaciones con los EE. UU. (Paz Hipólito: Memorias. Pág 146 y 208). Tomó distancia de Mercante, adalid del nacionalismo industrialista. Invitó al país a Eisenhower (vino su hermano) promovió una ley de inversiones extranjeras y planteó la extracción extranjera del petróleo por medio de un acuerdo con la California. En esa dirección política promovió el ABC. En síntesis, al alejarse del nacionalismo militante y acercarse a posiciones más liberales encontró el camino de la unidad latinoamericana. Decía Perón “Yo estoy por la constitución inmediata de una unión aduanera sudamericana y si para lograrlo hay que suprimir las fronteras hagámoslo si es preciso. Nosotros con ello no tenemos ningún problema, en el que estamos pronto a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente. (Archibaldo Lanús. De Chapultepec al Beagle)
Tan es así que la idea del ABC arranca en nuestro país de una propuesta que el Barón de Río Branco le planteó al enviado del Presidente Roque Saenz Peña, Ramón Cárcano para concluir con los conflictos y las desconfianzas existentes entre Brasil y la Argentina. En su libro “Mis Primeros Ochenta Años”, trabajo que Perón había leído además de conocer personalmente al político cordobés de quién decía que era su “cofrade”, desarrolla ampliamente el tema.
La vertiente liberal es quizás la que plantee con más realismo la unidad iberoamericana. Federico Pinedo, político detestado por el nacionalismo en cualquiera de sus vertientes, tiene un escrito en donde manifiesta:
“El Brasil y la Argentina dentro de la comunidad americana, deben hacer lo necesario para estar en condiciones de organizar su vida y asegurar su futuro. Pronto para marchar asociados. Asociados íntimamente en materia económica.” (Pinedo, Federico: La Argentina en la Vorágine. Pág 111.)
Fundaba esta necesidad en las “dimensiones relativamente chicas de nuestros establecimientos fabriles, y es imposible que los tengamos mayores si estamos limitados a servir nuestro mercado, porque nadie puede pensar en establecer aquí grandes fábricas como las que hay en otras partes que producirían en unas pocas semanas el consumo argentino de un año” (Ob Cit Pág: 76)
“Somos apenas catorce millones de argentinos y hay ciento treinta millones de norteamericanos. Cuarenta y ocho Estados norteamericanos ocupan un continente y comercian libremente entre si y nosotros, sudamericanos, estorbamos nuestra producción y nuestro comercio con barreras entre naciones, muchas veces más chicas que un Estado norteamericano” (Ob. Cit. Pág 62)
Cárcano, Sarobe, Pinedo son algunos de los expositores liberales de la unidad.
Perón no hace otra cosa que tomar estas ideas que flotan en la atmósfera de la época, hacerlas suyas e impulsarlas.
Hay que decir también que dentro del modelo liberal de 1860-1930 la élite gobernante fue refractaria a una política latinoamericanista puesto que nuestros lazos eran con Gran Bretaña.
“Todo nuestro progreso y engrandecimiento se relaciona solo con los pueblos que baña el Atlántico. Para las repúblicas sudamericanas no puede existir política continental. Es que no es posible crear vínculos artificiales entre pueblos que no tienen intercambio comercial; tenemos que vivir en nuestra época” (Carlos Pellegrini en Gustavo Ferrari: Conflicto y Paz con Chile (1898-1903). Pág. 100)
Cuando Inglaterra se desbarrancó luego de la crisis del 30 y se planteó en Latinoamérica la autarquía y la sustitución en el marco de la nueva realidad mundial; la ruptura con Europa brotó de los hechos mismos. El nacionalismo hizo de estos acontecimientos un cuerpo de doctrina: intervención estatal, planificación, autarquía, sustitución, cultura nacional.
Con esas ideas se hacía muy complicada la unidad latinoamericana. Pinedo y Perón cada uno a su manera y desde sectores políticos distintos saltaron por encima de la ideología reinante.
CRISTINISMO Y UNIDAD DE IBEROAMERICA
El discurso del kirchnerismo responde a la retórica de la unidad. Se alimenta de aquellas proclamas vacías sin vínculos con la realidad material, sin crear las condiciones económicas capaces de solidificar lo que solo queda en el firmamento de las palabras. La relación con Brasil dentro del Mercosur, que todos los argentinos esperábamos fuera el embrión de algo mayor, hoy se encuentra empantanada, mejor dicho desde que el kirchnerismo está en el poder las tensiones crecieron exponencialmente y nada se ha avanzado. A simple vista se observa un empeoramiento. Dejando de lado el negocio de las automotrices, que no está mal, nada se ha hecho.
El conflicto con Uruguay por Botnia tiene pocos ejemplos en la historia argentina. Solo superadas por la conducta de Mitre con el Paraguay o el Proceso Militar con Chile.
El inefable Aníbal Fernandez (El Doctor Merengue) llegó a hablar del imperialismo uruguayo. El dos marzo de 2006, por radio 10, enojado con Gonzalez Oro porque este lo increpaba acerca del maltrato que el Gobierno nacional mantenía con su par uruguayo. Aníbal, “el jauretchano”, replicó al Negro Oro que se ubicaba del lado uruguayo y “yo le voy a contar estimado Gonzalez Oro, como aseveraba Jauretche en su Manual de Zonceras, que el peor defecto de los argentinos es el que proviene de aceptar, sin más trámite, la falsa ecuación Civilización o Barbarie (sic). Don Arturo observaba que el sistema cultural argentino se sustentaba en sobrevalorar todo aquello que provenía del exterior tal cual hace usted al defender a Uruguay” ¡Tomá mate!
En esto días una imponente fila de camiones brasileros se hallan parados en la frontera (esto ocurre cada vez con mayor frecuencia) sin que el gobierno nacional los deje entrar. Razones, seguramente varias, disminuir el déficit fiscal por un lado y por otro la política berreta de la sustitución paleolítica de importaciones.
La Federación de Industrias de San Pablo ha manifestado: “Nuestro límite de tolerancia explotó” (La Nación 6/5/11) y el Gobierno Argentino se defiende diciendo que del mismo modo algunas PYMES de nuestro país tienen problemas para ingresar al mercado brasileño. Es decir, así no hay unidad. Excepto que el gobierno argentino y el brasileño crean solo en la unidad de las palabras o de las inclinaciones políticas aquí y bajo estos gobernantes no hay ni habrá unidad en el sentido que la planteaban nuestros próceres de comienzos del siglo XIX y que los actuales repiten como loros barranqueros
Tanto San Martín, Bolivar, O’Higgins o Artigas, entre otros, tan evocados por nuestros actuales gobernantes, se aferraban a doctrinas políticas y económicas de libertad y unión. Si esta no se dio, fue por los intereses de las ciudades puertos que perdían con la unidad.
Al igual que ayer, los mezquinos intereses de la sustitución paleolítica de nuestros días hacen imposible, con estos gobernantes, la unidad económica al servicio del futuro. Habrá que esperar tiempos mejores.
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