Por Alberto Buela (*)
A Miguel de Renzis, que se preocupa por el tema
Hoy se utiliza el término discriminación para casi todo, en especial por aquellos que sienten que sus juicios no son tomados en cuenta. Juicios sobre cualquier materia, desde tango a arte culinario; desde política hasta mística; desde economía a montañismo. Hasta los ladrones, probados como ladrones reiterados, se sienten discriminados. La discriminación se ha transformado en un concepto multipropósito, ambivalente y polisémico, y lo grave es que es utilizado por aquellos que la han padecido para discriminar a su vez a aquellos que no comparten su discriminación.
En una palabra, el uso político e ideológico de la discriminación produce más discriminación. Como este es el efecto no buscado, cabe hacer un planteo serio y medianamente filosófico sobre el concepto de discriminación.
Comencemos entonces por discriminar, teniendo en cuenta la enseñanza de aquellos viejos filósofos que nos enseñaban a: distinguere ut iungere (distinguir para unir).
El verbo discriminar tiene dos acepciones: 1) Separar o diferenciar una cosa de otra. 2) Dar trato negativo o de inferioridad a una persona o colectividad por ser diferentes.
Estas dos acepciones nos están indicando que existen dos posibilidades de discriminar: a) una positiva, permitida e informal que es la primera. Por ejemplo, cuando seleccionamos a alguien, mejor preparado que otro, para un cierto trabajo, cuando no prestamos dinero a un insolvente, cuando jerarquizamos nuestra propia tarea o trabajo realizándolo mejor que antes.
b) Mientras que la segunda significación muestra el carácter de negativa, prohibida y formal de la discriminación. Por ejemplo, cuando no seleccionamos a alguien por su color de piel, o porque es gordo, pelado o chueco. Cuando juzgamos peyorativamente por prejuicios: los gitanos son sucios, los negros burros, los vascos brutos y los judíos miserables y amarretes.
Vemos como el concepto de discriminación, como el de realidad, como el del ser de las cosas, es analógico, es decir que significa una cosa pero no completamente, porque también significa otra, pero tampoco completamente. Y es porque se refiere a realidades esencialmente diversas. Los filósofos decían de la analogía: parte idem, parte diversa.
No es un concepto ni equívoco que significa cosas absolutamente diversas (cuando digo can digo perro y mento también a la constelación de ese nombre), ni unívoco como el lenguaje de las ciencias exactas donde cuando dijo línea me refiero a la menor distancia entre dos puntos, acá y en cualquier lugar del mundo.
Y si es un concepto análogo es susceptible de varias interpretaciones. Unas correctas y otras incorrectas. Así por ejemplo en la primera acepción del término, cuando se separan o se diferencian cosas que no deben o no están separadas en la realidad cometemos un error. Y en el segundo cuando tomamos una medida antidiscriminatoria que crea una nueva discriminación cometemos otro error. Por ejemplo, cuando se permite a los gays desfilar desnudos por la calle o practicar el sexo en la vía pública en función de la premisividad progresista y democrática, se discrimina a los niños, a los ancianos, a los religiosos, a los hombres y mujeres de bien para quienes eso es un escándalo.
El tema es muy difícil y los poderes públicos tienen que tener una gran prudencia en su manejo, pues si bien no se debe, bajo ningún aspecto, permitir la discriminación negativa no se puede caer, por exceso, en la utilización ideológica del concepto.
Y este es el aspecto que más resalta nuestra sociedad actual, el manejo ideológico y político del concepto de discriminación, en nuestro país a través del Inadi.
Y es este uso ideológico y político el que repulsa y rechaza el ciudadano de a pié, el ciudadano común. Hoy se acusa de discriminadores por todos los medios masivos de comunicación al piquetero D´Elía por sus declaraciones cuando afirmó que los estafadores de la Madres de Plaza de Mayo eran todos “paisanos” como Schoklender y sus socios (Pablo su hermano, Gotkin, Marcela Zlotogorski, Gustavo Serventich y otros). O porque el cantante Fito Páez afirmó que le da asco la mitad de los habitantes de Buenos Aires porque votaron por Macri.
Ni D`Elía acusó a todos los judíos de estafadores ni Páez discriminó a los porteños. Uno relató un hecho cierto que involucra a unos cuantos argentinos de origen judío y otro manifestó un sentimiento personal.
La discriminación en su sentido negativo o formal se produce cuando en la segunda significación del término, por el mismo trato negativo, se le niega un derecho a una persona o colectividad. Ni D´Elía ni Páez negaron un derecho sino que solo describieron una realidad o un estado de ánimo sin emitir juicios de valor o adjetivaciones peyorativas.
El otro gran problema que plantea el tema de la discriminación, siempre en su segunda acepción, como discriminación negativa o no discriminación, es el fundamento filosófico del concepto.
Hasta ahora se viene insistiendo, en nuestro criterio erróneamente, en que el principio de igualdad, según el cual todos los hombres somos esencialmente iguales y solo nos diferenciamos por los rasgos accidentales, como el fundamento último del concepto de discriminación.
Pero paradójicamente el principio de igualdad de todos los hombres, que funda la ideología del igualitarismo, disuelve las diferencias, que es casualmente lo que viene a defender el concepto de discriminación negativa: no me hagan de lado, no me dejen al costado por ser diferente. Acépteme como soy y respeten la diferencia, grita desde el fondo de la historia el marginado, el excluido.
De modo tal que los reclamos sobre discriminación se realizan sobre el argumento de igualdad y eso es una falacia, que conduce a un error mayúsculo como es la instrumentación político ideológica de un tema tan delicado y de tanto valor implícito.
Nuestra humilde opinión es que hay que buscar el fundamento de la discriminación en la noción de persona. Esto es, el hombre no tomado como individuo, como formando parte de un género sino como un ser “único, singular e irrepetible. Moral y libre ”. Los hombres somos iguales en dignidad y esta dignidad nos está dada por la persona que somos, pues todos somos antes que nada, y sobre todo, personas. Algunos encontrarán el fundamento de la persona en tanto imagen o hijos de Dios padre, otros en la libertad y otros en el obrar moral racional.
No importa esto por ahora, pues esto último es lo discutible, lo importante es que nos percatemos que si el hombre solo es igual en dignidad en tanto que persona, su reclamo de ser discriminado no se va a fundar ya en el argumento de igualdad sino que va a ser un “reclamo fundado en la propia índole de su ser”, con lo que la discriminación dejaría de ser un concepto instrumentado ideológicamente para fundarse en la naturaleza misma de ser humano. La no discriminación se basa en una “inherencia de la persona” y no en el argumento liberal-ilustrado de igualdad. Salute
(*) arkegueta, mejor que filósofo
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