Por Nelson Ribeiro Fragelli
La propina es una recompensa por un servicio prestado, libremente ofrecida por la persona servida a quien le sirve con buena voluntad. Esta costumbre es odiada por el marxismo igualitario.
¿A
quién no le gusta ser bien tratado? Sobre todo hoy en día, cuando en
los supermercados, en los centros comerciales o en Internet las
relaciones van asumiendo un carácter cada vez más impersonal y distante.
Y la manera habitual de retribuir un buen servicio prestado es por
medio de la propina.
La propina resulta de un lazo personal establecido en una prestación
de servicio. A la mera necesidad comercial, ella asocia el sentimiento
humano de la simpatía, quitándole así al dinero su prepotente dominio.
Ella es dada libremente… Sobre la libertad de dar o negar la propina,
las opiniones se dividen y las discusiones son interminables.
Muchos dicen que ella está determinada previamente por hábitos
sociales o usos locales. No sería, pues, tan libre así, y en ciertos
restaurantes frecuentemente viene incluida en la cuenta, lo que algunos
consideran una desagradable imposición. Otros argumentan que las
necesidades humanas se repiten, y la propina de hoy prepara ventajas
futuras, al recurrir al mismo servicio. Pero no es tan así, replican los
defensores de la propina, pues se ven en los centros turísticos a
incontables viajeros, que probablemente no volverán más a aquel lugar,
pero que no dejan de gratificar a cargadores, chóferes y mozos.
El historiador Wilfried Speitkamp lanzó hace pocos años atrás un
libro titulado: “Quédese con el vuelto. Pequeña historia de la propina”
(Reclam Verlag, Stuttgart, 2008).
La propina fue incentivada poco después de la Revolución Francesa, y
ya despertaba el odio de los socialistas en 1900, cincuenta años después
del “Manifiesto” comunista de Karl Marx.
La Revolución de 1789 cambió profundamente la sociedad. Las
costumbres dejaron de ser orgánicas y patriarcales, las masacres de los
jacobinos suscitaron una generalizada desconfianza entre todos. El
desvelo pacífico y bondadoso de las élites feudales pasaba a ser
rechazado, y el frío monetarismo burgués se imponía como tipo de
intercambio entre las clases sociales. En las relaciones de servicio, la
propina se volvió una trinchera para las élites perseguidas. Aseguraba
al antiguo prestigio una posición honrosa frente a la arrogancia de las
clases emergentes. Al mismo tiempo, al que servía, la propina le daba la
ilusión de haberse vuelto un burgués comerciante. En consecuencia, la
comunicación entre personas se volvía más materialista. En esos nuevos
tiempos, se dejaban de lado inmemoriales lazos de respeto y fidelidad, y
en el trato se inclinaba a la moderna concepción, venida de la
economía, derivada del utilitario do ut des (doy para que me des).
* * *
Upton Sinclair, conocido socialista radical norteamericano: “Quien da una propina transforma a un hombre en lacayo, a una mujer en aya o en prostituta”.
En el tránsito del siglo XIX al XX, el debate fue encendido. El
igualitarismo socialista, aunque originario de la Revolución Francesa,
se sublevaba contra esta costumbre: “Sólo los ricos dan propina. Ella no
pasa de un soborno cometido por quien es superior. Establece una ley
social que escapa al control del Estado. Además, ¿por qué apenas ciertos
profesionales la reciben, y otros no? ¿No es que todos los hombres son
iguales? Si todos no son habilitados a recibir propina, ¡que nadie la
reciba! La fundamental igualdad entre los hombres exige su extinción”.
En la misma época, Upton Sinclair, conocido socialista radical
norteamericano, predicaba su abolición: “Quien da una propina transforma
a un hombre en lacayo, una mujer en aya o en prostituta”.
Pocos años más tarde, las dictaduras comunista y fascista suprimían
por la fuerza la propina. Una vez más la imposición de la igualdad
devoraba la libertad. Algunos estados norteamericanos también aprobaron
leyes prohibiendo la propina. Sin embargo, en ningún país la prohibición
logró imponerse.
Fueron fundadas en Europa y en los Estados Unidos asociaciones
anti-propina. Inútil, pues nadie les prestaba atención. Las propinas
continuaron siendo dadas en casi todos los lugares. Resistió al
fascismo, al comunismo, a la concepción del trabajo asalariado de
ciertos estados americanos.
¿Qué sentimientos humanos se encuentran en el núcleo de tan obstinada
resistencia? La desigualdad proporcional y armónica entre los hombres
es propia de la naturaleza humana, aunque no mensurable, y en el trato
social cada uno busca la posición que naturalmente le es debida. Esta
posición, que la propina expresa, hace parte de un pequeño ritual. No se
trata de mercadería, sino de una concesión. En cuanto concesión, ella
expresa confianza, gratitud y reconocimiento de quien concede y de quien
recibe. En ella reside un sentimiento de orden social, según el cual
cada uno se ajusta a las desigualdades: ellas no aplastan, pero se
auxilian y se completan. Este recto modo de sentir la sociedad, según la
ley natural, constituye el propio factor de la rebelión socialista
contra esta gratificación —basada en la desigualdad entre quien sirve y
quien es servido, pero que se unen afectuosamente en mutuo
reconocimiento.
Honra
y prestigio social no están ausentes del gesto de dejar una propina,
símbolo de la confianza de quien sirve y del reconocimiento de quien es
servido. Y esto de ninguna manera favorece la lucha de clases. Es un
símbolo que perdura, y no se ven perspectivas futuras de que se pueda
prescindir de él. Tal es la conclusión del historiador alemán, Prof.
Speitkamp, que la fundamenta con ricos ejemplos y hechos incontestables.
Tenemos así otro error socialista frustrado, derivado del
igualitarismo marxista. Sin puños cerrados, y contentos por este nuevo
fracaso de las teorías socialistas, los servidores de buena voluntad lo
conmemoran…
Fuente: Acción Familia
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