Por el Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila. (LMGSM 1 y CMN 73).
El vinculo de superior a subalterno es igual al de este hacia aquel, pues ambos son parte indisoluble de una misma acción en una malla de compromisos inalterables mutuos permanentes. Cuando desaparece lo hace también la unidad al resquebrajarse la disciplina por la perdida de autoridad de los superiores y de fe de sus subalternos de ahí su valor vital para la existencia de los ejércitos.
La primer figura que se conoce al ingresar a las fuerzas armadas es la del “superior”. o sea la de “alguien” que manda y al que se le debe obedecer. Esta relación se prolongara durante toda la vida militar, en un proceso en el que los subordinados pasan a ser superiores y estos modifican su ámbito de superioridad por su propia subordinación, lo que se repetirá constantemente, pues materializa la acción en la base de la disciplina, como el elemento aglutinante de los ejércitos.
No resulta fácil entender y, aun mas comprender, el porqué de esta subordinación, efectiva y voluntaria, similar a la sacerdotal en las comunidades religiosas. Ambos, es decir sacerdotes y militares, sirven a un fin superior, Dios o la Patria, respectivamente, al que se hace entrega total y absoluta. Esta entrega, sin límites. se concreta dentro de un sistema “castrense”, cuya génesis es la renuncia consciente, expresa y aceptada a los tres derechos individuales del ser humano, es decir la “vida·, la “libertad” y la “propiedad”.
El sacerdote y el militar ofrecen su “vida” al servicio de la Iglesia o el Ejército, y, por ello, restringen su ámbito de “libertad” y, consecuentemente, su derecho a la “propiedad”. Aceptan una entrega (casi esclavitud) llena de deberes, con contados específicos derechos, que giran en su concreción sobre el eje de la voluntad de la “superioridad”. Ello hace, que, la figura del “superior”, adquiera un valor superlativo, debido a que de su existencia, capacidad y poder, depende, el destino de sus subordinados. Si idealizamos al “superior”, tendríamos un ser con virtudes y valores, que lo hacen un modelo de ejemplar jerarquía. La realidad, señala que ello es una utopía, pues, pese a la magnificencia de su rol, es un ser humano con las presiones y defectos de todos. Esta verdad, hace que su existencia exitosa sea de valoración infinita. Pese a esta realidad, que es conocida y reconocida, la figura del superior tiene marmórea presencia y férreo absoluto reconocimiento, dado su rol de eje central del que dependen las acciones y destinos de sus subordinados. El superior, en el medio militar, no es el “jefe en una empresa”, ni el “maestro en la escuela”, ni aun el “padre dentro de la familia”, ya que conforma un núcleo de acción que asigna a su voluntad poder absoluto.
Las actividades y el servicio, unen al superior con sus subalternos, en una amalgama indestructible, que es la esencia de la unidad que integran. El subalterno deposita su confianza y fe, hasta la vida, en “su” superior, ya que sabe que en él está la base del éxito de la tarea o misión impuesta. Como contrapartida, el superior, será el ejemplo y modelo, que, quienes son sus subordinados, admiran con afán y deseo de imitar. El vínculo superior a subalterno es de igual dimensión que de este a aquel, por que ambos son parte de una misma acción, dentro de una malla inalterable de compromisos mutuos permanentes.
Esta unión motiva el “espíritu de cuerpo”, que corre el riesgo de fractura y disolución, cuando el subordinado es frustrado o engañado, dado que quien lo manda deja de cumplir con su deber, omite sus obligaciones o discrimina en sus procederes. Si el superior, por razones personales o conveniencias circunstanciales, no actúa con equidad, capacidad, justicia y desinterés, el subalterno ve derrumbarse su modelo y, por lo tanto, se rompe el vínculo que los une y amalgama. Cuando el subalterno deja de creer o reconocer a su superior, aparece la insubordinación o rebeldía individual, que, ante temas dados, podrá ser colectiva, conduciendo al motín. La ruptura entre superior y subalterno o de este a aquel, es el derrumbe material y espiritual de un ejército.
Las grandes figuras de la historia y los destacados soldados del ayer, mostraron, siempre, su calidad de superior. Esta concepción, proyectada en el tiempo, renace permanentemente, por ser ella la matriz de la vida del militar que, a lo largo de su desempeño, sabe, quiere y siente el porqué su aceptación del “superior”. Cuando el “superior” deja su rol de guía, juez, maestro y ejemplo, el mal que se produce es irreversible, similar a la destrucción de los cimientos de una poderosa estructura, que abruma a las personas y colapsan, destruyendo a los ejércitos.
En la actualidad, debido a ideas “progresistas”, se traza un perfil de superior “blando”, mostrándolo en relación fraternal y amistosa, que es una contradicción al rol de aquel. Pese a los afectos o lazos que lo unan a sus subalternos, tiene que renunciar a estos, privando su obligación al deber y la misión. El superior militar, por su rol y responsabilidad, nunca dejara de asumir que se debe a “sus” subalternos, tanto como ellos a él, en una simbiosis sagrada que es honor, gloria, sacrificio y desinterés al servicio en los ejercitos. La malla férrea de los ejércitos está en la disciplina y es esencia de ella el rol de los superiores en el entramado del mando de sus subalternos. El que olvida esta sagrada unción, destruye arteramente la comunión entre soldados, traicionando los ideales de Patria.
(*) Publicado TIEMPÒ MILITAR Año XIX Nro. 247 (5 mayo 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los mensajes son moderados antes de su publicación. No se publican improperios. Escriba con respeto, aunque disienta, y será publicado y respondido su comentario. Modérese Usted mismo, y su aporte será publicado.