Por. Ricardo D Díaz
Comenzaré
este artículo con una breve reseña biográfica del general Manuel
Belgrano, ya que no viene mal refrescar un poco lo que muchos ya saben
y, probablemente, venga bien para los que no sabían algo de lo que aquí
se señala.
El
general Manuel Belgrano nace en Buenos Aires, el 3 de junio de 1770.
Cursa sus primeros estudios en el colegio de San Carlos. Tras realizar
su doctorado en leyes en Salamanca, el Rey lo designa secretario del
Consulado de Buenos Aires en donde se destacó por sus iniciativas y
escritos sobre economía, en los cuales realzó el rol del campo, al cual
se debía favorecer ampliamente, como era lógico, y lo sigue siendo en la
actualidad, dado el aporte que realiza para la alimentación de los
pueblos. Él, en aquella época, lo entendió, en la actualidad nuestros
gobernantes no lo entienden.
También
proyectó la creación de escuelas de náutica y de artes. Luego fue
comandante del regimiento de patricios, secundando a Saavedra en la
acción revolucionaria. Además fundó el periódico Correo de Comercio e integró, también, la Primera Junta de Gobierno como vocal,
y también fue jefe de la expedición al Paraguay en dónde fracasó, pero,
un posterior juicio determinó que había obrado con todo patriotismo.
Más tarde es enviado a fortificar la Villa
del Rosario, en donde creó la bandera – tema que vamos a desarrollar
tras este rápido resumen de sus destacadas actuaciones, resumen que
hubiese querido fuese más breve, pero, en el caso de Belgrano es
imposible.
Después
es asignado como jefe del Ejército del Norte en donde triunfa en
Tucumán y Salta y más tarde es vencido en Vilcapugio y Ayohuma, tras lo
cual se repliega a Tucumán en dónde entrega el mando del ejército al
general San Martín.
Fallece, pobre y casi abandonado, el 20 de junio de 1820.
Ahora
sí, pasemos al hecho que nos convoca, que es el de la creación de la
bandera: a fines de diciembre de 1811, Vigodet, Capitán General
Gobernador de Montevideo, consideró roto, por las hostilidades de
Artigas, el “armisticio” del 20 de Octubre y reanudó las incursiones con
depredaciones de su escuadrilla fluvial, de las riveras desguarnecidas
del Paraná. Consecuentemente, el gobierno encargó a Belgrano que
fortificase la barranca de la Villa del Rosario. Allí se instaló el 10 de febrero con su regimiento, al que agregó milicias santafecinas, y emplazó dos baterías, la Libertad y la Independencia. El
13 de febrero propuso al gobierno la adopción de una escarapela como
distintivo para sus tropas y el 23 las repartió entre sus milicias como
una primera manifestación de independencia a la que seguiría sin duda la
declaración formal de la misma en un corto plazo, lejos de pensar que
pasarían cuatro años y medio para que, mediante el empuje del general
San Martín, así suceda. Belgrano puso en conocimiento del Triunvirato el
hecho con la siguiente misiva: “Se ha puesto en ejecución la orden
del 18 del corriente para el uso de la escarapela nacional que se ha
servido señalar V.E., cuya determinación ha sido del mayor regocijo y
excitado los deseos de los verdaderos hijos de la Patria de otras declaraciones de V.E. que acaben de confirmar a nuestros enemigos de la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América”.
Las motivaciones respecto de los colores elegidos por el general Belgrano fueron que al recibir su título de Abogado, jura ante la Universidad de Salamanca y Valladolid “vivir y morir en nuestra Santa Religión y defender el misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima, Patrona Universal de España y de las Indias”. La túnica de la Virgen
era blanca,
simbolizando la pureza, y el manto era azul celeste, símbolo de la
contemplación, la fidelidad y el amor. Al regresar a Buenos Aires en
1794, da una bandera azul celeste y blanca, al Consulado. Los Patricios,
al celebrar la Reconquista de Buenos Aires el 12 de agosto de 1806, coronan sus cabezas con los colores que habrán de ser los de la Patria. Así nació la Escarapela.
Al inaugurar el 27 de febrero, la
batería Independencia levantó, a modo de bandera, una gran escarapela
blanca y azul celeste. El Triunvirato desautorizó esto y ordenó a
Belgrano que ocultase la bandera. Un acto de cobardía de aquellos que
temían declararse en forma decidida por la independencia. Pero Belgrano
no recibió esa orden, ó hizo como que no la había recibido, y avanzó
hacia el norte con el pabellón haciéndolo bendecir el 25 de Mayo de 1812
en Jujuy, diciendo: “¡Ea, pues, soldados de la Patria; no olvidéis jamás que nuestra obra es obra de Dios; que Él nos ha
concedido esta bandera y nos manda que la sostengamos”.
Antes, el 27 de febrero, había dicho: “Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la independencia y de la libertad. En fe de que así lo juráis decid conmigo ¡VIVA LA PATRIA!”
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