Por Sylvia Walter de Smart
Son las cinco y media de la
mañana y se acaban de llevar a Jimmy
en un celular del Servicio Penitenciario,
rumbo a este absurdo juicio que se lleva a cabo. Lo bajarán a las 8 y
media en La Plata, esposado, igual que a los otros tantos que están siendo juzgados,
algunos en sillas de ruedas, otros con mochilas para respirar, la mayoría ya
mayores que a veces ni entienden lo que está sucediendo.
Es muy duro todo esto.
Es duro sobre todo para él,
aunque no quiera demostrarlo y trate de que todos los que estamos a su
alrededor y lo queremos no suframos más de lo necesario.
Sé que la vida involucra
sufrimiento y dolor, pero es muy duro ver a una persona que dio su vida entera,
profesional y civilmente, para el bien del país y de todos sus habitantes, ser tratado como un criminal cualquiera,
enjuiciado, y por adelantado considerado como culpable por el solo hecho de haber sido ministro. No hay ningún otro cargo
contra él, sino la acusación de haber sido parte de un complot cívico
militar para diezmar a la población civil.
Pero aumenta este dolor, para mí
y creo también para él, el sentir la indiferencia de un país que mira para otro
lado, más pendiente de su bolsillo y su bienestar económico, que de las
injusticias que se cometen día a día., en muchos órdenes. Y más todavía que
muchas personas a nuestro alrededor estén en las mismas.
Hace tres años largos que rezo y
confío en que la Justicia Divina va a actuar, pero necesito descargar la
impotencia que a veces me invade, y también la rabia ante el egoísmo y la falta
de solidaridad.
Hay muchas personas más que
buenas que han estado y siguen estando junto a nosotros día tras día, hora tras
hora, acompañando, rezando y confortando, mil gracias a ellos. Pero
algo más hay que hacer para
ayudar a que las cosas cambien.
Pido a todos que desde el lugar
que cada uno ocupa, haga algo. No sé qué pueda hacer cada uno, pero pido por
favor que hagan algo.
Más allá de nosotros, el país
entero se los va a agradecer.
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