Por Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila (LMGSM 1 CMN 73 VGB)
En aquella madrugada del 20 de febrero de 1813, las tropas
españolas que esperaban sobre el "Camino Real" a los patriotas,
fueron sorprendidas por sus retaguardias, cuando el ejercito de Belgrano irrumpió,
dando en Salta la culminación del éxito de Tucumán. La Patria naciente había
sido salvada.
El General Manuel Belgrano, que logro
dejar tierra arrasada al avance español conduciendo a los jujeños hacia el sur
y abandonando su pueblo, había el 24 de septiembre de 1812, en el "Campo
de las Carreras" en Tucumán, poner en fuga a las fuerzas de Pío Tristán y,
ahora, en las estribaciones de Salta, vencía y rendía a los invasores que pretendían
repetir lo logrado en el Alto Perú, desactivando los movimientos tras la
libertad de las colonias.
Habían pasado casi cinco meses del
encuentro en Tucumán y durante ese tiempo las fuerzas patriotas no tan solo habían
mejorado su capacidad de combatientes, sino que con las armas dejadas por el
adversario, estaban realmente mejor equipadas y en mejor aptitud para las
batallas. Es interesante recorrer la correspondencia entre Belgrano y Pío Tristán en
ese intervalo, en la cual ambos mostraban, no tan solo un sentido de
caballerosidad magistral, sino también la esperanza de vencer por las palabras,
sin llegar a las armas. Recordemos que el genio de Belgrano ya se había
mostrado en la frustrada campaña a Asunción, donde lo logro la victoria
militar, pero si sembró en los paraguayos las ideas porteñas nacidas en mayo
del 1810.
La batalla de Salta pone en descubierto, la capacidad de Belgrano, reconocida por el General Don
José de San Martín, para obrar con
sagacidad e inteligencia, lo que le convierte en un real estratega. Uno de sus
capitanes era salteño, se apellidaba Saravia,
pero era conocido como "Chocolate" por el tinte de su piel, su
familia era propietaria de una finca en la Quebrada de Chachapoya, y, por ella,
se podía llegar a la población fuera del clásico "Camino Real". Esa
fue la ruta elegida por Belgrano y
sus fuerzas transitaron en los silencios de la noche hasta entrar a la ciudad y
"caer" sobre un posiblemente desprevenido adversario.
Si Tucumán fue un triunfo de singular envergadura, Salta se convirtió en
la derrota de los españoles, que se rindieron, deponiendo sus armas. Una vez
mas allí aparece fulgurante la figura magistral de Belgrano que, acepta la rendición, pero, con una grandeza
incomparable, otorga el perdón a aquellos que juraran no tomar en el futuro
acciones contra la Patria que nacía. La historia recoge el momento en el cual Belgrano no tan solo
"devuelve" el sable a Pío Tristán, sino también lo estrecha
en un fuerte abrazo.
Belgrano y Pío Tristán había compartido sus
tiempos en España durante sus estudios y, según se considera, debieron haber
sido de alguna manera amigos. El desarrollo evolutivo de los pueblos, en
aquella época de éxitos y triunfos, los había enfrentado como soldados, pero
ellos, sin dudas, como hombres sabían de los valores del espíritu, lo que en
Salta daban prueba. En un mundo con profundos cambios en el cual Europa se estremecía
por las guerras, los hombres que habían nacido en nuestras tierras de promoción,
se encontraba ante las realidades que los llevaba por caminos diversos y,
consecuentemente, los enfrentaba en las lides de superación. Es por eso que el Éxodo
Jujeño y las batallas de Tucumán y Salta,
tienen que se entendidas y comprendidas con criterio sabio y profunda
calidad espiritual, que son las virtudes que hacen gala, los patriotas que solo
persiguen el ámbito de la libertad como objetivo único y común.
Si Tucumán tiene el derecho histórico de
ser calificada como la "Batalla de la Patria" por sus efectos en la evolución
de formación de nuestra Nación, sin dudas, Salta es el broche sagrado que
cierra aquel hecho, confundiendo los valores y uniendo los destinos de una
futura Argentina. Jujeños, tucumanos y salteños, de esta manera, con sus
sangres y sacrificios, bajo la honorable y digna dirección del General Manuel Belgrano, hicieron el soporte
firme y sólido de la Patria. Algo, casi sagrado, que jamás olvidaremos.
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