En la foto: Entrevista a Patricia Martínez Peroni, profesora de antropología en el CEU San Pablo
Hasta hace bien poco podíamos referirnos sin problema alguno al género masculino y al género femenino como sinónimos de sexo masculino y sexo femenino. Pero cada vez con mayor ímpetu se va extendiendo esa ideología que presenta con otro contenido a la palabra «género». Sobre la historia, del desarrollo y la actualidad de esta cuestión responde a Jorge Enrique Mújica, LC, una especialista en el tema, la profesora Patricia Martínez Peroni, docente de antropología en la Universidad CEU San Pablo, de Madrid.
(Jorge Enrique Mújica/InfoCatólica) La situación no es de poca importancia: el homosexualismo político y el «feminismo» radical abanderan la imposición del gender ideology (ideología de género) y las acciones tienen repercusiones que no se pueden minusvalorar. No se trata ya sólo de la vida privada de las personas sino del futuro mismo de la sociedad.
–Jorge Enrique Mújica: Desde la década de los 60´s algunas organizaciones internacionales promueven la imposición de la palabra “género” (gender) en las legislaciones de diversos países. ¿Cómo nació ese movimiento y qué entienden esas organizaciones por el concepto “género”?
–Prof. Patricia Martínez: El feminismo y la ideología del género surgen como movimientos sociales correlativos pues ambos persiguen la “autonomía” o la “autoconstrucción” frente a un Dios Creador y Padre, del cual fuimos hechos “imagen y semejanza” como varón y mujer, en complementaria diferencia de naturaleza sexuada. En su raíz político-social está la herencia ideológica marxista de sus postulados de manera sesgada, para atenuar así su germen revolucionario.
La estrategia ha consistido en borrar todo vestigio de un orden natural, potenciando un naturalismo exacerbado contradictoriamente en sus posibilidades, lo cual ha generado, a la postre, una contracultura de irracionalidad emotivista en sus postulados, al margen de la ciencia actual, cayendo en la irrealidad de la pura ideología constructivista que aliada al desarrollo técnico no ve límites éticos en sus demandas políticas.
Como señala Jesús Trillo-Figueroa: “El género es la consideración de que el sexo no es algo innato, sino adquirido, es decir, uno no nace hombre o mujer por naturaleza, sino que uno es lo que adquiere en función del desarrollo de su personalidad a lo largo de su vida en la sociedad: masculino, femenino, bisexual, transexual, etc.”.
El concepto “género” utilizado como categoría lingüística y política surge alrededor de 1995 en la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer, realizada en Pekín. En ella se dijo que “Género se refiere a los roles y responsabilidades de la mujer y del hombre que son determinados socialmente. El género se relaciona con la forma en que se nos percibe y se espera que pensemos y actuemos como mujeres y hombres, por la forma en que la sociedad está organizada, no por nuestras diferencias biológicas”.
–¿Se puede decir que se trata de una “lucha” entre la naturaleza del ser humano y una aparente construcción cultural?
–Aunque en parte ya quedó respondida, sí se puede explicitar esta paradoja que vive el hombre hoy. Decía el Cardenal Poupard, ya hace tiempo, “Hoy más que nunca la problemática de la cultura en la época contemporánea viene a ser punto de convergencia para orientar el siglo futuro. La contracultura de la muerte (la pérdida del ser y su identidad, es decir el “género”, añadimos nosotros) surge del secularismo moderno y se inserta en los modelos de sociedades laicas que se proponen con eufemismos ligeros, pasajeros e inconsistentes. Muchas son las sombras que oscurecen y acompañan el sentido y el destino del hombre fruto del secularismo. Hoy el neopaganismo ha encerrado al hombre en sí mismo y quieren encontrar en él, en su razón o subjetividad, una distancia con la naturaleza que sólo es posible percibir desde Dios… A la contracultura de la muerte hay que contraatacar con la cultura de la vida”.
El drama actual podría resumirse muy sintéticamente en que negado el ser, es crítico el conocer, y por ende, caótico el obrar humano. Por tanto, ¿cómo saber cuál es la verdad del hombre? ¿Qué sentido tiene la familia si no se conoce qué es la persona? Si se desconoce la estructura de la subjetividad humana, ¿cómo aventurar estabilidad en el conocimiento y en los afectos hacia el otro? ¿Si no existe el Otro con mayúsculas, por qué amar a los otros, o amarse a uno mismo?
Nos hallamos ante un debate cultural que, contrariamente a lo que piensa el común de la gente, no tiene fundamentos científicos de ningún tipo para quienes detentan el poder y la presión política a través de lobbys, y que tergiversan el sentido común y la inteligencia de las personas sensatas. Nos hallamos frente a la pura y dura ideología que en su aparente coherencia discurre en base a las apariencias, a las medias verdades y a las emociones sin sujeciones razonables a un pensamiento anclado en la realidad del ser humano y el orden natural.
