Por Hugo Esteva
Un personaje muy cercano al poder kirchnerista, de oído habituado y boca ligeramente desbordada, contó que hace ya unos años Kunkel había vociferado en los pasillos de la Casa de Gobierno que “ellos” están haciendo una revolución y que la iban a culminar “con los Kirchner o sin los Kirchner”. Esa es la verdad y ese es el “modelo” que nunca explican: la guerra revolucionaria por otros medios. La diferencia es que los Kirchner, revolucionarios de retaguardia en los setenta cuando había tiros, le han tomado el gusto y se quieren mantener a la cabeza ahora que están en el poder.
Es claro que hoy es más fácil porque el mundo ha girado culturalmente a la izquierda. Pero no lo es menos que estos gobernantes se han propuesto dar otra vuelta de tuerca al movimiento de las estructuras socio-políticas hacia la revolución. Tal la verdad de fondo y, en nombre de tal movimiento, todo lo que no acompañe va a ser arrasado. Tal la “única realidad” y la explicación para que esta banda siga caminando a paso acelerado, con la boca babeante de falsa democracia, aun en contra de la voluntad de la mayoría.
Esto, que surge del más elemental análisis, es sin embargo lo que callan toda la falsa oposición y los “comunicadores” en general. Allí demuestran ser socios, conscientes o no, del proceso revolucionario que no va a ser detenido hasta que se lo reconozca como tal.
No hay diálogo posible. Porque el diálogo, para los revolucionarios, es sólo una maniobra de entretenimiento hacia el adversario antes de volverlo a atacar. No hay concordancia posible porque el revolucionario sólo apunta a aniquilar. Va por todo: tiene que reemplazar el orden preexistente por el que le dicta su utopía. Es más, cuando uno se siente tentado a coincidir aún en lo mínimo con el revolucionario es porque ha empezado a claudicar en la defensa de lo propio.
El gobierno de los Kirchner ha dado ya pruebas más que suficientes. Y quien pueda haberse confundido por un instante cuenta ahora con todas las evidencias para saber adónde vamos. Porque se quieren quedar con toda, absolutamente toda nuestra libertad.
La lucha del gobierno contra el campo es el ejemplo más fácil de entender. Allí se ve con claridad que los destructores han preferido hacer perder al país una de sus más importantes oportunidades económicas, con tal de desarmar a un sector de la sociedad que podría conservar un grado de independencia que los revolucionarios no toleran desde lo más profundo de sus vísceras.
Pero ese conflicto es también la demostración de que los dirigentes necesitan un grado de cultura e inteligencia políticas con la que los agropecuarios no cuentan. Ellos no son cómplices como los políticos, pero su temor a la impopularidad mediática los ha paralizado. Van a necesitar de otros ingredientes si quieren hacer de su genuina lucha una fuerza que ayude a sacarnos del pantano al que empujan los revolucionarios.
Los revolucionarios han aprendido con el luciferino Gramsci que se trata, nada menos, que de cambiar a la sociedad su sentido común, para ellos demasiado cristiano a pesar de todo. De ahí que apunten, como hacen los Kirchner, a destruir la educación, la cultura, la justicia, la salud preexistentes sin reemplazarlas por nada. Con la utópica ilusión de sembrar luego sus semillas en el desierto.
Con esa idea en el fondo de sus torvos corazones han peleado por la nueva ley de medios como si fuera la última vez. Y allí probablemente han cometido su primer gran error. No porque los actuales patrones desplazados, sus cómplices en gran parte, vayan a organizar ningún movimiento reivindicatorio; sino porque los obsecuentes van a empezar a escribirles el “diario de Irigoyen” como hacían los chupamedias del enfermo presidente radical.
Hay que tomarse el arduo trabajo de leer “El Argentino” o “’La Gaceta”, esos pasquines de distribución gratuita y cada vez más profusa que regalan los revolucionarios, para saber lo que viene en materia de medios: una pesada ensalada ideológica cada vez más alejada de la realidad. Y esa mentira va a confundir, antes que a nadie, a los propios revolucionarios, que van a perder noción y medida de lo que pasa.
Los demás vamos a acceder a la verdad por otros caminos, aunque sea porque la verdad siempre encuentra su modo de brillar.
Los Kirchner, como cabeza temporaria de la revolución, van a tratar de “profundizar el modelo” que consiste en desarmar todo atisbo de verdadera libertad dentro de nuestro pueblo. Porque están en guerra con la Argentina profunda. Con ese afán la han desarmado y la seguirán desarmando en todos los órdenes.
Lo que -en el mejor de los casos y para no tener que pensar que son tan miserables como para protagonizar a sabiendas semejante traición- quizás no miden es que su proyecto tiene patas cortas. Porque, por un lado, es altamente probable que poderes mucho más fuertes que el suyo terminen apropiándose de una Argentina decadente e indefensa, pero rica aún en recursos naturales. Por otro, es más seguro que la promesa fundacional de una patria noble apuntando a la Verdad renazca de los sueños de sus mejores hijos vivos y muertos, e ilumine al fin tanta tribulación. Por eso luchamos.
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