Por Jorge Rulli
En los últimos treinta días hemos asistido a una discusión bastante forzada, vertiginosa, ruidosa por lo mediática sobre la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, que acaba de concluir con la aprobación legislativa, ante la mirada sorprendida de la inmensa mayoría de una sociedad entre estupefacta y agraviada que no fue convocada a opinar y a debatir sobre una ley y sus consecuencias, que la afecta profundamente en su esencia y morfología.
En su lugar la sociedad fue sometida a un bombardeo mediático en “pro de la igualdad de derechos” de las minorías, a discursos rebosantes de desmesura algunos y otros de la insustancialidad propia de quienes desean quedar bien con todos, a argumentaciones pretendidamente serias, falaces y carentes de sustento, a medias verdades, a la virulencia de los fundamentalismos, a los antagonismos que profundizan la fragmentación social, en una palabra al maltrato, al trato irrespetuoso. Los “representantes” del pueblo en democracia parecen que se olvidaron de preguntar y escuchar a sus “representados”.
¿Todo porque? Porque un gobierno con mucha habilidad supo utilizar, con mas oportunismo y especulación, que convicción el tema de los “derechos” de la minoría homosexual y agitarlo públicamente para retomar la iniciativa política, dirimir alguna cuestión con la Iglesia y fundamentalmente para encubrir asuntos mucho mas preocupantes para el país, como la corrupción y los negociados en el Estado (entre ellos con las transnacionales mineras), el reclamo de dignidad de una minoría no tan pequeña sumida en la pobreza pero sin tanto “lobby” como los jubilados argentinos, la crisis energética y la falta de gas para que se caliente los pobres, la postergada “distribución de la riqueza” y la inflación que día a día se devora los ingresos de los trabajadores, el narcotráfico y los estragos de la droga y muchos cosas mas.
Para ello contó con el acompañamiento de los medios, casi sin excepción (curioso no?) y del poderoso “lobby” gay. También usó a la oposición que no supo hacer otra cosa que seguirlo con el “voto de conciencia” en la iniciativa a raíz de su proverbial minusvalía política, y en algunos casos para no caerse de la foto de “progresistas” titulo que otorga el apoyo de dicha ley. El saldo final de esta irresponsabilidad es una sociedad fragmentada, con sectores confrontados, con prejuicios exacerbados y con una “caja de Pandora” abierta de la que nadie se va a ser responsable.
Pero esto no debe ser un pretexto para no reflexionar sobre la cuestión de fondo y que nos atañe a todos.
Toda sociedad evolucionada, estable que pretenda el desarrollo humano de sus integrantes debe asentarse en la garantía irrestricta de los derechos civiles de todos sus integrantes, en la tolerancia, el reconocimiento y el respeto de la diversidad, de la diferencia porque están en la base de su unidad.
Para alcanzar esta unidad el primer paso ineludible es el reconocimiento y respeto mutuo de todos los actores sociales, para poder avanzar en la armonización e integración de los intereses de cada parte dentro del conjunto superior que las contiene, siendo esta responsabilidad del Estado y del gobierno que lo conduce.
Difícilmente podamos avanzar en dirección de ese ideal de construcción social, solo con solo una sumatoria de partes o loteos en pequeñas comunidades o minorías cristalizadas que toman sus deseos por realidades y los reivindican como derechos absolutos a “su” identidad que tratan de imponerse a otros, porque eso debilita y desdibuja el todo, la identidad única en la cual todos y cada uno nos reconocemos que es la comunidad nacional, en momentos de una globalización amenazante que busca la disolución de las identidades de los pueblos.
No se puede en nombre de la igualdad de derechos forzar, casi como una provocación, igualdades ficticias como el matrimonio para personas del mismo sexo porque aun cuando se imponga por ley, no se podrá cambiar la creencia de la inmensa mayoría de la sociedad (que el genero humano ha ido construyendo a lo largo de miles de años) que entiende al matrimonio como una institución para personas de sexo diferente, con una misión trascendente y como la base de la constitución de la familia.
No era necesario desnaturalizar el matrimonio, sus marcos éticos y jurídicos, agraviar a la mayoría, para alcanzar el reconocimiento de ciertos derechos de las personas homosexuales en su vida en sociedad, que ésta consentía y aceptaba. Era cuestión de encontrar las formas.
No se puede violentar o cambiar de forma intempestiva y prepotente, los valores, principios, representaciones con los que hombres y mujeres han ido construyendo en el correr de los tiempos los significantes del matrimonio y la familia, sin provocar reacciones.
Partiendo de la irrestricta libertad de las personas a elegir su modo de vida, no se puede pretender imponer en nombre de los derechos de la minoría y desde un voluntarismo infantil y un intelectualismo “pseudo progresista”, “mutaciones” antropológicas, biológicas y psicológicas al sostener que “el sexo es una opción que se construye” afirmación insostenible por su falsedad, cuando el sexo es una marca o sello inmutable que recibimos por transmisión genética, un par de cromosomas XX en la mujer y XY en el hombre, que hacen que seamos lo que somos. Esto y la atracción instintiva, atávica entre hombre y mujer son dediciones sabias de la “madre naturaleza” destinadas a perpetuar la especie evitando su extinción, pese a quién le pese. Las pretensiones en contrario de una ínfima minoría, y su “argumentada malicia” para avanzar imponiendo sus costumbres y determinadas ideas de igualdad, no significan otra cosa que intolerancia y discriminación de las mayorías.
Creo que el tema no está clausurado con la aprobación de la ley y tampoco debemos clausurarlo por las derivaciones que se vienen, como la futura proliferación de alquiler de vientres y de compra y manipulación de óvulos y espermatozoides, para superar la esterilidad de parejas homosexuales y atender la “demanda” de madres y padres “singles”, sustituyendo el concepto natural de pareja (hombre y mujer) para procrear, de familia y de sus lazos biológicos y parentales.
Debemos sostener el debate en todos los terrenos, con serenidad y cabeza abierta , evitando la vocinglería para poder escucharnos. Debemos animarnos a hablar con claridad, a opinar con respeto sin el temor o el prejuicio que nos cataloguen como discriminadores. Al mismo tiempo sacar el tema del reduccionismo de la discusión religiosa; no es un discusión entre creyentes y ateos o agnósticos, ni una ofensa a Dios (a Dios se lo ofende cotidianamente de muchas otras maneras) y también excede largamente la moral católica. El debate de este tema hay que colocarlo en el terreno de la metafísica, de lo esencialmente humano y lo profundamente político. Cuando digo político lo hago en el reconocimiento que la política es la arquitecta de la construcción de la sociedad, y que el desaguisado lo han hecho los “malos” políticos por no practicar la política, sino la especulación menor, sin comprender que en una verdadera democracia el respeto de las minorías pasa primero por el elemental respeto de la mayoría, que en este caso ha sido silenciosa e ignorada. El debate queda abierto.
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