Por Carlos Belgrano
Amigos:
Podría apelar a un hecho al azar.
En cualquier tiempo y lugar del Universo, el resultado sería idéntico.
Durante un episodio bélico ó en tiempos de calma transitoria indistintamente.
Siempre y cuando los comparativos no fuesen de nuestro propio cuño.
Pero tomaré uno muy particular, cuyo sesgo aunque militar fue más bien ferroviario.
El lugar: La Península de Tamán, entre Crimea y Bielorrusia.
La fecha: segunda quincena de octubre en 1943.
El cronista: Friedrich Paulus, comandante del fantasma del VI ejército de ocupación alemana en el Frente Oriental.
El problema: La evacuación de ochenta y siete mil heridos y
moribundos, rumbo a los improvisados hospitales de campaña, al oeste del
Rhur.
El plazo: 72 horas.
El enemigo: cincuenta mil sabteadores soviéticos, entrenados como
comandos, para volar las vías férreas y señales de los trenes que se
aprestaban para el traslado.
Con éso y las implacables e incesantes oleadas de cazas rusos, que
perfeccionarían lo que no se podía cumplimentar en el área terrestrre,
todo aparentaba imposible.
La cosa fue que los ingenieros nazis, se las ingeniaron, para
componer los destrozos del sabotaje en dos trenes que precedían a las
formaciónes de ciento veinte, que los seguían a corta distancia, sin
armamento antiaéreo de defensa.
Con todo en contra, incluso el inclemente invierno que como en
1941, volvía a anticiparse, congelándo los motores de las desvencijadas
locomotoras a su paso, el proceso de retirada se cumplimentó en fecha.
Aunque solo arribaron a Alemania, un sesenta por ciento de los
convoyes que se fletaron, con menos de cuarenta y cinco mil arribados a
destino.
Los que faltaron a la cita, no llegaron por el tifus,
congelamiento, disentería, mala suerte y el simple deceso por fatiga de
combate.
Para lo que significó aquél inhóspito escenario estepario, con la
autonomía territorial de veinte millones de muertos, la historia,
practicamente lo ha olvidado.
Pero para quienes hurgamos de contínuo en esa cronología tan
dramática como subyugante, ese suceso, no ha transcurrido inadvertido.
Porque como muchos otros de mayor cuantía, no ha sido menos epopéyico.
Hoy, creo que todos nos consternamos por la tragedia de la Plaza
Miserere, en la que a 50 Compatriotas y otros que los seguirán por la
gravedad de sus heridas, se les cegó sus vidas, de una manera tan
absurda como habitual y previsible.
Viajaban en furgones que trajo el Presidente Arturo Frondizi de
Japón entre 1959 y 1961 -léase material de rezago-, aunque algo más
modernos que sus homónimos de la línea de subterráneo "A", que importó
el Presidente Roque Sáenz Peña en 1913 y que aún siendo auténticas
piezas de museo, curiosamente permanecen en servicio.
En unos días, muy pocos, esta luctuosa e inexplicable noticia,
dejará de ocupar los titulares de la prensa, porque será reemplazada por
otra que será también equivalentemente sórdida.
Porque no importa lo que suceda, aunque sea un nuevo magnicidio en
perjuicio de este pueblo tan adormilado, como silencioso y complaciente.
A pesar que esos eventos por venir, cuenten con un denominador común: la endemia de la corruptela.
Ya que estos canallitas de los Crigliano, socios por igual de
Moyano y los K, contarán con la protección debida y asegurada de otro
contertulio de Oyarbide, como "Canicoima" del Corral, que es el Jefe de
la "Cooperativa Federal", que presta sus servicios al mejor postor en la
Casa de Caifás, situada en Comodoro Py.
Los descarrilamientos y accidentes de trenes en la Argentina, son
similares a los que acontecen en la India, dónde los pasajeros viajan
con sus bueyes en los estribos y techos de los vagones.
A sociedades primitivas como ésas, solo nos podemos comparar.
En otras palabras, nuestro sentido de pertenencia, cada vez se
acerca más, al espíritu que aprisionaba voluntariamente, a los siervos
de la gleba de los tiempos del oscurantismo y el medioevo.
Iremos descendiéndo en picada y habremos de recorrer todos los
círculos del averno, que en su momento transitó Dante junto a Virgilio
virtualmente en "La Divina Comedia".
Pero no debemos de inquietarnos, porque fatalmente ingresaremos en
el noveno de esos pasadizos, en el que Alighieri nos cuenta, si mal no
recuerdo, que estaban purgándo su condena todos aquéllos que habían
vivido sin pecado, pero sin virtud, esto es. los cobardes.
Y allí finalmente, nos encontraremos con nosotros mismos y en ese
póstumo momento, aunque sea ya demasiado tarde, nos preguntaremos...
¿HASTA CUANDO?
Atentamente Carlos Belgrano.-
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