La dialéctica “naturaleza-cultura” ha sido transmutada por el reduccionismo monista en una hipertrofia de la ideología, en base al racionalismo ideológico y al estructuralismo filosófico-político. El sustrato metafísico que soporta la realidad (el ser, el conocimiento y el obrar humano), en dichas ideologías es la “antimetafísica del ser”…
Proclamando la absolutización de la libertad, o más bien del “libertinaje”, paradójicamente caerían en el determinismo irreversible, al sostener que la “orientación sexual no es elegida, no es modificable y no se contagia ni influye a los demás”. Es una especie de “constructivismo innatista” y unidireccional, sin vuelta atrás, de ahí que no admitan las terapias reparativas de la homosexualidad pues la deconstrucción es sólo para el orden natural, no para su subversión cultural.
Asistimos, por tanto, a la desintegración de la unidad e identidad de la persona en su esencia primera, cuerpo y alma espiritual, y en su naturaleza dinámica y operativa a nivel de diferenciación sexual como personas sexuadas desde el inicio de la existencia, como varón y mujer. Perdida así su unidad e identidad personal se fracturaría la unidad e identidad sexual.
De ahí que sea “la sociología del género” (la apariencia de los comportamientos psicosexuales atomizados de la naturaleza neurobiológica) el referente ético de la nueva “promiscuidad y perversidad sexual” la que registraría y promocionaría las conductas hoy, justificadas en la “diversidad y la autoconstrucción de la orientación del deseo” como paradigma jurídico y social en los nuevos derechos a la igualdad y la no discriminación.
–Poco a poco los grupos que promueven la ideología del género han ido ganando terreno. ¿Puede mencionar algunos de esos grupos, los más importantes, y los pasos que han ido alcanzando?
–Poco podría añadir a lo que ha investigado de manera exhaustiva y brillante el padre Juan Claudio Sanahuja, uno de los pocos que hoy en día conoce en profundidad la maraña ideológica que vertebra el nuevo orden mundial a través de sus organismos y agencias internacionales. A modo de glosa de sus escritos, es reseñable que el término “reingienería social” aparece en los documentos preparados por las Naciones Unidas para las conferencias y cumbres de la década del 90´s, destacando que “nos encontramos ante un plan de dominio global, que pretende imponer un pensamiento único que dé respuesta a todas y cada una de las circunstancias de la vida de la persona”.
Y añade: “sin ir más lejos, en 1992, la DAW (División para el Avance de la Mujer de la ONU) y el FNUAP (Fondo de las Naciones Unidas para la Población), decidieron que los estudios sobre la distribución de la riqueza, el mejor acceso a la educación y a la salud para ambos sexos, la reducción de la mortalidad infantil y las medidas para elevar la condición de la mujer, si bien no están incorporados a los programas de planificación familiar , se deben dirigir a reducir la natalidad.
Además, concluyeron, en orden a hacer efectivos a largo plazo los programas de planificación familiar, éstos no habrán de ser enfocados solamente a la reducción de la natalidad dentro de los roles existentes de Género, sino que se deberán cambiar los Roles de Género en orden a reducir la fertilidad” (DAW-UNFPA).
Advierte el mismo Sanahuja, que ya en 1993 la Organización Mundial de la Salud definió qué entiende por “género: “La identidad de género es la convicción personal, íntima y profunda de que se pertenece a uno u otro sexo en un sentido que va más allá de las características cromosómicas y somáticas propias”. En otras palabras, las naturales diferencias sexuales no determinan la identidad de las personas como hombres o mujeres. En esa línea, el Consejo Económico Social aclara: “El sexo de una persona es determinado por la naturaleza, pero su género lo elabora la sociedad”, afirmación hecha por la Comisión de Desarrollo Sustentable.
Se ha elaborado un discurso “políticamente correcto” desde estos organismos y los movimientos de feminismo radical y cultura gay, que han fraguado bajo el paraguas de los Derechos Humanos los nuevos “derechos” de la mujer (salud reproductiva, aborto, etc.), derecho a la diversidad y orientación afectivo-Emocional (homosexualismo, lesbianismo, transexualismo, etc.) y el siempre ambiguo derecho a la igualdad y no discriminación (diversidad de “familias”, no discriminación y homofobia, etc.) como nueva arquitectura axiológica para la sociedad.
La consigna política es trabajar bajo la “perspectiva de género” en todos los ámbitos de la vida personal y social de las comunidades políticas, y excluir a quienes manejen otro lenguaje o categorías antropológicas, particularmente las religiones monoteístas, y en particular la Iglesia católica, por ser un referente moral de la persona y la familia según el orden natural legislado por Dios.
–Entre otros muchos puntos graves, parece especialmente falsa la tratativa que desde la perspectiva del género se da a cuestiones como la maternidad. Según la ideología del género el amor materno no estaría inscrito en la naturaleza de la mujer, sino que sería un sentimiento provocado por un determinado contexto cultural. ¿No es esto manipular verdades, instrumentalizar a las mujeres y violentarlas al fin y al cabo? ¿Es posible otro feminismo?
–Prof. Patricia Martínez: Comienzo a responder por lo último, por la posibilidad de otro feminismo, o un “feminismo de la diferencia” como suelen llamarle. Soy enemiga acérrima de la palabra “feminismo”. No la admito ni tan siquiera con calificativos benevolentes. Por dos motivos fundamentales.
