Por Alberto Asseff *
Todos necesitamos una estrategia. Individuos o pueblos. Todos.
No se puede vivir al día, sin una idea siquiera acerca del mañana. Sin un proyecto. Quizás se pueda sobrevivir uno días viviendo al día. Pero no todo el tiempo. Inexorablemente llega el día de poner fin a esa vida al día.
Es posible establecer una simple ecuación: a menos estrategia, más insignificancia, con todas sus secuelas, incluyendo la inanidad. Futilidad como persona y pobreza material. Aplicable al pueblo entero.
Correlativamente, a más estrategia, sobre todo la larga en el tiempo, mayores oportunidades de lograr resultados relevantes. Para no hablar de magnos, ya que en la Argentina apichonada, apocada, achicada, pesimista de nuestro tiempo pareciera que hasta es chocante referirle magnitudes. La grandeza por ahora quedó relegada a los viejos sueños.
Una sencillísima estrategia es, por caso, decirle al pueblo que nos proponemos en cinco años 200 millones de toneladas de granos, un reordenamiento demográfico que implique reducir al 37% la población radicada en el área Metropolitana y la provincia de Buenos Aires, la creación de 500 mil nuevas pymes de 10 ó más empleados, rehabilitar cinco líneas troncales de ferrocarriles, mejorar un 25% la excelencia o calidad educativa, a partir de parámetros diversos, diversificar la economía, agregarle valora la producción y elaborarla in situ. Y una centena más de metas.
Una estrategia más amplia sería propugnar que en diez años disminuirá la burocracia – empleísmo público – en un 15%, el asistencialismo en un 25%, los subsidios en un 70% y la corrupción en un 75%, todo mensurado por un INDEC transparentísimo. En el mismo lapso, las condenas de la Justicia Federal por hechos fraudulentos contra el Estado pasarán del 3% actual al 47% de los procesos. Para que la gente vuelva a confiar en los jueces, algo estratégico.
Una estrategia mayor la configuraría fijar como objetivos a veinticinco años alcanzar los 50 millones de habitantes que el actual crecimiento sólo prevé para dentro de cuarenta, una merma del 50% de la litigiosidad judicial, terminar con el ciento por cien de demandas a la Anses por ajustes jubilatorios, lograr que el trabajo ilegal se reduzca a un 15% o menos, la limpieza cual espejo de nuestras ciudades, el cuidado, como el tesoro común que es, del patrimonio público, desde el erario hasta el último parque. Bajar a la mitad delitos, adicciones, violencia familiar y otras lacras.
Estrategia sería laborar por el cambio cultural de modo que todos los días demos un pasito hacia el apego a la ley y el entierro de la transgresión; hacia la normalidad y la sepultura de la ‘viveza’; hacia la participación y el civismo y la inhumación del ‘no te metás’; hacia el trabajo y la producción y el apartamiento del acomodo y de la ayuda del ‘papá’ Estado, que debería estar sí para las emergencias, pero no para tender una red permanente asistencialista que nos quita el incentivo de crear, innovar, emprender y hasta trabajar; hacia la asociatividad, cooperación, concertación, diálogo, sinergia y el abandono del individualismo y del ‘hago la mía’; hacia el amor por la identidad común que conlleva el ideal de un proyecto y destino compartidos y el consiguiente rechazo de la falacia de que la globalización supone la muerte de las patrias, algo desmentido por los hechos que hoy mismo acaecen en todo el planeta; hacia la celosa preservación y acrecentamiento – ocupar plenamente la ‘pampa mojada’, el mar, es uno de los modos -de los recursos naturales para su aprovechamiento racional y el repudio a su dilapidación o expoliación; hacia la solidez institucional para que no se vean sometidas y vapuleadas por los intereses circunstanciales, de forma que sean las instituciones las que nos ‘dominen’ y no los grupos que se posicionan en ellas.
En fin, cien estrategias más, tanto de corto – cinco años -, medio – diez – y largo –veinticinco – aliento. Eso es lo que necesita el país y lo que crecientemente parece pedir.
Suele decirse que en un período preelectoral es difícil plantear estrategias. Suponiendo válida esa observación – me parece harto discutible, en verdad -, ¿por qué tampoco se ponen en el escenario en los años no electorales como el pasado 2010? ¿Por qué hace treinta años que las esperamos?
La razón por la que no disfrutamos de Políticas de Estado es precisamente que estamos reñidos mortalmente con las estrategias. Porque, ¿qué son esas Políticas sino estrategias?
Cuando no se tienen, ni quieren, estrategias, cualquier pretexto es posible. En rigor, no nos dan ni un borrador de estrategia porque en general se aspira y pugna por llegar a puestos de poder con el objetivo del poder en sí mismo. Poder por el poder. No poder para hacer tal o cual cosa por el bien común.
Ya ni se trata de que sea errada esta o aquella estrategia. El problema es muchísimo más gravoso: no hay pensamiento estratégico en la clase dirigente política y creo que esa falencia se extiende a casi toda la dirigencia social.
La explicación podría ser que ignoran a tal grado qué es estrategia que hasta la escriben con hache.
El mejor signo de que se pretende instrumentar y practicar las ineludibles reformas que el país reclama lo tendremos el día en que se comience a hablar más de estrategia y menos de componendas, listas, ligas, colectoras, dimes y diretes.
Por ahora, mandan estas pequeñeces que nos abruman y nos inconducen. Seguimos aguardando Estrategias.
*Abogado, docente, profesor de Geoestrategia, político del partido UNIR
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