Por María Lilia Genta
El dolor por Malvinas es una herida que parte el alma desde
1982. Cuanto más nos duele más amamos a la Patria, como decía José Antonio.
Este dolor antiguo se hace insoportable treinta años después porque tenemos un
Gobierno “de cuarta” que ignora el valor de los símbolos y todo lo ideologiza
con ese odio inagotable a lo militar mientras nos arrastra a los foros
internacionales haciendo el ridículo. El Informe Rattembach está en Internet
(http://www.cescem.org.ar/informe_rattenbach/index.html). ¿Qué gran secreto
develará, urbi et orbi, nuestra presidente?
Pero, aparte, ¿puede esta “chirusita” que pecó y culpa sí
tuvo, necia y ordinaria, comprender la unión de la Corona y la Espada, símbolos
milenarios de las grandes civilizaciones? Ella quiere ver al Príncipe inglés
vestido de civil y lo apercibe por hacer el saludo militar. Parece que si se lo
hubiera recibido en Malvinas con un derroche de boato, como en el día de su
boda, sería distinto para la Argentina. No puede entender tampoco que el que ha
de ser Rey debe, primero, ser militar. Hasta al tontón de Felipe, Príncipe de
Asturias, lo vemos, vistiendo uniforme, presidir formaciones militares.
Los
ingleses simbolizan cada vez más su presencia en Malvinas. A la fuerza militar
efectiva suman la fuerza no menor y efectiva de los símbolos. Nosotros, en
cambio, de- simbolizamos en la misma proporción en que ellos simbolizan. Los
héroes están presos o bajamos el retrato de los que están muertos.
No es que
ignoremos que las cúpulas militares -y buena parte de los militares-
desconocían la historia, en 1982. Recuerdo lo que nos contaba el “Turco”
Seineldín en la inmediata posguerra: “Mis camaradas me decían: «la Flota no va
a venir»; pero yo seguía haciendo cavar los pozos, calefaccionándolos (el
Regimiento 25, el más bombardeado, tuvo pocas bajas) porque la Historia me
decía que la Flota vendría y que los yankees apoyarían a sus «primos»
británicos”.
Lo sensato hubiera sido llevar a cabo el plan original -que
era simbólico- y a partir de esa acción simbólica: dejar un pequeño grupo de
militares custodiando la bandera, llevar al Continente a los ingleses
destinados en las Islas y negociar. Pero la “plaza llena” creó el equívoco y
llenaron las islas con regimientos sin preparación para la guerra y sin soporte
logístico.
No sé si hubiéramos triunfado pero me parece que no se hubiera
movilizado una Flota por un grupo pequeño pero “bien montado”, simbólico. En
una guerra de símbolos gana el que maneja mejor los símbolos. Hubiera sido un
grito a las Naciones Unidas, hacernos oír... eso sí, sobre la sangre mártir de un Giachino cuya muerte,
desangrándose por cumplir la orden, constituye en sí misma un símbolo digno de
un verdadero ejército al servicio de una Nación en serio.
El gobierno militar no supo entender el valor de los símbolos
y sólo quedó el recuerdo imborrable de un símbolo triste para nosotros: las
botas bien lustradas del General Menéndez frente a las botas bien embarradas
del General Moore el día de la rendición.
Ahora, este gobierno de patanes es incapaz de responder con
un símbolo a la altura del que levanta la vieja nación pirata, pero Imperio al
fin.
Por suerte, Gran Bretaña tiene un Primer Ministro que casi
merece serlo de una republiqueta. Cameron no es Churchill, ni Thatcher ni
Blair, ¡gracias a Dios! Así nuestro papelón es menor.
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