• Que la modesta morada de Nazaret sea modelo de una santa vida familiar.
“Oh,
hombres, volved la mirada a Nazaret, entrad en aquella modesta morada.
Mirad a aquel carpintero, custodio santísimo de los secretos divinos,
que con sus sudores sustenta a la familia humilde y elevada más que la
de los césares de Roma; observad con qué veneración y respeto ayuda y
venera a aquella Madre, su esposa inmaculada y pura: mirad al que se
cree Hijo del carpintero (Mateo, 13, 55), virtud y sabiduría
omnipotente, que hizo el cielo y la tierra, y sin el cual nada ha sido
hecho (Juan, 1, 3), cómo ningún hombre puede sin Él hacer nada, y que,
sin embargo, no se desdeña de los pequeños servicios de la casa y del
taller y de estar sometido a María y a José. Contemplad un tan grande
modelo de santa vida familiar, espectáculo que maravilla a las
jerarquías angélicas, que lo adoran” (S.S. Pío XII, A los recién
casados, 15 de abril de 1942).
• El esposo debe tomar ejemplo de San José en el ejercicio de la autoridad.
.
“Tomad
ejemplo de San José. Él contemplaba frente a sí a la Santísima Virgen,
mejor, más alta y más excelsa que él mismo; un respeto soberano le hacía
venerar en ella a la Reina de los ángeles y de los hombres, a la Madre
de Dios. Sin embargo, él permanecía y continuaba en su puesto de jefe de
la Sagrada Familia, sin faltar a ninguna de las altas obligaciones que
le imponía semejante título” (Pío XII, A los recién casados, 10 de
septiembre de 1941).
• La esposa que aprenda de María Santísima, modelo perfectísimo de virtudes domésticas.
“La Madre
divina es también y sobre todo un perfectísimo modelo de las virtudes
domésticas, de aquellas virtudes que deben embellecer el estado de los
cónyuges cristianos. En María tenéis el amor más puro y fiel hacia el
castísimo esposo, amor hecho de sacrificios y delicadas atenciones; en
ella la entrega completa y continua a los cuidados de la familia y de la
casa, de su esposo y, sobre todo, del querido Jesús; en ella la
humildad que se manifestaba en la amorosa sumisión a San José, en la
paciente resignación a las disposiciones, ¡cuántas veces arduas y
penosas!, de la Divina Providencia, en la amabilidad y en la caridad con
cuantos vivían cerca de la casita de Nazaret” (Pío XII, A los recién
casados, 3 de mayo de 1939).
• Toda familia, pues, puede y debe ser santa.
“Filii
sanctorum sumus! (Tobías, 2, 18). Queridos hijos e hijas: debéis, pues,
persuadiros bien de que vuestra nueva familia podrá y deberá ser una
familia santa, es decir, inviolablemente unida a Dios por la gracia.
Inviolablemente: porque aquel mismo sacramento que exige la
indisolubilidad del vínculo conyugal, os confiere una fuerza
sobrenatural contra la cual serán impotentes, si vosotros lo queréis,
las tentaciones y las seducciones; las pérfidas insinuaciones del
disgusto cotidiano, de la calma habitual, de la necesidad de novedad y
de cambio, la sed de las experiencias peligrosas, la atracción del fruto
prohibido, no tendrán poder alguno contra vosotros, si conserváis este
estado de gracia, con la vigilancia, la lucha, la penitencia, la
oración” (Pío XII, A los recién casados, 6 de noviembre de 1940).
• Y convertirse como en un cenáculo frente a las tormentas de la vida.
“Tened
siempre vuestro cenáculo, un asilo de retiro y de oración en vuestro
propio hogar doméstico. Allí encontraréis el reposo después de las más
duras jornadas, en la fidelidad a vuestras promesas y en la unión
perfecta de vuestras almas: Perseverantes unanimiter (Hechos, 1, 14);
allí viviréis bajo la mirada de María cum Maria matre Iesu (ibid.), cuya
imagen os reunirá cada noche para la oración en familia: unanimiter in
oratione. Mejor aún, toda vida personal y familiar puede resultar una
oración incesante: perseverantes unanimiter in oratione” (Pío XII, A los
recién casados, 27 de marzo de 1940).
• Para sobrellevar las pruebas, la familia precisa la energía diaria de la comunión eucarística.
“La
familia necesita, como base suya, la íntima unión no sólo de los
cuerpos, sino sobre todo de las almas, unión hecha de amor y de paz
mutua. Ahora bien, la Eucaristía es, según la bella expresión de San
Agustín (Tract. in Ioan. 26, 13), signo de unión, vínculo de amor,
signum unitatis, vinculum caritatis, y une por eso y como que suelda
entre sí los corazones.
.
