En la foto: el Coronel Juan Francisco Guevara
Por Cosme Beccar Varela
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Murió el Coronel Juan Francisco Guevara. Es muy posible que muchos argentinos, especialmente los jóvenes, no sepan quién era él. Sin embargo, fue un héroe de los mayores que ha engendrado esta tierra argentina. Él fue el que organizó y realizó una de las gestas más heroicas y más gloriosas de nuestra Historia: el derrocamiento de la tiranía de Perón en Septiembre de 1955.
La vida humana es breve, aunque dure como en el caso el Coronel Guevara, 87 años. Sin embargo, toda la vida de un hombre se define por su respuesta al llamado de la Providencia en un momento crucial de su historia y de la historia de su Patria.
Dios nos convoca al cumplimiento de una misión poniéndonos delante de una circunstancia decisiva y nos da a entender que, dentro de ella, tenemos que desempeñar un papel insubstituible. Nos deja en libertad de aceptar y nos asiste con Su gracia para hacerlo y para el cumplimiento de nuestra misión. Lamentablemente, también podemos rechazar ese llamado y pretextar cien excusas para eludir el cumplimiento del deber.
El entonces Mayor Guevara respondió a ese llamado con decisión varonil y marchó sin miedo por la peligrosísima senda que la divina Providencia le mandó recorrer. Él eligió como contraseña de la maravillosa gesta unas palabras que la definían y que lo señalaban a él como hombre providencial. La contraseña fue: "¡DIOS ES JUSTO!".
Las circunstancias ante las cuales Dios puso al Mayor Guevara indicaban claramente cual era la misión que Él le daba. No cabía duda alguna, porque el rechazo de esa misión implicaba la posibilidad casi cierta de un agravamiento enorme de un mal cuya presencia, como realidad y como amenaza era imposible negar.
¿No había otros que pudieran hacer lo mismo? Sí. Estaba, sobre todo, el gran General Eduardo Lonardi, Jefe valerosísimo de la Revolución, él también fue un hombre providencial llamado por Dios de una manera clarísima tanto más que, a último momento, el que parecía estar al frente del movimiento había declarado que era imposible intentarlo ese año de 1955. El General Lonardi, sabiendo que la demora implicaba tal vez un triunfo definitivo del tirano, resolvió seguir adelante asumiendo toda la responsabilidad de hacerlo de inmediato. Sin embargo, sin la preparación esencial que debía realizar el Mayor Guevara para reunir los cuadros, el General Lonardi no hubiera podido derrocar a Perón. Veremos cual fue el papel extraordinario de este valiente oficial
* * *
En el año 1955 la Argentina vivía bajo la tiranía de Perón, una de las peores de nuestra historia. El tirano odiaba la Argentina tradicional y con el pretexto de hacer justicia social, incitaba a la lucha de clases y construía un Estado social-sindicalista. Poco antes había hecho aprobar el divorcio vincular, contrario a la moral católica, y había empezado a organizar milicias populares que iban a sustituir el Ejército cuyos jefes máximos en actividad, para colmo de males, ya habían renunciado al cumplimiento de sus deberes patrióticos por razones turbias, entre ellas, el soborno desvergonzado o el miedo inconfesable.
En una escalada de perversidades, de repente, sin razón política aparente, Perón atacó a la Iglesia Católica y ordenó la quema de varios templos tradicionales de Buenos Aires. Yo fui testigo de la manera alevosa como se preparó la quema de la Curia metropolitana.
A las 7 de la tarde del 12 de Junio de 1955 -al día siguiente de la inmensa procesión de Corpus Christi que recorrió las calles de Buenos Aires como un testimonio mudo de resistencia frente a los ataques del tirano contra la religión-, varios católicos nos apostamos en las escalinatas de la Catedral para impedir la entrada de unos doscientos peronistas que insultaban a la Iglesia desde la calle y que tenían la obvia intención de profanar el templo. La Policía de Perón miraba y no intervenía. Cuando empezaron a llover ladrillazos y hubo algunos heridos entre los nuestros, nos encerramos en la Catedral y en la Curia para defenderlas. Por las ventanas vimos, durante largas horas de la noche, como los doscientos agresores marchaban por la Plaza de Mayo, portando antorchas encendidas, a vista y paciencia de la Policía. En la madrugada del día siguiente la Policía nos desalojó y condujo a la cárcel de Villa Devoto.
