El pensamiento de Mons. Richard Williamson
Obispo de la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X
Número CCXXVIII (228), 26 de
noviembre 2011
¿Que papel tendría que jugar el
Estado para proteger o promover la religión Católica? Cualquier Católico que
sabe que el Catolicismo es la única verdadera religión del único verdadero Dios
puede contestar únicamente que el Estado, siendo también una criatura de ese
Dios, está obligado a servir lo mejor que pueda a Su única verdadera religión.
Por otro lado, cualquier liberal que cree que no le incumbe al Estado decir cuál
es la verdadera religión porque, por ejemplo, la religión es en todo caso
asunto de cada individuo, contestará que el Estado debe proteger el derecho de
todos sus ciudadanos a practicar la religión de su elección, o ninguna. Veamos
los argumentos Católicos.
El hombre viene de Dios. Su
naturaleza viene de Dios. El hombre es por naturaleza un ser social, por eso su
carácter sociable viene de Dios. Pero el hombre en su totalidad, y no solamente
una parte de él (Primer Mandamiento), debe rendir culto a Dios. La sociabilidad
del hombre, pues, debe rendir culto a Dios. Pero el Estado no es otra cosa que
la sociedad formada por la sociabilidad de todos sus ciudadanos que se reúnen
juntos en su cuerpo político. Por consiguiente, el Estado debe rendir culto a
Dios. Pero entre todos los diferentes cultos que necesariamente se contradicen
el uno al otro (de otra manera no serían diferentes), todos pueden ser más o
menos falsos, pero no puede haber más que uno que sea totalmente verdadero. De
tal manera que si existe tal culto, totalmente verdadero y reconocible como
tal, entonces ese es el culto que cada Estado, como Estado, le debe a Dios.
Ahora bien, el Catolicismo es tal culto. Por consiguiente todo Estado, como
Estado, debe rendir el culto Católico a Dios, ¡incluyendo aún la Inglaterra de
hoy, o Israel o Arabia Saudita!
Pero una parte esencial del culto
es rendirle a Dios el servicio del cual uno es capaz. ¿De qué servicio es capaz
el Estado? ¡De un gran servicio! El hombre siendo social por naturaleza, su
sociedad tiene una gran influencia sobre la manera como él siente, piensa y
cree. Y las leyes de un Estado tienen una influencia decisiva para moldear la
sociedad de sus ciudadanos. Por ejemplo, si el aborto o la pornografía están
legalizados, muchos ciudadanos terminarán por pensar que tienen poco o nada de
malo. Por consiguiente cada Estado tiene en principio el deber de proteger y
promover por sus leyes la fe y la moral Católicas.
Así de claro está el principio.
Pero, ¿será que ese principio significa que todos los no-Católicos deberían ser
arriados por la policía y quemados en la hoguera? Claro que no, porque el
objetivo del culto y del servicio a Dios es darle gloria y salvar las almas.
Ahora bien, una acción desconsiderada por parte del Estado tendrá el efecto contrario,
expresamente de desacreditar al Catolicismo y de alejar a las almas. Por ello
la Iglesia enseña que incluso un Estado Católico tiene el derecho de abstenerse
en la práctica de actuar contra una falsa religión cuando tal acción pueda
causar un mal mayor o impedir un bien mayor. Pero el principio del deber de
cada Estado de proteger la fe y la moral Católicas permanece intacto.
¿Significa eso imponer el
Catolicismo a los ciudadanos? No, en absoluto, porque la creencia Católica no
es algo que pueda ser forzado –“Nadie cree contra su voluntad” (San Agustín)-.
Lo que sí significa es que en un Estado Católico la práctica pública de todas
las religiones que no sean el Catolicismo puede o tendría que ser prohibida ahí
donde tal acción puede o tendría que no ser contra-producente. Esta conclusión
lógica fue denegada por el Vaticano II, porque aquel Concilio fue liberal. Sin
embargo ha sido una práctica común en los Estados Católicos antes del Concilio,
y habrá ayudado a salvar muchísimas almas.
Kyrie eleison.
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