sábado, 1 de diciembre de 2012

MONS. AGUER: “LA ACUSACION DE SÍ MISMO” Y EL EXAMEN DE CONCIENCIA



MONS. HÉCTOR AGUER, Arzobispo de La Plata y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, realizó su reflexión televisiva semanal, en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (América TV), sobre la propuesta del Abad San Doroteo en su libro Sobre la acusación de sí mismo que se refiere “a un valor fundamental de la espiritualidad cristiana: el reconocimiento de la propia culpa, de los errores que uno comete, especialmente cuando alguien viene a enrostrárselo. Es decir, la capacidad de aceptar la corrección”.
Manifestó que “las ideas del abad Doroteo contenían una perspicacia psicológica y social notabley propuso pensar esa realidad en un marco familiar o de una institución hasta pensar “en la sociedad toda, especialmente en el caso de dirigentes de la sociedad, que no quieren oír las críticas, no aceptan que alguien muestre que las cosas están mal”.
A nadie le gusta ser corregido y cuando nos corrigen siempre de alguna manera sufrimos. Pero es penoso cuando la falta de humildad, o el orgullo, que es lo mismo, nos hacen reaccionar airadamente para negar lo que se nos está diciendo y descalificar a quien lo dice. Siempre encontramos alguna razón para desautorizar y desacreditar a aquel que pone de relieve nuestras fallas, nuestros defectos, nuestros errores. En realidad, en lugar de molestarnos, tendríamos que agradecerle que al poner de relieve nuestras equivocaciones nos brinde la posibilidad de enmendarlas”, dijo el prelado.
Recordó que San Pablo, en su Carta a los Hebreos, explicaba que “toda corrección es causa de dolor, de sufrimiento, pero si uno las sabe aprovechar es causa de recuperación personal. Corresponde, por tanto, una serena y agradecida aceptación”, agregando que esta actitud “vale en el ámbito de la espiritualidad cristiana, tiene que ver con el espíritu de compunción, con la capacidad de reconocer nuestros pecados. Podemos referir ese valor al caso del Sacramento de la Reconciliación, que implica siempre el reconocimiento de las faltas, la “acusación de sí mismo”.
“Es verdad que siempre hay críticos implacables que no encuentran nada bueno, pero es siempre saludable tener en cuenta las críticas, aun cuando pueda sospecharse que no tenga una intención totalmente recta; si sabemos atender a ellas estamos recibiendo un favor”, reconoció.
Mons. Héctor Aguer sostuvo que esa actitud evita la crispación, es causa de paz. Otra vez lo cito a San Doroteo: la acusación de si mismo es el principio de la paz. Uno se reconcilia consigo mismo cuando reconoce que se equivocó y además tiene la enorme ventaja de poder rectificar el camino, se puede empezar de nuevo, retomar la ruta mejor”.
Finalizó explicando que “la tradición espiritual de la Iglesia nos recomienda a todos los cristianos, que a la noche, antes de acostarnos, hagamos un pequeño examen de conciencia. Allí puede ejercitarse lo que hemos llamado la acusación de sí mismo. Quizá no tengamos nada que reprocharnos, pero si encontramos algo merecedor de corrección, tenemos también la oportunidad de reconocer el error, asumirlo y superarlo para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás”.
Adjuntamos el texto completo de la alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:
“Un escritor del oriente cristiano, el Abad San Doroteo, es el autor de un librito pequeño pero profundo que lleva como título “Sobre la acusación de si mismo”.
“Se refiere a un valor fundamental de la espiritualidad cristiana: el reconocimiento de la propia culpa, de los errores que uno comete, especialmente cuando alguien viene a enrostrárselo. Es decir, la capacidad de aceptar la corrección”.
“Dice San Doroteo que la causa de todas las perturbaciones es que nadie se acusa a sí mismo. Él se refiere a las perturbaciones espirituales propias de una persona que se irrita cuando viene alguien a señalarle sus defectos. Pero me parece que vale en términos más amplios para las diversas situaciones de la vida, para la vida, personal y también para la vida comunitaria”.
“A nadie le gusta ser corregido y cuando nos corrigen siempre de alguna manera sufrimos. Pero es penoso cuando la falta de humildad, o el orgullo, que es lo mismo, nos hacen reaccionar airadamente para negar lo que se nos está diciendo y descalificar a quien lo dice. Siempre encontramos alguna razón para desautorizar y desacreditar a aquel que pone de relieve nuestras fallas, nuestros defectos, nuestros errores. En realidad, en lugar de molestarnos, tendríamos que agradecerle que al poner de relieve nuestras equivocaciones nos brinde la posibilidad de enmendarlas.”.
“Lo dice también la Carta a los Hebreos, en el Nuevo Testamento: toda corrección es causa de dolor, de sufrimiento, pero si uno las sabe aprovechar es causa de recuperación personal. Corresponde, por tanto, una serena y agradecida aceptación”.
“Esta actitud vale en el ámbito de la espiritualidad cristiana, tiene que ver con el espíritu de compunción, con la capacidad de reconocer nuestros pecados. Podemos referir ese valor al caso del Sacramento de la Reconciliación, que implica siempre el reconocimiento de las faltas, la “acusación de sí mismo”.
“Las ideas del abad Doroteo contenían una perspicacia psicológica y social notable. Pensemos el caso de una familia, por ejemplo, donde nadie quiere reconocer un error o un defecto aunque sea una cosa pequeña, una banalidad de la vida cotidiana. Pensemos en una institución, cualquiera de ellas, en la que todos sus miembros son susceptibles y no aceptan las observaciones que pueden hacerle. Y pensemos en la sociedad toda, especialmente en el caso de dirigentes de la sociedad, que no quieren oír las críticas, no aceptan que alguien muestre que las cosas están mal”.
“Es verdad que siempre hay críticos implacables que no encuentran nada bueno, pero es siempre saludable tener en cuenta las críticas, aun cuando pueda sospecharse que no tenga una intención totalmente recta; si sabemos atender a ellas estamos recibiendo un favor”.
“Esa actitud evita la crispación, es causa de paz. Otra vez lo cito a San Doroteo: la acusación de si mismo es el principio de la paz. Uno se reconcilia consigo mismo cuando reconoce que se equivocó y además tiene la enorme ventaja de poder rectificar el camino, se puede empezar de nuevo, retomar la ruta mejor”.
“La tradición espiritual de la Iglesia recomienda, nos recomienda a todos los cristianos, que a la noche, antes de acostarnos, hagamos un pequeño examen de conciencia. Allí puede ejercitarse lo que hemos llamado la acusación de sí mismo. Quizá no tengamos nada que reprocharnos, pero si encontramos algo merecedor de corrección, tenemos también la oportunidad de reconocer el error, asumirlo y superarlo para vivir en paz con nosotros mismos y con los demás”.

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