“Plácele a Dios obrar así: por medio de una simple niña…”
Tal
fue la respuesta plena de sabiduría, que dio Santa Juana de Arco a
quienes la juzgaban duramente, porque tenía la clara conciencia que era
Dios el que guiaba sus pasos.
En
la última etapa de la guerra de los Cien Años, los ingleses se creían
dueños de Francia, ya que habían ocupado gran parte del territorio
---(cuando no; durante varios siglos tuvieron esa nefasta actitud de
apoderarse de los ajeno)—y al morir, en 1422 Enrique VI de Inglaterra y
Carlos VI de Francia, nombraron único rey de ambos países al niño
Enrique VII. Lógicamente, el heredero del trono de Francia, Carlos VII,
no estuvo de acuerdo con esa medida, pero no podía ser coronado porque
su investidura debía realizarse en Reims, la cual estaba en poder de los
ingleses. Pero la situación se tornó mucho más crítica porque una parte
de la población francesa apoyaba a los invasores. Esta era la
lamentable situación en que se encontraba Francia cuando apareció en
escena Juana de Arco.
Tenía
apenas trece años cuando un día, al volver del campo vio que la aldea
estaba ocupada por los ingleses y que algunos de los soldados habían entrado en su casa y presenció como le daban muerte a su hermana.
Todos los días rezaba a Dios para que liberase a su pueblo de personas tan malvadas, y obtuvo respuesta del cielo: “La
voz me dijo que pusiera cerco a la ciudad de Orleáns, que me dirigiera a
Vaucouleurs, que me presentara a Roberto de Baudricourt, jefe de la
ciudad, que pondría algunos hombres bajo mi mando. Respondí que era una
simple niña que no sabía montar a caballo e ignoraba como se hacía la
guerra”. Pero ¿cómo resistirse a la voz de Dios?
Ya, ante el rey Carlos VII, en Chinon, explicó que tenía una misión encargada por Dios: “El
Señor os entregará el reino, vos seréis coronado en Reims y
dispersaréis a vuestros enemigos. Soy la mensajera de Dios, concededme
la oportunidad y yo organizaré el asedio de Orleáns”. Carlos VII le dio 7.000 hombres
y puso a sus órdenes a los más expertos capitanes del reino. Las
victorias se sucedieron una tras otras y las ciudades fueron
reconquistadas poco a poco, lográndose que el rey fuera coronado en
Reims el 17 de julio de 1429.
Pero
la misión de Juana aún no terminaba, todavía quedaba París y otras
ciudades en manos de los invasores. Tras la liberación de París, ella,
el rey y toda la plana mayor se dirigieron a la iglesia de San Dionisio,
y ofreció como exvotos la armadura y la espada que había quitado a un inglés.
En
una extraña actitud, tal vez mal aconsejado, Carlos VII no quiso
continuar la guerra para recuperar la totalidad de Francia y abandonó a
la joven soldado a su propia suerte. Tras esta equivocada decisión, las
cosas comenzaron a ir muy mal para Francia, y también para Juana, quien
fue hecha prisionera por un grupo de mercenarios vendidos a los
ingleses, fue encarcelada por sus propios compatriotas, que la vendieron a los invasores por 10.000 ducados de oro.
El obispo Pierre Cauchon, partidario de los ingleses, apañó un juicio canónico, acusándola de bruja y hereje y la condenó a la
hoguera entregándola al brazo seglar para que organizase su ejecución
en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, donde murió quemada viva el 30 de
mayo de 1431, mientras invocaba el nombre de Jesús.
El
papa Calixto III ordenó en 1455 que se revisara su proceso. Fueron
interrogados 115 testigos de Domrémy, Ruán, París y Orleáns, y Juana fue rehabilitada solemnemente, aún en vida de su madre, Isabel Romée, que murió dos años más tarde.
Todos
la llamaban “la doncella”, la virgen, y efectivamente, se había
consagrado a Dios y quería conservar intacta su virginidad hasta la
muerte. Su espiritualidad fue una constante unión con Dios con la
inquebrantable decisión de hacer sólo su voluntad.
Sus
respuestas a quienes la juzgaban, eran de una sabiduría que sólo podían
venir de Dios. Juana fue una mística que encarnó una vida contemplativa
en medio del mundo, inmersa en las actividades más profanas, fue la
“santa de lo temporal”, vivió su “vocación de santidad en el centro
mismo del tumulto humano.”. Y fue fiel a esta vocación hasta el heroísmo
del martirio.-
Extractado por Ricardo Díaz de “Vida Santas y Ejemplares”, Enrico Pepe, Barcelona, 2002.
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