Por Luis Fernando Pérez Bustamante (Infocatólica)
En la que, sin la menor duda, es una de las homilías más importantes de su pontificado,
Benedicto XVI dejó ayer las cosas muy claras a quienes en la Iglesia
han hecho de la desobediencia y la rebeldía contra el magisterio su
“modus vivendi". El Papa se refirió explícitamente al numeroso grupo de
sacerdotes austriacos que han querido emprender
en pleno siglo XXI el camino que en su día recorrieron los reformadores
protestantes. Estas fueron las palabras del Santo Padre:
Recientemente, un grupo de sacerdotes ha publicado en un país europeo una llamada a la desobediencia, aportando al mismo tiempo ejemplos concretos de cómo se puede expresar esta desobediencia, que debería ignorar incluso decisiones definitivas del Magisterio; por ejemplo, en la cuestión sobre la ordenación de las mujeres, sobre la que el beato Papa Juan Pablo II ha declarado de manera irrevocable que la Iglesia no ha recibido del Señor ninguna autoridad sobre esto. Pero la desobediencia, ¿es un camino para renovar la Iglesia? Queremos creer a los autores de esta llamada cuando afirman que les mueve la solicitud por la Iglesia; su convencimiento de que se deba afrontar la lentitud de las instituciones con medios drásticos para abrir caminos nuevos, para volver a poner a la Iglesia a la altura de los tiempos. Pero la desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de una auténtica renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de trasformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas?
El Obispo de Roma concede, graciosamente, que puede haber buenas
intenciones en esos rebeldes, pero les advierte que el camino que han
emprendido es erróneo. Es más, apunta al meollo de la cuestión. Lo que quieren esos disidentes es transformar la Iglesia según sus deseos e ideas. O en otras palabras, que la Iglesia esté hecha a su imagen y semejanza.
El Papa no se conforma con mostrar el error de los falsos reformadores. Señala también el camino para la renovación constante de la Iglesia:
Desde Pablo, y a lo largo de la historia, se nos han dado continuamente estas «traducciones» del camino de Jesús en figuras vivas de la historia. Nosotros, los sacerdotes, podemos pensar en una gran multitud de sacerdotes santos, que nos han precedido para indicarnos la senda: comenzando por Policarpo de Esmirna e Ignacio de Antioquia, pasando por grandes Pastores como Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno, hasta Ignacio de Loyola, Carlos Borromeo, Juan María Vianney, hasta los sacerdotes mártires del s. XX y, por último, el Papa Juan Pablo II que, en la actividad y en el sufrimiento, ha sido un ejemplo para nosotros en la configuración con Cristo, como «don y misterio». Los santos nos indican cómo funciona la renovación y cómo podemos ponernos a su servicio. Y nos permiten comprender también que Dios no mira los grandes números ni los éxitos exteriores, sino que remite sus victorias al humilde signo del grano de mostaza.
He ahí a los verdaderes reformadores. He ahí aquellos que muestran el camino que Dios quiere para su Iglesia. Nada que ver con los que llaman a la desobediencia,
con los que no aceptan la autoridad del magisterio, con los que no solo
se han equivocado de senda sino que llevan a otros hacia el abismo de
sus errores y de su soberbia.
Tras recordar que en breve empieza el Año de la Fe, Benedicto XVI lanza también un claro mensaje que ha de ser aceptado y asumido no solo por los heterodoxos progresista-liberales, sino por aquellos que llevan tiempo oponiéndose en mayor o menor medida al último concilio ecuménico:
Pero todos tenemos experiencia de que necesitamos ayuda para transmitirla rectamente en el presente, de manera que mueva verdaderamente nuestro corazón. Esta ayuda la encontramos en primer lugar en la palabra de la Iglesia docente: los textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica son los instrumentos esenciales que nos indican de modo auténtico lo que la Iglesia cree a partir de la Palabra de Dios. Y, naturalmente, también forma parte de ellos todo el tesoro de documentos que el Papa Juan Pablo II nos ha dejado y que todavía están lejos de ser aprovechados plenamente.
¿Verdad que no hace falta que digamos el nombre de aquellos que van
frucir el ceño cuando vean que el Papa llama “instrumentos esenciales” a
los textos del Concilio y el Catecismo? A buen entendedor, pocas
palabras bastan. Quien quiera saber lo que la Iglesia cree hoy, no puede dejar a un lado el último concilio ni el magisterio de los últimos papas.
