Por Tcnl. José Javier de la Cuesta Avila (LMGSM 1
y CMN 73)
En la opresión se cae
fácil por decidía, complicidad o ignorancia ya que la libertad se debe ganar
por esfuerzo, sacrificio y sabiduría.
La historia del mundo
es la sumatoria de páginas para lograr y afirmar la libertad de los individuos
y su proyección como derecho en la sociedad. Hombres y mujeres que, a lo largo
de su existencia, sufrieron la pérdida de la libertad la materializan
físicamente como resulta necesario el sol y el agua para la existencia de los
seres vivos. Nada es más cruel que perder la libertad, pues significa una especie
de muerte, que arrastra junto al cuerpo el espíritu. La libertad incluye en su
expresión, todos los fundamentos que contiene la esperanza y, en sus forma,
todos los elementos que constituyen la felicidad, el bienestar y el amor.
La libertad es el
germen de un proceso que está contenido en escalones sucesivos, que se apoyan
uno en el otro, como una escala celeste que lleva al mañana. El primer paso de
la libertad es la propiedad, es decir el hecho cierto y valedero de la posesión
de un algo que se convierte en parte de uno mismo. Esta propiedad se logra
porque ella surge de la libertad para alcanzarla y es el fruto del esfuerzo, el
sacrificio, la acción y los deseos que existen como tales, si se pueden
realizar en tal ámbito. La libertad y la propiedad solo se restringen por la
ley que, básicamente, responde a la idea como derecho de que ellas cesan ante
las de los demás. La necesidad espiritual y física de la convivencia hace que
cada ser individual busque y acepte ceder parte de sus ámbitos por las ventajas
y beneficios que otorga la convivencia que bajo las formas es la ley.
Sin embargo, aun la ley
que cubre las totalidades, tiene en sus caracteres, la posibilidad de exceso
que, lógicamente, restringe derechos o anula posibilidades, por lo que se da la
existencia de la justicia. La Justicia es la forma del equilibrio tras el bien
común y el medio de atemperar el poder impidiendo que el grande y poderoso, por
el hecho de serlo, invada, postergue o,
aun, anule, al pequeño y débil. Cuando el encadenamiento originado en la
libertad y estructurado a través de la propiedad, la ley y la justicia, lograr
su plenitud, el individuo y la comunidad gozaran de los beneficios de la paz.
La Paz, de esta manera, es la aceptación espiritual y física de la relación y
la situación de personas y grupos sociales que saben y sienten que viven y son
en los ámbitos de la libertad, lo que conduce, lógicamente a las ventajas del
bienestar y proporciona las maravillas de la felicidad.
El mundo actual se
encuentra ante la sorpresa inusitada y veloz de sus avances e innovaciones que,
por más que se las señale como de alcance total (globalización) ante la
imposibilidad real de su equilibrio (vasos comunicantes) motiva desequilibrios.
Los desequilibrios, que pueden ser económicos, culturales, etc., son, en la
lógica de las especies, una nueva concepción de lo que se siente como libertad.
En realidad, las sociedades, a lo largo de los siglos, buscaron encontrar su
libertad (Individual o grupal ante
terceros) mediante el traslado de lo pesado, peligroso y agotador, a un
tercero, con lo que invadían su libertad y lo conducían a una suerte de
esclavitud (física, económica, espiritual, etc.) que privaba a los sometidos a
avanzar hacia las escalas sucesivas. Evidentemente, en los fines del Siglo XIX
(Revolución Industrial) se dio inicio a un proceso en el cual la mano de obra
humana fue reemplazada por la capacidad de las máquinas y, con ello, elevo a
las personas y permitió ser desligadas del esfuerzo otorgándole una nueva
posibilidad de libertad.
En la medida que el
accionar físico se convierte en accionar intelectual, los avances materiales
hacia la libertad se logran. Sin embargo, los sociólogos que estudian los
fenómenos de las comunidades, observan que son los psicólogos los que están
señalando que los avances tecnológicos, que proporcionan evidentes ventajas, al
mismo tiempo, están motivando una especie de nueva dependencia, ahora de las
personas hacia las maquinas, que los atraen en una medida tal que se convierten
en adicción. Es decir, los seres humanos, como individuos o grupos, están
logrando avanzar en la búsqueda de la libertad física pero, de alguna manera,
están penetrando en los riesgos que constituye el condicionar la libertad
intelectual.
Este proceso nos vuelve
una vez más a las concepciones de la filosofía que, basada en lo material nos
proyecta a lo espiritual. Cuando se recorre a lo largo de la historia lo que
nos han legado los filósofos, se descubre que en realidad lo que han pretendido
es dar una explicación (diríamos científica) a lo que la Naturaleza muestra
como realidad. Este mismo proceso, con formas diferentes pero un mismo fin, es
el que siguen las religiones, con la ventaja de que lo no atribuible o comprobable,
lo remiten a la decisión Divina, mediante el artificio espectacular de la fe.
Es así que la libertad espiritual, que no es la física o la intelectual, pero
influye sobre ambas, priva sobre el ser
humano y le da una respuesta a sus sueños, esperanzas o aspiraciones que el
Mundo real no le puede proporcionar.
En nuestro país
(Argentina) la idea de libertad ha estado presente a lo largo de la historia.
Nuestro Himno Nacional la repite en sus estrofas y la Constitución Nacional la
determina en su articulado. Sin embargo, los tiempos y los dirigentes, por
razones políticas y/o ideológicas, han socavado sus alcances individuales bajo
la idea de que se los alcanzaba colectivamente. Los avances del Estado en sus
responsabilidades de coordinación y estructura, han desplazado a las
realizaciones de la sociedad en un peligroso proceso de suplantación ejecutiva.
Los argentinos, como seres individuales, han cedido a los encantos de una
aparente solidaridad que se construye con finalidad electoral sin las
necesarias bases humanitarias. Cuando comienza a peligrar la libertad en una
sociedad debe motivar alarma pues se desarrolla como una enfermedad maligna que
no tiene cura, invade los cuerpos y se enquista en el poder, desde donde
domina.
La libertad es una
ánfora de cristal que está suspendida por rayos de luz que le dan vida y
presencia, pero que, si se destruye, jamás volverá a tener su consistencia,
valor o importancia. La comodidad, la decidía, el interés o los placeres
fáciles, pueden ser atractivos circunstanciales, pero, en su capacidad,
contienen el germen de la esclavitud, la dependencia y la servidumbre. En
ocasiones, como pasa en nuestros días bajo la sombra del populismo, los
dirigentes, usando las argucias de la democracia y las posibilidades
electorales, crean una dependencia, normalmente económica, que les proporciona,
bajo el espejismo del bienestar, lograr subordinar voluntades a objetivos
deleznables y espurios. Estas trampas son, aunque así no se lo perciba,
bastante fáciles de construir, por necesidad, peligro o riesgo cierto que se
aparenta enfrentar, pero, son muy difíciles de salir, por la malla que crean,
normalmente sucia y ruin, pero con una solidez impensable.
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