Por Luis Alfredo Andregnette Capurro
El Alzamiento antibonapartista en las Españas de 1808, produjo la reaparición del antiguo espíritu medieval feudalista y municipal que enfrentó al prometeico liberalismo que traían los ejércitos del Corso.
El juntismo español de esos momentos marcó una clave de gloria en el accionar contrarrevolucionario. La misma situación se dio en los Reinos de Indias, donde estaba muy clara la adhesión al Monarca. Fidelidad ya exhibida con altivez en las reuniones de Montevideo y Buenos Aires de agosto de 1806 y febrero de 1807, cuando Liniers fuera proclamado Jefe Militar y luego Virrey. Se daba por entonces el primer fracaso de Gran Bretaña en su intento de destruir el Imperio Hispano Católico transformando sus atomizados restos en dependencias financieras de la masónica City londinense. Honor a la Patria que mostró la “Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo” en el Cabildo Abierto del 21 de septiembre de 1808 donde expresó su voluntad de formar “una Junta como las de España”.
El suceso histórico de Mayo de 1810 estalla en el espíritu siempre presente en las “Repúblicas Comunales Indianas” y como resultado de la certeza de la pérdida de todo el territorio de la Madre Patria a manos del jacobinismo napoleónida. El acontecimiento daba un fuerte impulso a lo que se ha dado en llamar Revolución Americana. Ésta, como muy bien lo señalara nuestro Profesor de juventud, el Dr. Felipe Ferreiro: “…no fue un proceso anti hispánico sino una variante regional de la revolución española, y aspiraba a una unión más perfecta pugnando por conseguir un reajuste general administrativo y particularmente mayor autonomía, pero siempre dentro de la unidad hispánica…”
Cabe entonces afirmar, aunque para algunos despistados todavía pueda sonar a herejía, que la Revolución de Mayo fue un acto de Lealtad encaminada precisamente a asegurar el voto a la Corona, emitido por el pueblo de Buenos Aires al jurarla canónicamente el 23 de agosto de 1808, no por imposición de las autoridades, sino contra la cobarde demora. Un relato de esa jornada que aparece en el tomo 1º del Archivo Pueyrredón permite aquilatar el sentimiento fernandista de Unidad de Destino que tenía entonces Buenos Aires y que se extendía por las Capitanías y Virreinatos. Unidad de los Reinos tal como aparecía en la Real Cédula de Carlos V, y luego en el espíritu de la Leyes de Indias. Discrepancias sobre la forma mejor de conducir a los pueblos durante la vacancia del Trono desembocaron en una guerra civil en la que los bandos mostraron su sincera lealtad monárquica. Así, José Artigas, vencedor en Las Piedras y hombre de la Junta Grande de Buenos Aires, propuso al Virrey Elío un armisticio: “…para conservar ilesos los dominios de nuestro augusto soberano Fernando VII de la opresión del tirano de Europa…”
Perfecta comprensión del acontecimiento de la Patria Grande lo mostró don Juan Manuel de Rosas en meditado discurso ante el Cuerpo Diplomático el 25 de mayo de 1836. Allí lucen los párrafos que reproducimos: “Qué grande, señores, debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía… Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y dignidad sin ejemplo. No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en actitud de auxiliarlos. Estos, señores, fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo celebrado en esta Ciudad el 22 de mayo de 1810, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra eterna del gran pueblo porteño. Pero ¡ah! ¡Quién lo hubiera creído! Un acto que ejercido entre otros pueblos con menos dignidad y nobleza mereció los mayores elogios, fue interpretado entre nosotros malignamente como una rebelión disfrazada por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente, etc…”
Refiriéndose a esta alocución escribió Don Julio Irazusta: “Ella concilia el hecho de la emancipación con el legalismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo y salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva…” Como bien lo expresa el Maestro, el Restaurador deja muy claro el sentido de la Revolución de Mayo y su rechazo a la versión del siniestro Monteagudo, que difamara a los hombres de Mayo, a quienes señaló como cubiertos por “una máscara inútil y odiosa”. Calumnia que, aunque refutada por el Dr. Vicente Pazos Silva, en aquel momento fue repetida por Mitre en su “Historia de Belgrano”. De ahí tomó categoría de axioma.
El verdadero carácter de la Revolución de Mayo fue de Honor en la Fidelidad y jamás de perfidia culpable de la guerra con la Madre Patria. El enfrentamiento llegó luego del 24 de septiembre de 1810, cuando la masónica Asamblea de Cádiz desdeñó el federalismo natural de Reinos y Provincias, basado en la comunidad de sangre y Fe para instaurar un inmenso Estado centralizado según el modelo de la subversión francesa. Fue el momento en que José de San Martín se incorporó a la lucha de América.
Fuente: Blog Crítica Revisionista
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