Por Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 25 de Noviembre del
año 2011 - 1074
He tratado de aclararme a mí
mismo lo que pienso acerca del qué hacer para destruir la tiranía e instaurar
un gobierno justo que restablezca la Justicia y el bienestar general, y de
explicar a otros lo que me parece que debe hacerse y por qué creo que lo que
todos ellos hacen hasta ahora, no alcanza, aunque sea meritorio y muy laudable,
y que mucho menos alcanza no hacer nada y limitarse a deplorar lo que pasa.
Este es el planteo. Ahora tengo
que ver si consigo ver claro, sacar conclusiones, hacer una propuesta,
explicarla de una manera comprensible y dejarlo expuesto para que mis
compatriotas puedan pensar sobre el asunto y decirme cuales son sus conclusiones.
El problema es que hay que buscar
la manera de llenar el espacio inconmensurable que hay entre la inmensidad de
la tarea (acabar con la tiranía e
instaurar un gobierno justo) y los minúsculos medios con que contamos para
semejante obra.
* * *
Me imagino un hombre parado
frente a un abismo de una anchura tal que ni se vea el otro lado de la sima,
pero que esté obligado a transponerlo, sin medio alguno del cual valerse, como
una obligación moral que compromete su honor. Ese hombre tiene dos opciones: o
quedarse donde está lamentándose de su suerte o proponerse hacer el cruce como
sea y cuando pueda, sin dejar un instante de quererlo.
Imaginemos, todavía, que en el
lado en que él está domina una banda de facinerosos y que del otro, reinan los
buenos en un país feliz. Quedándose de este lado puede dedicarse a mejorar las
cosas en cuanto pueda y, en la medida en que los malos se lo permitan -ya que
de este lado del abismo el poder será siempre de ellos-, puede intentar una
concordia basada en algunas concesiones que le hagan los tiranos no pudiendo
ignorar, sin embargo, que serán forzosamente precarias.
La opción para el hombre de
nuestra parábola será con eso más difícil aún de resolver, porque no puede
negarse que algún alivio podría tal vez conseguir, mientras que la decisión de
intentar la travesía casi imposible aparecerá como una decisión insanamente
utópica.
¡Ah! ¡Pero la alegría de pensar
cómo será aquella otra ribera en donde reina la Justicia, los malos son
castigados y los buenos premiados, Dios adorado y obedecido, la inocencia de
los niños protegida, la virtud admirada y el vicio repudiado, esa alegría que
anticipa la felicidad del otro país maravilloso, esa alegría no la tienen los
que se resignan a vivir bajo la pata de los perversos en un vano intento de
conseguir una falsa paz!
* * *
Ahora bien, el dilema de ese
hombre es el que tenemos los "buenos patriotas", en especial los
católicos, que vivimos bajo esta tiranía cuyo final no se avizora ya que tiene
todo el poder y todas las cobardías a su disposición y puede durar indefinidamente,
siempre para peor.
¿Qué hacer? Dice la Escolástica
que lo primero en la intención puede ser lo último en la realización. De lo
cual se deduce que lo que consiga uno realizar dependerá de lo que intentó. Si
yo intento subir una escalera de diez escalones, lo primero es mi intención de
llegar al décimo escalón y, por lo tanto, lo más y lo último que podré realizar
es eso mismo, o sea, llegar al décimo escalón. Y nada más que eso.
Consecuentemente, si en esta
noche de la Patria en que sobrevivimos, apenas nos proponemos prender dos o
tres luces, como por ejemplo, impedir que se amplíen las causales de excusación
del aborto contenidas en el art. 86 del Código Penal (que rige desde 1922) o
conseguir que se dicte una nueva amnistía para los mil secuestrados políticos o
que se suprima la "lista sábana" o insertar un candidato decente en
las listas de legisladores de alguno de los partidos indecentes de la
“dirigencia” o que se derogue el "homonomio" o conseguir cualquier
otra cosa buena en sí pero que en nada modifica el sistema de poder montado por
los malos, renunciando a destruir ese sistema y a instaurar una Autoridad
legítima que haga reinar la Justicia, habremos optado por quedarnos de este
lado del abismo que imaginaba en la parábola.
