Por Silvio H. Coppola
La inflación constante, como sufre y ha sufrido tantas veces nuestro querido país, es indudablemente un golpe diario al bolsillo y al humor.
Hace un par de días, el pan que compro semanalmente en el barrio de esta ciudad en donde vivo, subió de un día para otro, nada menos que un 20 %. Ahora el kilo vale $ 12. Barato. En otros lugares me he podido cerciorar, que ya desde hace tiempo está o estaba mejor dicho, a $ 14, así que quién sabe a cuánto subirá ahora.
El pretexto es por el aumento del precio de la harina. No sé cuánto aumentó esta, pero supongamos por ejemplo que la harina constituye el 40% de todos los gastos de una panadería, que incluyen desde luego no sólo la harina, sino los gastos de los otros elementos de la panificación, el alquiler del local, los salarios del personal, los impuestos, etc,etc. Entonces, para mantener la paridad de precios, si la harina aumenta el 20%, este porcentaje debería ser trasladado al 40% que constituyen los gastos del producto y no al 100% del valor del mismo. Pero en ningún caso pasa así, sino que el aumento se traslada al precio total del producto.
En el problema del pan y en cualquier otro semejante (por caso el aumento de las naftas, de los impuestos o de la electricidad) y entonces proporcionalmente el productor gana un porcentaje más de lo que debería ganar por el aumento producido y cubierto de inmediato. Lo que hace aumentar sin descanso la espiral inflacionaria.
La inflación del año pasado, según los índices oficiales del INDEC para precios al consumidor (PC), fue del 10,8%, cuando para la mayoría de las personas del país que tienen que comer por lo menos día por medio para poder subsistir, pasó del 30%. Ya no bastan $6 por día para poder hacerlo (una familia tipo podría comer dos kilos de pan por día, pero después tendría que hibernar por tiempo indeterminado).
En este estado de cosas las remuneraciones por el trabajo, los sueldos, las jubilaciones, pierden valor continuamente. Entonces dos o tres paritarias por año, con todo el desgaste que ello significa, sin que alcance nunca lo resuelto para llegar a cubrir siquiera la inflación producida entre una y otra, es sólo un paliativo asaz temporario, que se tramita entre gritos, ataques, decepciones y terminando siempre las partes, con amargo sabor en la boca, pues ambas sienten que han perdido. Lo que en definitiva es cierto, porque el cáncer inflación se come todo.
Así, nada de ahorrar en moneda propia. De ella hay que desprenderse enseguida, lo que es un combustible más para la hoguera y una causa más de inseguridad y de mal humor para la población, que si no puede recurrir a la moneda extranjera por unos pocos pesos, se da cuenta de que haga lo que haga, su modestia seguirá siéndolo y sus pesos ahorrados trabajosamente, se irán esfumando.
¿Qué hacer entonces?
Nadie lo sabe en la Argentina, salvo en teoría.
Y menos que nadie el gobierno.
LA PLATA, febrero 2 de 2013.
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