Por Claudio Cháves
Cuando se repasan los discursos o las improvisaciones ante
cámaras y micrófonos que Néstor Kirchner realizaba, en su época de mayor esplendor, se puede
apreciar de qué manera recurrente apelaba, independientemente de su discurso
político, a dos valores que, según definición, engalanaban su personalidad. ¿Cuáles
eran ellos?
¡El valor de la humildad y el rechazo a la hipocresía!
Recorra el lector aquellas “piezas oratorias” y sume
las veces que esos vocablos integraron sus exposiciones. Se sorprenderá de
lo repetitivo del término.
-
¡Lo digo humildemente!
-
¡No hay que ser hipócritas!
Hizo del culto a la sencillez y la simpleza una
escuela política muy a tono con sus piezas oratorias.
Su estilo, sus maneras, su estética, hablaba de un
hombre detenido en el tiempo. No hay duda de ello, pues su programa de gobierno
y su cultura política fundían en el pasado.
Con sus trajes cruzados y sus mocasines, el 70’ le brotaba por los poros.
La vida y los años, ¡al fin y al cabo!
no lo habían cambiado.
Asomaba como un individuo leal a su historia personal.
¡El valor de ser siempre el mismo! Los cargos y el dinero no habían logrado
travestirlo.
¡No vengo a gobernar el país para dejar mis ideales
afuera de la casa de Gobierno! Advertía.
Por eso cuando firmó en el cuaderno de la Casa Rosada
su nombramiento como Presidente, de ninguna manera aceptó la pluma fuente que
le alcanzó el Escribano de Gobierno. La rechazó de plano. Seguramente por elitista y oligárquica. De su bolsillo “peló”
una Bic, republicana y plebeya y estampó su firma para la historia. Alzó la
birome, desafiante, y el establishment tembló.
Todo él transpiraba sencillez, simpleza, humildad y
compromiso. Naturalmente.
Hoy esa birome descansa en el Museo del Bicentenario
junto a sus mocasines, a la vista del
desprevenido paseante que se interroga acerca de la historia nacional.
Sin embargo la realidad a veces es más compleja: un
hombre puede ser distinto a cómo se muestra. O al menos en algunos casos. El
sabio dicho popular “Dime de qué alardeas y te diré de que careces” pareciera
cumplirse con el ex presidente, manifestándose una personalidad sorprendente:
amante desaforado del poder y receloso acumulador de dinero. Al punto de ser
uno de los hombres de mayor fortuna del país.
Aquél Kirchner,
inocentón y rupestre, ocultaba un hombre cicatero y complejo.
La payasada, ayer, se volvió a repetir. Su alter ego,
el Diputado Rossi, al firmar el
libro de su nombramiento, rechazo con energía revolucionaria la lapicera
neoliberal. Estampó su firma. La alzó triunfante. Buscó la foto. Y como si
fuera el gorro frigio de los marselleses o la hoz y el martillo de los obreros
de Petrogrado, la blandió heroico ante la barra ululante que lo aclamaba. Todo
un símbolo de los tiempos que corren.
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