Cuatro días después fue quemada la Curia, con todo su tesoro de archivos históricos y también varias iglesias de Buenos Aires: San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio, San Nicolás y otras que fueron incendiadas. El Santísimo Sacramento fue profanado, las imágenes sagradas decapitadas y los profanadores se robaron varios objetos del culto, además de usar las vestiduras eclesiásticas como disfraces y bailar en las calles como signo de irrisión. (El convento de San Francisco tenía un Museo en el que se exhibían las imágenes vejadas por la chusma. Cuando Perón volvió al poder en 1973, desmantelaron el Museo y las imágenes desaparecieron. Fueron inútiles mis esfuerzos para que me dieran esas imágenes y hasta ofrecí comprarlas. Desaparecieron. ¿Estarán en algún sótano de San Francisco o los monjes cobardes las habrán destruido, en un gesto peor que el de los bestiales villanos del 55?)
El entonces Mayor Guevara se sintió obligado a acabar con estas afrentas contribuyendo decisivamente en el armado de la Revolución que debía derrocar a Perón y poner punto final a su nefasta labor destructiva.
Era sólo un Mayor, no tenía mando de tropa, no tenía plata ni medios de publicidad, ni podía formar un movimiento político que tomara el poder. Sin embargo, contra todo cálculo razonable el Mayor Guevara fue uno de los principales autores de la conspiración que debía terminar con esas ignominias, enfrentando para ello peligros y dificultades enormes. No debe olvidarse que la tiranía de Perón se basaba en gran medida en el soborno de los altos mandos del Ejército y que los generales honrados habían sido casi todos pasados a retiro y que la represión policial más brutal suprimía de la noche a la mañana a quienes conspiraran en su contra.
El Jefe de la Revolución iba a ser el Gral. Aramburu pero a último momento, cuando Perón ya había comenzado a detener a varios de los oficiales comprometidos, resolvió que las condiciones no estaban dadas y que habia que esperar un año. Con la estrecha colaboración del Mayor Guevara en la urdimbre de la conjura, el Gral. Eduardo Lonardi asumió la Jefatura de la Revolución y resolvió no postergar el pronunciamiento.
"No le era posible concebir -dice su hijo en el libro "Dios es justo"- que los miembros del ejército se hubieran convertido en soldados mercenarios, insensibles a la tragedia que asolaba al país en manos de un gobernante que destruyó las instituciones, conculcó los derechos de la persona humana y se erigía ahora sobre las ruinas humeantes de los templos, símbolos de la fe de su pueblo, en dueño y señor de la vida" (Pág. 38, op cit).
Aunque los oficiales que se había logrado comprometer en la acción eran muy pocos y casi todos jóvenes, más algunos pocos oficiales superiores retirados, la represión iniciada por Perón urgía iniciar el movimiento so pena de que la conspiración se deshiciera por pérdida de sus heroicos integrantes. El Gral. Lonardi, sin más tardanza, se fue en ómnibus a Córdoba en donde dio las primeras órdenes y decidió empezar la Revolución tomando la Escuela de Artillería en la cual un oficial se había unido a la conspiración. Eran, sin embargo, una minoría casi insignificante. Todo dependía de la audacia y del coraje de esos pocos. Muy cerca estaba el regimiento de infantería de Córdoba con 1.800 hombres, que sostenía a Perón y que tenía un poder muy superior al de la Escuela de Artillería.
