Buenos
Aires, 04 de septiembre de 2014
* Por Hugo Reinaldo Abete
Ya pasaron dos meses del mundial de futbol, tiempo en que
hemos vivido y pensado casi en forma permanente en términos futbolísticos. Ya
de nuevo en la realidad cotidiana, se podría pensar que lo relacionado con el
deporte popular ya pasó, ya fue. Sin embargo, la situación social argentina no
sólo no parece no estar alejada del entorno futbolístico, sino que ha
incorporado lo peor de su “cultura”.
En efecto, pareciera que los políticos corruptos, de
tanto utilizar los servicios de las barras bravas para sumarles votos y otras
“cosas” que consiguen mediante su prepotencia, su violencia, su soberbia y
patoterismo, han logrado extender estas malas costumbres a una parte importante
de la sociedad. Y lo peor, es que también estos procedimientos son utilizados
por quienes hoy ejercen el gobierno en la Argentina.
Que nuestra sociedad se haya sentido identificada con el
canto “Brasil decime que se siente” y
que el mismo se lo hayan cantado muchos compatriotas a los brasileños en su
propia casa, ante toda su gente y en el peor momento futbolístico de su
historia, habla claramente sobre cómo la cultura “barra brava” se va imponiendo
en nuestra sociedad. Aunque es justo decir que tampoco los brasileños se quedan
atrás en ese sentido, ni siquiera los correctos y disciplinados alemanes…
Precisamente, esa cultura o mejor dicho contra cultura,
encuentra sus fundamentos en la ofensa hacia el adversario. Lejos de
construirla en el legítimo aliento de sus banderías, lo hace denostando al
adversario. El gobierno de Cristina aparte de copiar los métodos soberbios,
patoteros, corruptos y violentos de los barra brava, también toma como propio
ese bajo concepto de creer que “hundiendo al otro se crece”. En tal sentido, es
lo que hace Cristina cada vez que desde una cadena nacional le canta “…decime que se siente” a todos los
argentinos que no piensan como ella, y que no son pocos, por cierto.
Pero hay que reconocer que también parte de la cultura futbolera
ya está ínsita en el corazón de la sociedad argentina y es muy propio de
nosotros eso de “pasar de canillita a
campeón” en “menos de lo que canta un
gallo”. Sin ir más lejos, por estos tiempos de negociaciones por los fondos
buitres, se escuchó en el lapso de una semana a un mismo periodista, calificar
de “imberbe ministro de economía
marxista”, cuando este partió para Washington para negociar la deuda, y
como “probable futuro candidato a la
presidencia”, cuando “aparentemente” habría realizado una buena gestión.
Pero más grave aún es lo que sucede por estos tiempos con
el vandalismo muy propio de los barras bravas y que se ha extendido a todo acto
público donde se concentra un grupo considerable de personas.
Indefectiblemente, siempre el acto termina con muestras de salvajismo y a eso
nos estamos acostumbrando los argentinos. Y los políticos en lugar de atacar
las causas que lo generan (la droga, los subsidios demagógicos que fomentan
vagos, la falta de trabajo, de educación y de cultura), alegremente se dedican
a financiar sus efectos con la plata del pueblo.
Efectivamente, según cifras publicadas hace poco más de
un mes en Clarín, la Ciudad de Buenos Aires gasta alrededor de cinco millones
de pesos por mes para reparar, restaurar o reponer lo que los vándalos
destruyen en cada concentración pública o en lo que algunos ignorantes
anárquicos llaman “arte urbano”, tratando así de justificar que se coloquen
grafitis de todo tipo en vagones de trenes o subtes o frentes de edificios u
otras propiedades. Repito, alegremente, ante el vandalismo criollo, la policía
no hace nada y la justicia menos, y al otro día el gobierno destina gran
cantidad de personal y medios para reparar la parada de colectivos, restaurar
las estatuas mutiladas, reponer el bronce robado, volver a pintar los vagones o
reponer lo que quedó destruido. ¡Un verdadero despropósito!... Ni hablar de los
particulares que son perjudicados cuando las turbas asaltan sus locales
comerciales, los vacían y destruyen. Y el problema no es quién paga, sino
permitir que se llegue a esa situación. Es decir, la causa sobre el efecto y no
al revés. No es cuestión de poner más rejas, más cámaras y más policías, es
cuestión de atacar con decisión las causas que generan semejantes conductas.
Como corolario de lo expresado, restaría agregar que el
actual gobierno, en particular, y toda la clase política, en general, son los
principales responsables de esta nivelación hacia abajo que nos impone la
cultura barra brava en la sociedad. Y hasta que, desde arriba no haya buenos
ejemplos, la cosa va a seguir igual. No basta con reeducar a los barra, es
necesario terminar con esta casta de políticos, jueces y funcionarios corruptos
y crear las condiciones para tener dirigentes virtuosos.
¡Por Dios y por la Patria!
*Hugo Reinaldo Abete
Ex Mayor E.A.
¡Que bueno si este señor fuera candidato a presidente! ¿porque no hay candidatos asi? ¡No hay a quién votar!
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