miércoles, 30 de mayo de 2012

30 DE MAYO: SANTA JUANA DE ARCO


 
 
 
Plácele a Dios obrar así: por medio de una simple niña…”
  
   Tal fue la respuesta plena de sabiduría, que dio Santa Juana de Arco a quienes la juzgaban duramente, porque tenía la clara conciencia que era Dios el que guiaba sus pasos.
    En la última etapa de la guerra de los Cien Años, los ingleses se creían dueños de Francia, ya que habían ocupado gran parte del territorio ---(cuando no; durante varios siglos tuvieron esa nefasta actitud de apoderarse de los ajeno)—y al morir, en 1422 Enrique VI de Inglaterra y Carlos VI de Francia, nombraron único rey de ambos países al niño Enrique VII. Lógicamente, el heredero del trono de Francia, Carlos VII, no estuvo de acuerdo con esa medida, pero no podía ser coronado porque su investidura debía realizarse en Reims, la cual estaba en poder de los ingleses. Pero la situación se tornó mucho más crítica porque una parte de la población francesa apoyaba a los invasores. Esta era la lamentable situación en que se encontraba Francia cuando apareció en escena Juana de Arco.
   Tenía apenas trece años cuando un día, al volver del campo vio que la aldea estaba ocupada por los ingleses y que algunos de los soldados  habían entrado en su casa y presenció como le daban muerte a su hermana.
   Todos los días rezaba a Dios para que liberase a su pueblo de personas tan malvadas, y obtuvo respuesta del cielo: “La voz me dijo que pusiera cerco a la ciudad de Orleáns, que me dirigiera a Vaucouleurs, que me presentara a Roberto de Baudricourt, jefe de la ciudad, que pondría algunos hombres bajo mi mando. Respondí que era una simple niña que no sabía montar a caballo e ignoraba como se hacía la guerra”. Pero ¿cómo resistirse a la voz de Dios?
  Ya, ante el rey Carlos VII, en Chinon, explicó que tenía una misión encargada por Dios: “El Señor os entregará el reino, vos seréis coronado en Reims y dispersaréis a vuestros enemigos. Soy la mensajera de Dios, concededme la oportunidad y yo organizaré el asedio de Orleáns”. Carlos VII le dio 7.000  hombres y puso a sus órdenes a los más expertos capitanes del reino. Las victorias se sucedieron una tras otras y las ciudades fueron reconquistadas poco a poco, lográndose que el rey fuera coronado en Reims el 17 de julio de 1429.
   Pero la misión de Juana aún no terminaba, todavía quedaba París y otras ciudades en manos de los invasores. Tras la liberación de París, ella, el rey y toda la plana mayor se dirigieron a la iglesia de San Dionisio, y ofreció como exvotos la armadura y la espada que había quitado a un  inglés.
   En una extraña actitud, tal vez mal aconsejado, Carlos VII no quiso continuar la guerra para recuperar la totalidad de Francia y abandonó a la joven soldado a su propia suerte. Tras esta equivocada decisión, las cosas comenzaron a ir muy mal para Francia, y también para Juana, quien fue hecha prisionera por un grupo de mercenarios vendidos a los ingleses, fue encarcelada por sus propios compatriotas, que la vendieron  a los invasores por 10.000 ducados de oro.
   El obispo Pierre Cauchon, partidario de los ingleses, apañó un juicio canónico, acusándola de bruja y hereje y la condenó a  la hoguera entregándola al brazo seglar para que organizase su ejecución en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, donde murió quemada viva el 30 de mayo de 1431, mientras invocaba el nombre de Jesús.
   El papa Calixto III ordenó en 1455 que se revisara su proceso. Fueron interrogados 115 testigos de Domrémy, Ruán, París y Orleáns,  y Juana fue rehabilitada solemnemente, aún en vida de su madre, Isabel Romée, que murió dos años más tarde.
   Todos la llamaban “la doncella”, la virgen, y efectivamente, se había consagrado a Dios y quería conservar intacta su virginidad hasta la muerte. Su espiritualidad fue una constante unión con Dios con la inquebrantable decisión de hacer sólo su voluntad.
  Sus respuestas a quienes la juzgaban, eran de una sabiduría que sólo podían venir de Dios. Juana fue una mística que encarnó una vida contemplativa en medio del mundo, inmersa en las actividades más profanas, fue la “santa de lo temporal”, vivió su “vocación de santidad en el centro mismo del tumulto humano.”. Y fue fiel a esta vocación hasta el heroísmo del martirio.-
 
 
Extractado por Ricardo Díaz de “Vida Santas y Ejemplares”, Enrico Pepe, Barcelona, 2002.

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