Miguel Ángel Sarni
General de División (R ). Ingeniero
militar.
Escribió Educar para este Siglo
Es tan evidente la gestión de
desprestigio de nuestras Fuerzas Armadas y tan notorios los indicadores de la
degradación de su componente militar que continuar manifestándose sobre la
cuestión, como un mero ejercicio intelectual, resulta un absurdo. Es un deber
de las autoridades civiles, militares y de la dirigencia política en general
velar por el prestigio de nuestras Fuerzas Armadas. No hay excusas para seguir
mirando al costado cada vez que son agraviadas o atacadas. Urge rescatar y
acrecentar su prestigio y su respeto ante el pueblo de la
Argentina y, también, lo no menos importante, su institucionalidad.
Desde hace años, se ha decidido
mantenerlas indefinidamente en "el banquillo de los acusados" y que
cumplan con su misión bajo restricciones presupuestarias extremas.
El hecho de la sustitución de un
gobierno constitucional por un gobierno defacto, las consecuencias de la
represión de la guerrilla que tuvo lugar entonces, la pérdida de la guerra de
Malvinas, la crisis económica fueron, entre otros, una suma de factores que
produjeron resentimientos y desconfianzas mutuas en el seno de nuestra
sociedad.
Estos resentimientos y desconfianzas
provocaron, en muchos casos, una suerte de enquistamiento que inmovilizó la
modernización, y por otra parte, la recurrencia en abordar un pasado
traumatizante sin un mensaje superador que nos permitiera asumirlo, pero, a la
vez, avanzar hacia el futuro con una sociedad cohesionada, impidieron que las
máximas conducciones políticas condujeran el proceso de modernización con el
dinamismo y celeridad que las nuevas necesidades hacían menester.
Con el "nuevo orden
mundial" y el mejoramiento de las relaciones entre los países de la
región, recaló la idea de la retracción del poder militar en nuestro país.
Rápidamente, se montaron a la tendencia los detractores de las FF. AA. y
algunos "pensadores de la defensa", para desnaturalizar su misión.
La paz universal está tan lejos hoy como hace mil o dos mil años, pero las
armas son infinitamente mejores que las de entonces, y los conflictos de interés
por recursos naturales o por mercados, mucho peores. El desarme podrá ser un
objetivo deseable, pero por ahora sólo ha sido “privilegio” de países
derrotados en guerra o de protectorados que pactaron su defensa con otros
países mayores. Y el precio por ese pacto suele ser su eternización como país
menor.
Y esto se sabe. Por eso, a pesar del progreso del Mercosur y de la solución
de los problemas limítrofes de la Argentina, nadie ha querido proponer en voz alta un desarme
unilateral. Y, sin embargo, ocurrió. En cámara lenta, pero ocurrió.
Vamos a contramano de la historia y la geografía. Nuestros vecinos y socios
Chile y Brasil, invierten sumas importantísimas en Defensa. Brasil construye
submarinos nucleares para defender sus activos petroleros off shore en alianza
estratégica con Francia y Rusia.
Quizás debido a la superpoblación, el mundo esta cada vez más brotado de
guerras regionales de extraordinaria crueldad por asuntos de petróleo, minería,
ríos, religión o límites.
Asimismo, rara vez el mundo estuvo tan aquejado de estados que colapsan
devorados por amenazas internas, separatistas, sediciosas, narcotráfico o criminales; mejor armadas que los propios
ejércitos.
En el idílico escenario argentino,
fueron borradas las hipótesis de empleo como metodología de planeamiento, las
amenazas pasaron a tener mala prensa y, con un utópico paraguas de buenas
intenciones, se agudizó la "racionalización de gastos militares", un
eufemismo del estrangulamiento presupuestario.
Tomar conciencia de los cambios que
ha experimentado el mundo en los últimos veinte años, y la influencia que esos
cambios deben producir en la estructura y funcionamiento de nuestras Fuerzas Armadas,
es un deber que no debiera soslayarse y ser asumido por el actual gobierno y la oposición.
Con respeto y con la responsabilidad
que me cabe como ciudadano, solicito a las nuevas autoridades que fijen una
Política de Defensa en la agenda nacional. Con humildad me permito sugerir:
1. Respecto
de los recursos humanos.
a. Preservar la calidad y el
prestigio en la conducción de las fuerzas: los hombres designados deben ser de
confianza de las instituciones, no sólo para el Poder Ejecutivo, sino para la
ciudadanía toda. Hay que legislar un mecanismo de selección de la cúpula
militar basado en el esfuerzo, la dedicación y capacidad profesional, y
desligado de la cercanía del gobierno de turno. Así también hay que definir un
período lógico para la gestión de la jefatura militar, que no sea coincidente
con la duración de los mandatos presidenciales.
b. El Poder Ejecutivo debería
fijar y regularizar la escala salarial del personal militar, conforme a la ley
para el Personal Militar 19.101 y sus modificaciones. Esto eliminaría (o
reduciría al máximo) los 'suplementos no remunerativos y no bonificables' que
componen el haber militar, que rondan alrededor del 70% de este y que no
tributan aportes sociales ni jubilatorios. Como los aportes se realizan sobre
las sumas remunerativas, la regularización de los haberes mejoraría la
situación delicada del sistema de retiros. Así se podrían
pagar los juicios ganados por el personal militar y continuar con los préstamos
al Estado Nacional. También se mejoraría la situación de las obras sociales militares.
