Por Ricardo Díaz
Los primeros reyes de Egipto
fueron Tinitas (asiáticos), clasificados por la
historia como “pre-dinásticos”.
Tras la unificación del país, comienzan las primeras dinastías, allá,
por el año 3.197 antes de Cristo.
En la III dinastía (2.778 – 2723
a. C. , aproximadamente), la capital, Menfis, y su entorno, adquirieron
singular relieve, y la personalidad más destacada fue el ministro Imhotep, que
ocupó diversos cargos, siendo más tarde divinizado, como ya se acostumbraba por
aquella época y en esa civilización, y
que, por otra parte, se justifica esa divinización de seres humanos, ya que
sucedía alrededor de dos mil setecientos años antes de que Nuestro Señor
Jesucristo nos revelara sobre la existencia de un solo Dios verdadero, uno y
trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Imhotep se destacó, sobre todo,
en su cualidad de arquitecto, lo cual quedó reflejado en el complejo funerario
de Saqqarah, presidido por la gran pirámide escalonada que sirvió de tumba de
su señor.
Cabe reseñar, que una
preocupación de aquella época era las bajas crecidas del Nilo que, al
fertilizar una menor extensión de tierras, generaba hambre y la consecuente
inestabilidad social.
Luego los faraones de la IV
dinastía construyeron las mayores pirámides de Egipto, clara demostración de su
omnímodo poder. Durante esta dinastía se erigieron las pirámides de Médium y
Dahshur. También se destacaron en la política exterior realizando campañas a
Nubia, expediciones a Libia y al Sinaí; se importó madera de cedro del Líbano;
y se dice que también habrían llegado hasta Angola.
La gran pirámide de Keops
demuestra el pleno funcionamiento de la máquina burocrática, movilizando a miles de hombres obligados a ello mediante
un “sistema de prestaciones personales”.
Durante la siguiente dinastía, la
V, lo más destacable es el ascenso del culto al dios Ra, el dios solar. Se
levantaron grandes santuarios a Ra, presididos por un obelisco.
En la VI dinastía, en la pirámide
de Saqgarah, aparecen por primera vez escritos, denominados luego como “textos
de la pirámide”, con una finalidad funeraria.
El Faraón Pepi II reinará
aproximadamente noventa años, con lo cual el país entró en un proceso de
decadencia que, finalmente, acabaría con el imperio antiguo. Se perdió la
unidad política por lo cual, el nombramiento de un “gobernador del sur”
(Nubia), se ha interpretado como una medida real para contrarrestar las
tendencias separatistas.
La aguda crisis fue el preludio
de los cambios decisivos que moldearían de modo muy diferente el futuro de
Egipto. Fue un periodo sombrío, desolador, con el quiebre de las estructuras
sociales y la ruptura de la unidad política; la anarquía, el bandidaje, el
hundimiento de las relaciones con el exterior y una subversión social marcada
por el ascenso a los puestos superiores de gentes de condición inferior. El
país sufrió un proceso que condujo a un cambio en su código de valores
instaurando nuevos conceptos como el de la libertad individual y la
“democratización” de la religión.
Hasta aquí, y en una brevísima
reseña, la historia del período del imperio antiguo, en el cual se destacó la arquitectura con su
monumentalidad y su magnificencia extraordinarias, que representan ó reflejan
la autoridad de aquella monarquía absoluta, poderosa y divinizada. En la III
dinastía, como vimos, la piedra se utilizó mucho para la arquitectura
funeraria, y una profecía de aquella época vaticinaba que el divinizado
arquitecto Imhotep, tras varios milenios, se reencarnaría en una mujer de un
país lejano.
NOTA DE DIARIO PREGÓN DE LA PLATA: La semana pasada, Cristina Fernández Wilhelm, presidente de la Nación, afirmó que ella consideraba: "debo ser la reencarnación de un gran arquitecto egipcio".
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