Por Leonardo Castellani
“Yo
no sé que va a pasar con el resto de la aristocracia que nos queda. Es
decir, yo no sé que va a ocurrir con el predominio de las facultades
superiores sobre las inferiores que es lo que configura al aristócrata,
donde irá a refugiarse lo que queda de esta aristocracia; porque la
aristocracia es como un don de Dios, que siempre habrá de surgir; lo que
no sé es dónde irá a refugiarse.
Los
grupos de aristócratas están hostigados por lo que llaman la rebelión
de las masas, es decir, por esa especie de epidemia de plebeyismo, esta
contaminación y propagación que lo va invadiendo todo sin que se la
pueda parar y que tiene a su orden los instrumentos de decisión y
destrucción más grandes que haya tenido la historia del mundo,
proporcionados por la técnica moderna, entregada al servicio del
plebeyismo, de lo bastardo, de lo común, de lo ordinario, y de lo feo.
Es como la vulgar caída en manos de una civilización comercial y
logrera.
El comerciante o mercader no es noble, sino por casualidad,
pero de suyo no es noble. Siempre se han distinguido, los nobles de los
mercaderes. El fin del mercader es ganar dinero y este fin -el "lucro
intangible"-, es poco noble, porque el lucro no tiene límites. Todas las
cosas naturales tienen límites y son perfectas o tienden a la perfección
cuando se conforman a su propia naturaleza; y el lucro por sí solo no
se limita, y si no lo limitan desde afuera o desde arriba tiende a
crecer enormemente, como un abrojal. Por eso siempre el mercader ha
estado sometido a una clase superior que, porque los tenía, le imponía
sus propios límites.
El guerrero, por ejemplo, tenía una moral
condicionada a su estado y se podía en consecuencia imponer estos
límites. Pero ahora ocurre que el mercader es el que está blandiendo la
espada del guerrero; está por encima de todo. El dinero lo dirime todo y
el mercader por oficio está destinado al dinero.
El mercader lo único
que hace es cambiar las cosas, no crea nada. No se trata de que sea o no
útil o inútil; humanamente es necesario.
Los aristócratas de
nacimiento, o los que se han hecho aristócratas por sus virtudes o por
sus sabidurías en este mar de plebeyismo que se ha desencadenado en el
mundo actual, suponen una vida de sacrificio, una vida heroica, una vida
de triunfo sobre las propias pasiones; por eso en la Edad Media era tan considerado un sabio como un guerrero.”
Fuente: Infocaótica
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