Y si la obediencia es necesaria para los que se rebelan contra el
magisterio desde el liberalismo teológico, también lo es para los que
hacen exactamente lo mismo desde una supuesta fidelidad a la Tradición.
La reacción a las palabras del Santo Padre no se ha hecho esperar. En un gesto dialécticamente falso, Helmut Schüeller, lider de los curas rebeldes austríacos
cuya rebelión ha sido públicamente reprobada por el Papa en esta gran
homilía, se muestra satisfecho -¿a quién quiere engañar?- con las
afirmaciones de Benedicto XVI:
“Ha sido una explicación abierta y no hubo ninguna prohibición o sanción por parte del Papa. Reconoce que nos movemos con la intención de la solicitud por la Iglesia, asi como por el deseo de mirar a su futuro. Además, Benedicto XVI asegura citando a Juan Pablo II, que el Magisterio no se puede modificar, por ejemplo en temas como el sacerdocio de las mujeres. Nosotros, y otra mucha gente, en esto no estamos de acuerdo. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha cambiado su enseñanza en muchos puntos. Pero en general el tono del Papa no fue áspero".
Cualquiera puede entender que una homilía que el Papa dirige en la Misa Crismal a todos los sacerdotes del mundo no es el lugar propicio para promulgar sanciones canónicas. Es evidente que el Papa ha querido advertir del error sin aplicar todavía la disciplina a quienes lo cometen. Pero se confunde Schüeller si cree que todo esto consiste en un mero intercambio de opiniones. Cuando dice “nosotros, y otra mucha gente, en esto no estamos de acuerdo“, está demostrando que no ha captado bien el mensaje papal. No entiende que la doctrina de la Iglesia, una vez definida irrevocablemente, no se discute. Se acepta, se asume y se profesa.
Y quien no lo hace, se separa de la comunión eclesial. Es cuestión de
tiempo que aquellos que insisten en no ser fieles al magisterio acaben
siendo ramas desgajadas del árbol de la Iglesia en comunión con el
Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo.
A nivel “local", hemos asistido también a la reacción del director del portal religioso donde, entre otras cosas, encuentran altavoz mediático todo tipo de heterodoxias habidas y por haber.
Hablando del cambio que quiere para la Iglesia, José Manuel Vidal,
apoyando con entusiasmo el austriaco llamado a la desobediencia,
escribió ayer:
O impulsarlo desde abajo, desde el pueblo de Dios. Porque vox populi, vox Dei. Los curas austríacos muestran el camino. Un camino que puede ser contagioso y, por eso, hasta el propio Papa ha arremetido contra ellos. ¿Acabará el ‘anatema’ papal con su movimiento o provocará su difusión por todo el mundo?
¿No les suena a ustedes de algo eso? Hace cinco siglos hubo un monje alemán que abrió la puerta hacia ese camino. Y sin duda, muchos le siguieron.
Su rebeldía contra la Iglesia fue contagiosa y se difundió por todo el
mundo. Pero no tiene nada de particular. Si al mismísimo Satanás le
siguieron un tercio de los ángeles en su rebelión contra Dios, es normal
que a los que se rebelan contra la Iglesia les sigan muchos hombres.
Es hora de pedir al Señor que conceda la gracia de la conversión a la fe católica
a todos aquellos que viven aun dentro de los atrios de la Iglesia pero
sin profesar integramente sus enseñanzas. Ser católico no consiste
meramente en adherirse al depósito de la fe. Bien sabemos que no basta
con creer. Sin amor, de poco vale la fe. Sin obras, la fe no salva. Pero
no puede ser católico quien no cree lo que la Iglesia enseña. O conversión por gracia, o excomunión por coherencia.
Mañana, si el Señor me lo concede, me referiré a otros aspectos
importantísimos de la homilía del Papa en la Misa Crismal. Me refiero al
analfabetismo religioso de nuestra generación y al celo por la
salvación de las almas. Hoy, Viernes Santo, celebramos que Cristo murió por nosotros. No hay mayor amor que ese. Que nuestros corazones se derramen en acción de gracias hacia nuestro Salvador.
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