Editorial
de N Gallo del 17 de septiembre de 2011
Los argentinos gozamos del
espejismo, ese fenómeno óptico de los desiertos.
Hace pocos meses, todo parecía
indicar que las elecciones de Santa Fe, Capital Federal y Córdoba eran como
oasis con agua buena y palmeras de generosa sombra. Pero el 9 de agosto mostró
la cruda cara de la realidad. Los oasis dejaron de ser tales y el desierto de
valores reconquistó su lugar de privilegio.
Poco tiempo antes, en el 2009, la
oposición haciendo causa común con el campo, levantó la polvareda de las
caravanas del triunfo, pero la consistencia de los remolinos arenosos duró poco. Con las alforjas otra vez llenas,
muchos olvidaron las penas.
La crisis del fin del 2001 y el 2002, pareció emerger de
las dunas con estandartes llenos de espejos de colores un año después. Y así,
en solo un año, habíamos logrado el milagro de pasar del drama agudo al placer
de una esperanza consolidada.
Más atrás, en 1991, un gran jeque
hizo revolear su alfombra mágica y convirtió en oro el vil peso nacional. En 1999, el espejismo brillaba como nunca.
Nadie quería rechazar el generoso maná del cielo del 1 a 1. La gran clase media argentina se
había acostumbrado a vivir con buenos intereses dinerarios y fáciles trueques
con el extranjero, mientras las clases populares comían y se vestían.
La magia se fue extendiendo como lo
hacen las sombras del crepúsculo en el desierto, hasta que llegó la noche cruda
de negro y frío. Y ahí, en la oscuridad,
no había más espejismos a la vista ni oasis escondidos tras las colinas de
arena dorada.
Son muchos los espejismos vividos a
los que nos aferramos con desesperación. Obras faraónicas que nos ubican en
mundos utópicos, planes de hambre cero que al final solo alimentan de tinta al papel
de los expedientes, y los clamores de los oprimidos y excluidos convertidos en
lejanos ecos de si mismos.
Y, para complicar todo aún más, como
en la Babel de los tiempos bíblicos, las
lenguas se confunden. Lo que es libertad para unos, es anarquía para otros y lo
que es progreso para aquellos, es decadencia subsidiada para éstos y lo que es
orden para los mayores, es represión para los jóvenes. La justicia se confunde
con venganza y el periodismo hace de gran jurado, mientras los jueces obedecen
al poder.
Es este el relato de un pueblo que
pugna por no entrar en la madurez, porque sabe que allí solo habrá trabajo,
esfuerzo, solidaridad y entrega, realismo puro y concreto de la vida, sin espejismos
o ilusiones ópticas.
Fuente: Envío de Tábano Consultora
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