Por Eulogio López
Cuando defendemos la familia
no queremos decir con eso que sea una familia pacífica; que mantengamos la
conveniencia del matrimonio no significa que sea siempre un matrimonio feliz. A
lo que nos referimos es a que se trata del marco de la obra de teatro
espiritual, del sitio donde ocurren las cosas, sobre todo las más importantes”.
No son mías estas palabras, naturalmente, que del
matrimonio apenas domino los elementos más básicos, como corresponde a quien
sólo lleva casado 28 años. No, son de Chesterton que sabía mucha más
sobre cualquier cosa que un servidor.
Se trata de poner las cosas en su lugar, es
decir, de combatir el tópico de que la familia es algo ñoño, cursi, propio de
quien no puede vivir la vida como una aventura y se conforma con la aventura de
la vida.
Y es que “la familia es la prueba última de la
libertad, porque es lo único que el hombre libre hace para sí y por decisión
propia. Las demás instituciones, tanto si son despóticas como si son
democráticas, las han creado otros para él”.
Es más, “la cooperación por el bien común será
una mera unanimidad automática parecida a la de los insectos, a no ser que el ciudadano
disponga de un ámbito de acción puramente voluntario; a menos que sea, no sólo
un ciudadano, sino también un rey. En el mundo de la ética, eso se llama
libertad; en el de la economía, propiedad; en el de la estética, necesariamente
mucho más vago e indefinible, se bosqueja tenuemente en las viejas unidades
dramáticas del tiempo y el espacio”.
Y es que, no nos engañemos, todo drama “es
doméstico y precisamente por doméstico, dramático”.
Casarse no es una fiesta, es el principio de la
fiesta. Para ello sólo hay que tener en cuenta las reglas del juego: entrega al
otro y apertura a la vida, sin introducir el aborto químico (Píldora o PDD),
que es mucho más cómodo y ‘civilizado’ que el aborto quirúrgico y que alcanza
incuso a parejas bien formadas. En cualquier caso, los compañeros de aventura
se convierten entonces en cómplices de un delito vergonzante que siempre
llevarán sobre sus hombros. Mi principal consejo a dos novios casaderos, a día
de hoy, es ese: no cegar las fuentes de la vida jamás. Si no fuera posible
tener hijos, abstinencia, que no somos animales en celo.
Mientras, el número de divorcios vuelve a subir
en España. Lo cual no revela una sociedad crispada, sino aborregada: no sabemos
vivir la aventura. Aseguran los expertos (¿Existen los expertos en compromisos
vitales?) que los divorcios han vuelto a subir en España y que si habían bajado
era por causa de la crisis. No hombre no, habían bajado porque era difícil que
subieran más y aún más difícil que disminuyeran más los compromisos, es decir,
que aumentarán las parejas de hecho sin compromiso, sobre todo desde la reforma
zapateril del Código Civil -2005- que instauró el divorcio-express. Desde
entonces, romper el voto prometido resulta en España más sencillo que cambiar
de pasaporte. El espíritu de esa reforma la definió la entonces vicepresidenta
primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, con calidad,
concisión y eficiencia: “A nadie hay que preguntarle por qué se separa”.
Con forma tan sucinta, doña Teresa terminaba con 4.000 años de
civilización, en los que la humanidad, de cualquier credo o condición, ha
pensado que el matrimonio era eso: asunción de compromiso -mayor o menor- por
parte de los contrayentes, especialmente el compromiso del mantenimiento de la
raza humana y de la educación de la prole. Pues no.
La reducción de las separaciones y divorcios
ahora otra vez en aumento, no se debe a la crisis. Si la razón fuera económica,
se entiende que la natalidad habría aumentado en tiempos de bonanza, los 15
años anteriores, pero precisamente es cuando la natalidad se derrumbó en
España.
No, se mantiene la entrega de hombre a mujer y de
mujer a hombre, así como la dedicación a nuevas vidas, cuando se tiene
generosidad, al margen de la situación económica, que influye pero no decide.
Fuente: Hispanidad, martes, 20 de
septiembre de 2011
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