Primero, no tenemos necesidad de hablar de feminismo, pues mujer y femeneidad no han quedado obsoletos, siguen plenos de sentido y sólo la falta de uso por quienes se sienten “acomplejados” está llevando a su pérdida en el lenguaje cotidiano.
En segundo lugar, me parece absurdo hablar de “otro feminismo” o de “feminismo de la diferencia” para edulcorar un concepto viciado de raíz, por las connotaciones ideológicas y políticas que lo gestaron. ¿Se nos ocurriría hablar, por ejemplo de “otro machismo” o de “machismo de la diferencia”? Y, en el plano espiritual, no ya antropológico, ¿podríamos decir “otra secularización” o “secularización de la diferencia” para aludir a la santidad en términos que no molestasen a una sociedad laica?
No creo en la neutralidad de los conceptos, pues creyendo que hablamos análogamente estamos utilizando conceptos equívocos para el hombre racionalista que discurre en el puro subjetivismo. Y cediendo en el lenguaje de manera nominalista estamos colaborando ingenuamente a la enajenación de lo real, perdiendo los hábitos intelectuales propios del espíritu humano. Debemos crear cultura, no ir a remolque del mundo y sus discursos inmanentistas.
Abordando el tema de la mujer y la maternidad como constitutivo natural de su estructura psicosomática, evidentemente el feminismo y la ideología de género no sólo niegan y manipulan su identidad constitutiva, sino que frustran la capacidad de plenitud y felicidad que conllevan. Tanto es así que por eso buscan “la adopción no sólo los mal llamados matrimonios homosexuales, sino también las familias homoparentales de lesbianas y otras individuas al uso”.
Aunque vendrá la recuperación de la naturaleza biológica e identidad de la especie humana por las neurociencias actuales, cabe la posibilidad de reafirmar la unidad bio-psico-espiritual de la mujer no sólo por la naturaleza que hará justicia a los desmanes ideológicos, sino por la ciencia en su justo término, pues la neurobiología del cerebro hoy aporta datos contundentes sobre la diferenciación y la identidad de varones y mujeres.
–Muchas personas actúan con nobleza y sienten la inquietud de conocer más acerca de los grupos que promueven estas ideologías. ¿Qué les recomienda? ¿Por dónde empezar y cómo actuar?
–Más que un plan de formación o estudios… es todo un plan de vida o proyecto vital lo que hay que plantear, pues el varón y la mujer viven y defienden a través de la cultura que les alberga, un modo humano de vivir, no una doctrina, y menos una ideología de signo contrario a la que les desdibuja su orden natural.
Enumeraría unas “pautas antropológicas” hacia la plenitud humana, que deben conllevar por nuestra fragilidad existencial, un reforzamiento espiritual y racional a nivel de formación humana.
1- Misterio y contemplación: recuperar el “silencio ante lo esencial”. Sin capacidad de escucha, sin sosiego ni orden externo e interno, no hay posibilidad de vida interior, psicológica y moral, por ende nuestro espíritu es pura entelequia decorativa.
2- Sentido común y vida de gracia: los primeros principios nos hacen relacionarnos con la realidad por connaturalidad con el orden moral, y por ello no es cuestión muchas veces de ciencia sino de sensatez, el pensar bien.
La Gracia, que supone la naturaleza, perfecciona nuestro entendimiento y potencias espirituales, para suplir nuestras limitaciones. Hay que ser dóciles y no “autárquicos” en los planes de Dios sobre nuestra existencia.
3- Santidad y formación espiritual: la luz de la fe y la comunión en la caridad nos eleva a la comprensión de los misterios insondables del Creador haciéndonos descubrir las profundidades no sólo de la vida divina, sino de la humana existencia.
La formación espiritual en el magisterio vivo de la Iglesia nos edifica de manera pedagógica en las coyunturas personales y sociales que nos interpelan.
4- Estado de vida y coherencia: la unidad de vida personal y social exigen no sólo integridad sino fidelidad a una vocación a la cual fuimos llamados. Y el sentido último que como varones y mujeres daremos al obrar moral serán nuestras propias acciones virtuosas, que como medios conducentes a un fin, nos llevarán a la felicidad.
5- Formación filosófica y antropológica: en una época de ideologías es urgente recuperar los hábitos intelectuales para actuar con inteligencia y virtudes cardinales.
6- Librar el buen combate: no mundanizarnos creyendo que ganaremos el mundo para Cristo; al contrario, ser otro Cristo para salvarnos e instaurar el reinado social de Cristo, sólo así podremos Evangelizar.
7- Gratitud y gratuidad: ante el don y misterio de la vida, y de la propia identidad humana y psicosexual, aceptar la dimensión sacral de la existencia, resguardarla y transmitirla gratuitamente en el testimonio de ser llamados “Templos del Espíritu Santo”.
8- Legar a las generaciones futuras un patrimonio no sólo espiritual y cultural, sino antropológico y social a través de la información, la formación y la participación vertebrada e inteligente, de las estructuras e instituciones políticas al servicio del hombre y el respeto de Dios.
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