Por María Lilia Genta
En lugar de sumergirme en mis lecturas preferidas, en vacaciones, las magníficas novelas policiales inglesas -solaz y relax-, acuciada por amigos y parientes, me vi obligada a comprar y leer Símbolos y fantasmas, el último libro de Germán Ferrari.
No pretendo en estas líneas agotar el tema ni desmentir las infinitas falacias en las que incurre el autor. Eso queda para futuros escritos. Me interesa, ahora, referirme a lo que considero la intención principal de estas páginas de Ferrari.
Paso por alto la obscena “poesía” puesta como epígrafe del capítulo dedicado a mi padre, Jordán B. Genta (¡ciento dos páginas!). Bazofia. Vamos al punto.
El autor reduce a cuatro los “símbolos y fantasmas”, es decir, las víctimas de la guerrilla que tienen, según el peculiar criterio de Ferrari, vigencia al día de hoy y cuyo solo recuerdo señala un peligro para la sociedad: Aramburu, Genta, Rucci y Larrabure. ¿Por qué ellos? Porque siendo, como son, casos emblemáticos, se trata de instalar brumas y dudas sobre los autores de sus asesinatos. ¿Al General Aramburu lo mandó a matar Onganía? ¿Fue un arreglo de los Servicios de Inteligencia con los Montoneros? ¿A Genta lo asesinaron las Tres A? (en muchísimas publicaciones de izquierda se lo acusa a mi padre de pertenecer a las Tres A: ¡cuánta contradicción!). Rucci había dicho, en más de una ocasión, que a él lo matarían “los inmundos bolches y trotskistas”.
De modo sibilino, el autor presenta el caso como una lucha entre gremialistas de signo diverso. ¡Total los gremialistas acostumbraban a “amasijarse” entre ellos! Pero lo peor, lo más canallesco, es afirmar que Larrabure se suicidó. ¿Cómo pudo haberse suicidado, con qué fuerzas, ese hato de huesos recubiertos de piel que se encontró metido en una bolsa, dos días después de su muerte? Por supuesto, Ferrari deduce que el Ejército mintió en cuanto a la autopsia y hasta tiene el tupé de citar, a favor de la tesis del suicidio, un reglamento de la guerrilla donde los “jóvenes idealistas” disponen acerca del régimen de los prisioneros -cuando no tenían más remedio que hacer prisioneros- a saber; buen trato, buena habitación, buena comida… ¡verdaderos spas! Que lo digan los 37 kilos que pesaba el Coronel Ibarzabal cuando lo asesinaron públicamente en una ruta.
No es difícil, pues, presumir la intencionalidad de este libro. Es muy clara: un muerto se lo adjudica a Onganía, otro a la Tres A, otro a gremialistas enemigos y a Larrabure lo suicida lo que, de paso, viene a nublar su recuerdo de cristiano ejemplar como surge de las notas halladas emparedadas en su “celda” (el pozo). Las organizaciones guerrilleras no secuestraron, no asesinaron, no torturaron… ¿qué hicieron?
En cuanto a mi padre siempre estuve y estoy orgullosa de que lo hayan elegido entre tantos y excelentes filósofos tomistas (que los hubo y hay en Argentina) para “ejecutarlo” como después lo hicieron con Sacheri. Algo habrán visto en ellos sus enemigos -mucho más allá de lo académico- para depararles el honor de unas muertes socráticas y cristianas.
Fuente: http://jordanbgenta.blogspot.com/2010/03/los-fantasmas-de-ferrari.html
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