Se cumpliría con la sentencias de la Corte
Suprema, que
dictaminan que a los militares se les debe pagar todo en blanco en lugar de casi todo en negro
(“haberes no remunerativos”).
c. Modernización de la educación
militar. A partir de fines de los 80, los
sucesivos Ministerios de Defensa convencidos de que la calidad operacional de
las FFAA dependería de su calidad educacional, tomaron la decisión prioritaria de
modernizar la educación militar, apuntando a mejorar su activo principal: el recurso humano. Se potenciaron
el conocimiento de ciencias afines a las necesidades militares. Los oficiales
vieron que las carreras de grado y los posgrados como vías para ser mejores
militares. Los suboficiales a través de pregrados y tecnicaturas. Se les sumó
como exigencia el conocimiento de dos lenguajes: una lengua extranjera y el
lenguaje informático.
El Sistema Educativo
Militar implementado se constituyó en una muestra de cómo se estaba generando
esa síntesis de potencialidad civico-militar en esta área estratégica del
conocimiento, meta tan reclamada por los argentinos. Asimismo, podemos afirmar
que la mayoría de países que determinarán la historia del siglo XXI (BRIC - Brasil, Rusia, India y China-; EEUU, Francia,…)
comparten la misma perspectiva.
Sin embargo tras más de una década de exigirse excelencia y apertura
educativa; durante los
últimos años, se suprimieron gran parte de los cambios excelentes del modelo de
educación militar adoptado para la modernización de las FFAA.
Es una de las decisiones que sería necesario revisar.
2. Respecto del Presupuesto:
El gasto dedicado a defensa no se puede decidir
irracionalmente. Un proceso de reestructuración inorgánico, fruto únicamente de
restricciones presupuestarias, lleva siempre al deterioro de la capacidad
operativa. El presupuesto militar tiene que ser un resultado del debate, y los
ciudadanos deben poder evaluar en qué y cómo se lo gasta, sabiendo que se trata
de alcanzar un determinado fin; el mismo que debe regir la escala salarial del
personal militar. Y ese fin debe ser la eficiencia operativa.
3. Responsabilidades tecno-industriales para la defensa:
La única función de las fuerzas
armadas, en realidad, es ser operativas y creíbles. Si deben entrar en guerra,
es porque alguien creyó, con razón o sin ella, que no lo eran. Y hoy, esta
credibilidad depende en gran medida de su equipamiento tecnológico, una parte
del cual se puede y debe fabricar localmente por cuestiones de costo. Lo
científico, lo tecnológico y lo industrial son la médula misma de una política
tecno-industrial de la defensa.
Políticos y militares poseen, en
general, diferentes lógicas para entender los problemas, por lo que es menester
lograr una adecuada sincronía entre las visiones. Hay que erradicar o marginar
las visiones prejuiciosas entre unos y otros.
Para transitar a una democracia
donde las Fuerzas Armadas tengan una correcta inserción es necesario seguir
secuencialmente los pasos de conocimiento, confianza, coordinación e
integración (entendimiento). Deben sentirse parte del diseño de un sistema de
defensa y de un proyecto de Nación.
Nuestras Fuerzas Armadas han
realizado un profundo análisis crítico sobre su actuación en el pasado y existe
hoy la convicción, en todos sus cuadros, acerca del respeto a la
institucionalidad y a la subordinación a las autoridades legítimamente elegidas
por el pueblo, más allá de la opinión que les puedan merecer las políticas que
se instrumenten. Esta reflexión crítica no la han hecho otros sectores de
nuestra sociedad que debieran hacerla, de manera de poder escribir entonces la
historia de nuestro pasado, única forma de obtener la garantía de que los
errores en que hemos incurrido, por acción u omisión, no se repetirán en el
futuro.
De lo contrario, si como eternos
adolescentes colocamos toda la culpa en el otro y ninguna responsabilidad en
nosotros, jamás creceremos como sociedad ni construiremos la unidad necesaria
que hace falta para afrontar los tiempos que vendrán.
Querer vivir en este mundo sin
Fuerzas Armadas creíbles es exponerse a perder todo: oportunidades, territorio,
modo de vida, autonomía, libertades.
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