Fuente: Editorial Diario La Nación – martes 10 de abril de 2012.
Hoy se rinde homenaje a quienes
murieron atacando cuarteles y comisarías y no a quienes perdieron la vida
defendiéndolos
La historia sobre los hechos
ocurridos en la Argentina durante las décadas del 60 y del 70 se está
escribiendo bajo una fuerte influencia de intenciones políticas. Los
sentimientos, y más particularmente los resentimientos, constituyen hoy la
lente predominante con que se analizan esos hechos. El dolor que la pérdida de
un ser querido deja de por vida impide la objetividad y serenidad para evaluar
el pasado. Esto es comprensible en quienes han sido afectados por aquella
violencia, sean de uno o de otro bando. Pero la falta de objetividad y la
parcialidad no son comprensibles en instituciones públicas o privadas
responsables de educar a quienes, por su juventud, no fueron testigos de
aquello. Tampoco es entendible que se haga un reconocimiento oficial y se
indemnice a terroristas que murieron atacando cuarteles y comisarías, o
colocando bombas, y que se ignore a los soldados, oficiales y policías que
murieron defendiéndolas, cumpliendo con su deber.
Desde hace nueve años, la
maquinaria oficial ha volcado su capacidad mediática en exacerbar sentimientos
y exponer una visión de la historia propia de los sectores más cercanos a las
ideas revolucionarias que motorizaron al ERP, los Montoneros y otros grupos
armados. Esta sesgada visión ha alcanzado hoy a diversos sectores de la
intelectualidad, del periodismo y de la política, y se impone en las aulas de
escuelas y universidades. Con el lema "Memoria, juicio y castigo a los
culpables", se ha desarrollado una enorme presión sobre la Justicia,
volcándola hacia el juzgamiento de solo una de las partes. Los avances hacia la
reconciliación que se habían dado con las leyes de obediencia debida, de punto
final y los indultos fueron desandados con la anulación, claramente
inconstitucional, de esas leyes. Los numerosos juzgamientos y condenas a
militares, policías, gendarmes y civiles han dejado de lado el principio de
legalidad, así como el de la irretroactividad de la ley penal. El argumento de
que en la represión de los grupos armados no rigieron estas garantías no puede
usarse como justificativo para violarlas por parte de un gobierno
constitucional.
El agravante de los delitos en la
represión del terrorismo por haber sido realizados desde el Estado tampoco
exculpa ni quita gravedad a los crímenes cometidos por los grupos armados. Por
otro lado, la derrota de esos grupos hizo posible evitar sus designios de hacer
de la Argentina otra Cuba.
El primer grupo guerrillero, los
Uturuncos, apareció en 1959. En 1964 inició su accionar subversivo el Ejército
Guerrillero del Pueblo que, en 1968, tomó la denominación de Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP). Luego emergieron las FAL, FAR y los Montoneros. La violencia
de estos grupos actuó sobre gobiernos de facto y constitucionales y alcanzó su
clímax en 1974 y 1975, durante las gestiones de Juan Domingo Perón e Isabel
Martínez de Perón. La falsa afirmación que hoy da marco a la historia oficial,
de que se trataba de jóvenes idealistas que lucharon contra dictaduras, no
resiste ningún cotejo con la realidad conocida.
En 1973 triunfó una fórmula de
coalición presidida por Héctor Cámpora pero con fuerte participación de los
Montoneros y elementos de ultraizquierda. El día de la asunción de Cámpora le
arrancaron un decreto de indulto que liberó a más de 2000 guerrilleros
condenados por la Cámara Federal Penal. Al día siguiente, el nuevo Congreso
sancionó la amnistía y disolvió ese tribunal. De inmediato, los liberados
reanudaron sus crímenes y ataques, incluyendo a los jueces que los habían
condenado. Perón no tardó en reemplazar a Cámpora y actuar contra la
subversión. Sólo dos días después de haber asumido, los Montoneros asesinaron a
José Ignacio Rucci, su más cercano y leal dirigente sindical. Esto lo llevó a
decir que "cuando los pueblos agotan su paciencia, suelen hacer tronar el
escarmiento". Fue Perón quien ideó la Triple A como método irregular e
ilegal para actuar contra una guerrilla, y con la triple A apareció la técnica
de desaparición de personas.
A la muerte de Perón lo sucedió
su esposa. Los grupos armados tomaban cuarteles, colocaban bombas,
secuestraban, asesinaban, e iniciaban acciones militares en el monte tucumano.
En septiembre de 1975 ocurría en el país una muerte por razones políticas cada
19 horas, en tanto que hacia el 19 de marzo de 1976 se producía un muerto cada
cinco horas y estallaba una bomba cada tres. Fue entonces cuando el gobierno
constitucional, a cargo de Italo Luder, dictó el decreto 2772, que establecía:
"Las Fuerzas Armadas procederán a ejecutar las operaciones militares y de
seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos
subversivos en todo el país". En una reunión de Luder con los comandantes,
en la que éstos le expusieron los métodos alternativos para derrotar el
terrorismo, el presidente en ejercicio optó por el más efectivo pero más
susceptible de derivar en delitos represivos fuera de control. A partir de
entonces, y no del 24 de marzo de 1976, se debe considerar el inicio del
accionar de las Fuerzas Armadas. Hubo 908 desapariciones durante el gobierno de
Isabel Perón, una parte de las cuales se debe adjudicar a la Triple A.
Los métodos de la represión del
terrorismo aplicados por fuerzas irregulares (Triple A) a partir de 1974, o
regulares a partir de 1975, comprendieron crímenes y delitos que nunca debieron
haber ocurrido. Pero también fueron crímenes los cometidos por los grupos
subversivos que iniciaron una verdadera guerra civil. No se puede juzgar una
parte sin hacerlo con la otra. No es posible interpretar, contra la
jurisprudencia internacional, que la calificación de lesa humanidad y la
imprescriptibilidad no alcanza a los crímenes de organizaciones armadas que
incluso eran sostenidas por Estados extranjeros y algunos de cuyos integrantes
ocupaban también empleos públicos. Seguramente no hubiera habido represión
ilegal si en mayo de 1973 no se hubiera eliminado la Cámara Federal Penal y
ésta hubiera continuado juzgando los crímenes del terrorismo. Fueron los grupos
armados quienes luego de amnistiados continuaron accionando con mayor
ferocidad.
Deberíamos reflexionar si,
estando la sociedad dispuesta a perdonar y a admitir que ex terroristas ocupen
hoy cargos de gobierno, no debería promoverse con la misma generosidad una
reconciliación y amnistía que comprenda los dos bandos protagonistas de aquel
trágico pasado.
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