Por Jorge Omar Alonso
jorgeomar_alonso@yahoo.com.ar
“El pueblo
está mudo. No se oye nada.
Silencio y
bruma. Soplos de lo arcano.
La luz
mentira, la canción mentira.
Sólo el
rumor de un vago viento vano
Volando en
los velámenes expira”. (Autor anónimo)
El Estado
argentino presenta dos características absolutamente contradictorias: es un
Estado que no existe en absoluto, y es un Estado que existe infinitamente.
Si se trata
de cumplir con las funciones que universalmente les corresponden a los Estados:
brindar seguridad social, brindar protección al ciudadano, garantizar la salud,
la educación, el trabajo, la dignidad de los individuos, reconocer los méritos
y castigar las culpas, el Estado no existe en absoluto.
Pero si se
trata de cosas ruines: saquear el tesoro público, atropellar a la ciudadanía,
perseguir a los que no piensan como el régimen, lucrarse de los dineros del
erario púbico y sobre todo garantizar privilegios, el Estado existe
infinitamente.
El régimen
cristino-kirchnerista es una asociación ilícita para permitir que una estrecha
franja de poderosos sea dueña del país.
Régimen
opresivo y mezquino, hecho para mantener a las grandes mayorías de la población
en la postración y en la indignidad.
No hay en
él ni grandeza ni verdadero espíritu nacional a pesar del relato que se
construye desde la “infame condena nacional”.
Existe la
rapiña y la mezquindad de un régimen
ante el cual debemos doblegarnos, y al cual no podemos criticar porque se nos
acusaría de atentar contra las instituciones.
Si el País
entero pierde la esperanza, si la gente tiene miedo de exigir, de criticar, de
reprobar. Si reinan la impunidad y la miseria, ¿es un Estado “nacional y
popular” como gustan definirse o es la vergonzosa tiranía de una banda de
corruptos burócratas irresponsables, dedicados al saqueo del tesoro público?
¿Qué
mascarada es ésta a la que le damos el nombre de Estado argentino?
No nos
damos cuenta de estas miserias políticas.
Nadie se
queja, nadie se rebela.
Nadie sale
en defensa del legítimo derecho a la indignación.
La turba
ignara tal vez no merece mucho, pero por lo visto sabe agradecer.
No se
rebela, ni siquiera pide, simplemente espera con una paciencia ejemplar a que
caiga en su mano algún día la recompensa de tan larga espera.
Argentina
ha renunciado a la dignidad.
Se ha
acostumbrado a mendigar.
La sociedad
argentina no está conformada por individuos libres y altivos, por seres dignos
y emprendedores que se sientan con derecho a exigir, que se sientan voceros de
la voluntad nacional, sino por sumisos y agradecidos mendigos.
Nos ha
fallado la ética.
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