Por Fernando José Ares
Animado de mi mejor fervor patriótico, aumentado por ver la transmisión televisiva del desfile militar y comprobar el desaire y menosprecio inferido a las FF.AA., a través de la estudiada y deliberada ausencia de quien funge como su Comandante en Jefe, me apresté al día siguiente a visitar la Exposición del Bicentenario, evento que no tiene nada que ver con la Revolución de Mayo de 1810 ni tampoco con la República Argentina, siendo solo una operación de propaganda de una gavilla de usureros oportunistas que carece totalmente de la menor noción de la idea de Patria.
Esta experiencia, como el deporte o turismo de aventuras, sirve para hacer subir los índices de adrenalina, pero no por el riesgo a afrontar sino por la indignación producida.
De entrada no más aparecieron unas mujeres de extraños vestidos y rostro brujeril portando unos carteles que decían textualmente “¡Apóstata Ya! ¡Renuncia a la religión católica!” Insólita presencia, para un acto en celebración de la Gesta de Mayo. Explicable presencia si pensamos en el organizador del aquelarre, el mismísimo Monipodio, o sea Néstor Kirchner.
Luego pasé a los costosísimos pabellones que los alcahuetes que reciben el título de gobernador construyeran a costa del hambre y la desocupación de sus provincias. El premio a la vileza, aunque todos se esmeraron con sus mensajes indigenistas, se lo llevó el stand de Jujuy, cuyo gobernador ha hecho presuntamente un master de obsecuencia, con un gran cartel con una frase instando a la revolución del homicida serial conocido como Che Guevara ¿Será en recordación de los asesinatos que ordenó perpetrar en el norte en 1964 a su subordinado el Comandante Segundo de la banda marxista conocida como “Ejército Guerrillero del Pueblo”? ¿O por los casi doscientos bolivianos que asesinó en su experiencia altiplánica vecina a Jujuy? Por todo esto el Dr. Walter Barrionuevo se hará merecedor, con toda justicia, del Premio Mayor al Chupamedismo y de la Gran Distinción a la Rufianería. Ya lo sabés Barrionuevo, a Milagro Salas no hay que darle de que quejarse…
No pude contestar esos interrogantes anteriores porque me distrajo la vista de unas torpes estatuas representando a unas harpías con un pañuelo blanco que giraban en torno a una grosera representación de la Pirámide Mayo. Era el pabellón de Bonafini. Siniestro (En las dos acepciones de la palabra) como su opulenta dueña. Lo único que le faltaba era una jaula exhibiendo su trofeo de prisioneros octogenarios o nonagenarios, sumidos en la más terrible desatención y consumiéndose en medio de penosas privaciones, y una lista de los ochenta cadáveres de los ya fallecidos en esas condiciones de tortura y exterminio.
Casi enfrente otro stand del antiguo montonero Eduardo Luis Duhalde, hoy Secretario de Derechos Humanos de Terroristas y Otros Criminales, y más allá, sin el camino largo que baja y se pierde, el de la abuela que nunca pudo probar que había sido abuela, la Carlotto.
En el escenario distintos titiriteros, esa denominación hoy impuesta en España a los que en la época de la Revolución de Mayo se llamaba “comicastros” y ellos se llaman a sí mismos pomposamente como “Hombres de la Cultura”, ejercitaban sus ripiosos prodigios. La palma se la llevaron unos salteños disfrazados de gauchos que arrastrándose hacia niveles abisales cantaron una letra exaltando a la Enriquecida Mayor. Y digo disfrazados de gauchos, porque esos seres del gaucho altivo, señorial y orgulloso; el que hacía recordar, por su sobriedad y hospitalidad, a los viajeros ingleses los hidalgos castellanos; el que hacía el favor por nada que justamente se llamaba gauchada; de todo eso, estos seres miserables y abyectos, no tienen la más absoluta pizca. Como todos los titiriteros son esencialmente mercenarios y zurdos. Con paga en verdes, eso sí quede claro ¡Alcahuetes! ¡Si se apareciera Martín Fierro los molería a patadas en el culo!
La adrenalina subía, sesentones setentistas de largo cabello atado, con remeras con inscripciones de Silvio Rodríguez o la efigie el “Heroico Comandante” pasaban a mi lado, el aire estaba cada vez mas viciado, añoré la presencia de un pelotón de Patricios o un escuadrón de Granaderos como elemento exorcizador de tanto aquelarre. Lamentablemente su desfile había sido el día anterior, hoy yacían guardados bajo siete llaves, tal cual un masón del otro lado del océano pedía hacer con el sepulcro del Cid. Luego me consolé sobre esta ausencia militar que quizá hubieran acudido al mando de un general descuelga cuadros o de algún invitante de Madres de Terroristas o Abuelas de la Nada. Los generales vienen cada día más fallados ¿Pertenecerán al escalafón de absorbecalcetines? La ética militar la reemplazaron por la de los juntabostas exitosos. Se acabó el barón Alfred de Vigny, hoy impera el Comisario Político Horacio Verbitsky.
Estimado Compatriota: Si Ud. quiere pudrir la mente de sus hijos, enseñándoles una historia que no es historia. Si los quiere educar en una escuela de falsedad, cinismo e hipocresía. Si quiere que renieguen de Dios y su Adorable Madre. No lo piense más, llévelos a ese gigantesco Patio de Monipodio levantado en la Avenida 9 de Julio, soberbio monumento al peculado y a la corrupción. Exhibiéndoles tanta basura quizás le despierte vocación oficialista.
¡Vaya y haga de sus hijos Socialistas del Siglo XXI!
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