“Para
sostener las cargas, las pruebas, los dolores comunes, a los que no
puede sustraerse familia alguna, por bien ordenada que esté, os es
necesaria una energía diaria: la comunión eucarística es generadora de
fuerza, de valor, de paciencia, y con la suave alegría que difunde en
las almas bien dispuestas, hace sentir aquella serenidad que es el
tesoro más precioso del hogar doméstico” (Pío XII, A los recién casados,
7 de junio de 1939).
• Y que Cristo y su Santísima Madre presidan la vida del hogar.
“Haced
que vuestra casa sea y parezca cristiana. Que el Sagrado Corazón sea
Rey de ella; que la imagen del Salvador crucificado y la dulcísima
Virgen María tengan puesto de honor, para hacer manifiesto a los ojos de
todos que en vuestra morada se sirve a Dios y que los visitantes y
amigos deben, como vosotros mismos, desterrar de ella todo lo que pueda
violar su santa ley: conversaciones deshonestas, palabras mentirosas,
cóleras o debilidades culpables; sino también para recordaros que Jesús y
María son los más constantes y amadísimos testigos y como asociados a
los sucesos de vuestra familia: júbilos que os auguramos numerosos,
dolores y pruebas que nunca podrán faltar” (Pío XII A los recién casados).
• Que las familias cristianas aprendan a orar como se oraba en el hogar de Nazaret.
“El
Evangelio, es verdad, no nos dice expresamente cuáles eran las plegarias
que se hacían en la casa de Nazaret. Pero la fidelidad de la Sagrada
Familia a la observancia de las prácticas religiosas nos ha sido
explícitamente atestiguada, aunque no había ninguna necesidad de ello,
cuando, por ejemplo, San Lucas nos cuenta (Lucas, 2, 41 y ss.) que Jesús
iba con María y José al templo de Jerusalén por la Pascua, según la
costumbre de aquella fiesta. Es, pues, fácil y dulce representarnos esta
Sagrada Familia en Nazaret a la hora de la acostumbrada oración. En el
alba dorada o el violáceo crepúsculo de Palestina, sobre la pequeña
terraza de su casita blanca, vueltos hacia Jerusalén, Jesús, María y
José están de rodillas; José, como cabeza de familia, recita la oración;
pero es Jesús quien la inspira, y María une su dulce voz a la grave del
santo patriarca.
“¡Futuros
cabezas de familia! Meditad e imitad este ejemplo, que muchos hombres
de hoy olvidan. En el recurso confiado a Dios encontraréis no solamente
las bendiciones sobrenaturales, sino la mejor seguridad de aquel «pan
cotidiano», tan ansiosamente, tan laboriosamente y a veces tan vanamente
buscado” (Pío XII, A los recién casados, 3 de abril de 1940).
• A ejemplo de ellos, en el hogar han de orar todos, porque también los hombres son frágiles y necesitan la oración.
“Hay
jóvenes que piensan que en el mundo, a partir de cierta edad, la oración
es un incienso cuyo oloroso humo conviene dejar a las mujeres, lo mismo
que ciertos perfumes de moda; otros acuden en alguna ocasión a la misa
cuando les es cómodo; pero se creen, según parece, demasiado grandes
para arrodillarse y no lo bastante místicos, como dicen algunos, para
acercarse a la sagrada comunión. Tampoco faltan muchachas jóvenes que,
aun habiendo sido educadas con todo cuidado por sus madres o por buenas
religiosas, se creen eximidas, una vez casadas, de las más elementales
normas de prudencia: lecturas, espectáculos, bailes, distracciones
peligrosas, todo les es permitido.
“Pero
en una familia verdaderamente cristiana, el marido sabe que su alma es
de la misma naturaleza y no menos frágil que la de su mujer y la de sus
hijos; por eso añade a la de éstos su oración diaria, y así como se
complace en verlos en torno suyo en la mesa familiar, no deja de
acercarse con ellos a la mesa eucarística” (Pío XII, A los recién
casados, 24 de julio de 1940).
• Que no se pierda la bella tradición del Santo Rosario en familia.
“En el
nombre de Nuestro Señor os lo suplicamos, queridos recién casados:
empeñaos por conservar intacta esta bella tradición de la familias
cristianas, la oración de la noche en común, que recoge al fin de cada
día, para implorar la bendición de Dios y honrar a la Virgen Inmaculada
con el rosario de sus alabanzas, a todos los que van a dormir bajo el
mismo techo. Vosotros dos, y después, cuando hayan aprendido de vosotros
a unir sus manecitas, los pequeños que la Providencia os haya confiado,
y también, si para ayudaros en vuestras labores domésticas os los ha
puesto el Señor a vuestro lado, los criados y colaboradores vuestros,
que también son vuestros hermanos en Cristo y tienen necesidad de Dios”
(Pío XII, A los recién casados, 12 de febrero de 1941).
Fuente: Consejos del Papa Pío XII a la Familia Cristiana.
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