Sería largo relatar en detalle la acción de esa madrugada del 16 de Septiembre de 1955 en la que el Gral. Lonardi, personalmente, tomó la Escuela de Artillería al frente de sólo seis hombres, haciendo prisionero al Director de la Escuela, Coronel Turconi que intentó resistir. Baste saber que con ese pequeño comienzo, inseguro, riesgosísimo y sumamente incierto se inició la acción armada que debía liberar la Argentina de la tiranía de Perón. Ad perpetuam rei memoriam debo dar los nombres de esos seis héroes: Coronel Arturo Ossorio Arana, Capitanes Ramón Molina, David Uriburu y Ezequiel Pereya Zoraquín, y el ex-cadete Arturo Ossorio Arana (h). Debe constar que todos los oficiales, nombrados, incluyendo al Gral. Lonardi eran retirados (ver "Dios es Justo", por Luis Ernesto Lonardi, pags. 71/72,).
Se engañan quienes creen que Perón era un dictador "de derecha" y católico. Tras su virulento ataque al catolicismo y el incendio de las iglesias había quedado claro que intentaba descristianizar el país. Y en cuanto a su pretendido "derechismo" queda desmentido por la sistemática incitación a la lucha de clases que era la base de su estrategia política. Y por si esto no fuera suficiente, debe recordarse que ya en el exilio declaró, entre otras cosas de la misma especie, lo siguiente: "Yo hubiera sido el primer Fidel Castro de América" (entrevista de Carlos María Gutiérrez con Perón, de Febrero de 1970, citado en el libro de Jorge Obeid, "Cuba, Fidel y el peronismo", Pág. 113)
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El 31 de Agosto de 1955 Perón espetó un discurso que fue como una proclama de muerte contra toda forma de oposición. Me acuerdo perfectamente de la tremenda impresión que eso me produjo (tenía 17 años) y a todos los argentinos de bien. Dijo el tirano, entre otras cosas:
"A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor. Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino... Y también que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que no los hayamos aniquilado y aplastado...Yo pido al pueblo que sea él también un custodio. Si cree que lo puede hacer, que tome las medidas más violentas contra los alteradores del orden."
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El Coronel Juan Francisco Guevara era en ese entonces Mayor, es decir, no tenía jerarquía militar suficiente como para mover al Ejército. Pero sí podía hacer contactos con oficiales superiores y pedirles su adhesión al movimiento. Y eso fue lo que hizo con enorme riesgo de ser denunciado en cualquier momento, detenido y torturado para que revelara los hilos de la conspiración. Asumió heroicamente ese riesgo y logró sumar varios oficiales superiores, tanto del Ejército como de la Aeronáutica y de la Marina que fueron decisivos para la Revolución.
El Cnel Guevara fue un hombre providencial que respondió con un "¡SÍ"! rotundo al llamado de Dios para contribuir decisivamente al derrocamiento de Perón. Y por eso fue grande. En ese momento actuó inspirado y guiado por la divina Providencia.
Lo que hizo después en su vida estuvo bien y muchas de sus acciones, como la de entrar en el seminario a los 86 años de edad, son admirables. Pero su vida se realizó y se cumplió en aquel memorable 1955 y en aquella gesta gloriosa del derrocamiento de la tiranía peronista. Ese fue el momento cúlmine que definió su vida para toda la eternidad. Lo demás fue seguir siendo virtuoso como corresponde a todo católico, para salvar el alma.
El heroísmo del Cnel. Guevara es sólo comparable con su modestia. Debo decir que desde que me enteré del papel que desempeñó en el derrocamiento de Perón le tuve una gran admiración y nada me parecía comparable a aquella extraordiaria gesta de 1955. Pero él minimizaba siempre su papel decisivo en aquel momento de inmenso peligro para la Patria.
Sólo me queda rendirle este homenaje póstumo y lamentar amargamente que todos los "hombres providenciales" que sin duda Dios ha suscitado desde entonces para rescatar la Argentina de su triste destino, han dicho y están diciendo un "¡NO!" rotundo a ese llamado.
Dios quiera que el ejemplo del Coronel Guevara inspire a quienes deben salvar a la Argentina nuevamente de esta ignominiosa excrecencia de Perón que nos tiraniza hoy al servicio del marxismo.
* Cosme Beccar Varela
E-mail: correo@labotellaalmar.com
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