En cambio, si amaramos con un
amor demasiadamente grande el país de la Justicia sin resignarnos a vivir en
este otro de la injusticia, aunque no tuviéramos los medios de llegar a él
todavía, habríamos puesto lo primero en esa obra, que es la intención, y la
realización nos será dada por añadidura en la medida de la intensidad de
nuestro deseo: "Buscad el reino de Dios y su Justicia y todas las demás
cosas se os darán por añadidura" (S. Mateo. 6 - 33)
Santo Tomás de Aquino, cita una
frase de San Bernardo que expresa maravillosamente lo que quiero decir. La voy
a transcribir primero en latín porque su fuerza de expresión es inigualable y
da a entender lo que quiero decir con claridad meridiana:
"Amoris sunt decem gradus
secundum Bernardum: scilicet quia facit languere utiliter, quaerere incesanter,
operari indesinenter, sustinere infatigabiliter, appetere impatienter, currere
velociter, audere vehementer, stringere indisolubiliter, ardere suaviter et
similari: totaliter" (Opus 61, co.38, etc. citado en la "Tabula
Aurea" de Pietri de Bergomo, pag. 75, 2da. col)
(Del amor hay diez grados, según
Bernardo: a saber en cuanto hace languidecer útilmente, buscar incesantemente, obrar sin pausa,
soportar infatigablemente, desear con impaciencia, correr velozmente, atreverse
con vehemencia, abrazar indisolublemente, arder con suavidad y otras cosas
semejantes, siempre totalmente)
Si hubiera un número suficiente
de argentinos -que no necesitan ser inicialmente sino unos pocos-, con el alma
suficientemente grande como para amar de esa manera la Argentina que perdimos y
la que debe ser, ese grupo sería como un motor siempre en movimiento,
acumulando fuerzas que serán usadas siempre en la procura del Bien amado y
capaz de hacer valer hasta el más pequeño medio de acción y la más fugaz ocasión
para acercarnos un poco más al otro lado del abismo.
Las cabezas de la secta que nos
tiraniza tienen un odio por Dios, por la Justicia y por la Argentina
tradicional al que podrían atribuirse los diez grados del amor que dice San
Bernardo, pero al revés. Están unidas
entre sí estrechamente por ese odio y han conseguido munirse de la fuerza
material necesaria para imponerse sobre todos. Ese poder es el abismo que nos
separa de la Argentina Justa y feliz.
Parecería que no teniendo una
fuerza igual o superior para vencerlos, ese abismo es intransponible y que
deberemos permanecer para siempre bajo su reinado de injusticia plagado de
horrores.
Sin embargo, creo que si
pudiéramos desear intensamente el triunfo de la Justicia y la derrota de los
enemigos de Dios, se renovaría en nosotros aquella famosa lucha que hubo en el
Cielo cuando Luzbel se rebeló exclamando. "¡No serviré!" a lo que San
Miguel respondió: "¡Quién como Dios!". Esa fue la Batalla de las
Batallas, la más grande de todos los tiempos y, sin embargo, fue “sólo” una
lucha de espíritus en la que la fuerza material no contaba sino la fuerza
invisible de las voluntades angélicas.
"En ese momento empezó una
batalla en el Cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el Monstruo. El
Monstruo se defendía apoyado por sus ángeles, pero no pudieron resistir, y ya
no hubo lugar para ellos en el Cielo. Echaron, pues, al enorme Monstruo, a la
Serpiente antigua, al Diablo o Satanás, como lo llaman, al seductor del mundo
entero, lo echaron a la tierra y a sus ángeles con él". (Apocalipsis 12,
7-10).
* * *
Después ha seguido la misma lucha
entre los buenos y los malos a lo largo de la Historia hasta el triunfo
irrevocable de Nuestro Señor Jesucristo precisamente en el momento en que todo
parecía perdido, porque el poder de la Sinagoga y el del Imperio Romano,
aliados en su maldad, lo habían matado colgándolo de la Cruz.
Sin embargo, ese triunfo debe ser
completado desde entonces y hasta el fin del mundo por la fidelidad decidida de
las almas humanas que siguen al Redentor en lucha contra las que siguen a
Satanás.
* * *
La situación política argentina
es parte de esa lucha y aunque parezca de poca monta dentro del inmenso
panorama de la Gran Batalla, no lo es porque cada día que toleramos el dominio
de los malos es un día en que se agrava la ofensa a Dios que eso implica, se
hace más difícil la salvación de los buenos y se induce la perdición de las
almas.
Luego, no queda otra opción que
proponerse, con los diez grados del amor que decía San Bernardo, la derrota de
esta tiranía y la instauración de un gobierno justo que sirva el bienestar
general, como un acto de amor de Dios que Le debemos por el Primer Mandamiento.
Los medios para vencer, está prometido por el Divino Redentor que nos serán
dados por añadidura.
Esto es lo que he conseguido
aclararme a mí mismo con gran dificultad y creo que esto es lo que no consigo
hacer entender, y mucho menos aceptar, por los “buenos patriotas”, tan
briosamente empeñados en obras buenas, pero parciales, que no afectan en nada
el poder de la tiranía y, por lo tanto, no sirven para la victoria, y hasta me
atrevería a decir que ni siquiera sirven para los fines parciales que se
proponen.
Cosme Beccar Varela
e-mail: correo@labotellaalmar.com
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