Por Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 27 de marzo del año 2013 - 1149
Hace más de tres meses que no escribo un artículo de "La botella al mar". La razón de ese silencio está explicada en el nro. 1148 el 18 de Febrero ppdo.: estaba terminando de escribir mi tercera novela histórica que abarca el período que va desde la elección del Primer Triunvirato en Septiembre de 1811 hasta la subida de Rosas al poder, en Diciembre de 1829. La terminé y gracias a un buen amigo, lector de esta página, he podido contratar su edición de manera que ahora puedo reanudar los artículos de "La botella al mar".
Lo malo es que desde que publiqué el último artículo, que fue el 18/12/2012, titulado "Dice uno que tocamos fondo y eso implica que subiremos", todo ha empeorado de tal manera que el problema es cómo hacer para tratar serenamente el asunto sin caer en un tremendismo amargo y desalentador.
Creo, sin embargo, que al pensar así soy excesivamente optimista, porque estoy suponiendo que todos los "argentinos de bien" se sienten amargados y desalentados por la situación. Si fuera así, tendríamos el clima anímico necesario para que hubiera una reacción salvadora. Sin embargo, no lo es. No hay tal amargura, no hay tal desaliento, no hay tal deseo de reaccionar. Todos siguen en su "ronda-catonga" de frivolidad inconsciente, rumbo al abismo y con una piedra en cada mano para tirársela al primero que se atreva a decirles que son unos traidores, unos suicidas y unos idiotas.
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Hay cosas que hemos olvidado a fuerza de no verlas nunca en el mundo, pero son las más importantes, las únicas que constituyen un ambiente habitable para quienes tratan de ser como se debe ser. Esas cosas son la Fe católica y la civilización cristiana.
Alguien se asombrará de esto que digo y alegará que estoy equivocado, que cada vez hay más católicos, que los últimos acontecimientos en Roma han revitalizado la fe de muchos, que todos los años van un millón de jóvenes a Luján, etc. etc. etc. Lamento responder que a pesar de eso, la Fé católica está cada vez más ausente de la argentina y del mundo.
La Fe católica exige claridad e integridad. Es muy simple en sus principios esenciales y tan simples que pueden exponerse en un "Catecismo de Primeras Nociones" que los niños antiguamente aprendían de memoria. Es de un rigor matemático y a semejanza de una simple cuenta, en la que cualquier número de más o de menos la falsifica (p.e. 2 más 2 es cuatro y no cuatro y medio ni tres y medio), la Fe católica exige fidelidad total.
Como dice el juramento antimodernista de San Pio X, la doctrina de la Fe debe ser siempre expresada con las mismas palabras y en el mismo sentido. No se puede andar buscando eufemismos o aparentes sinónimos para hacerla más agradable a los oídos modernos ni tratar de insinuar significaciones distintas ni disimularla detrás de sonrisas cómplices dedicadas al error.
Asimismo exige integridad. Debe confesarse toda la verdad y nada más que la verdad. Cualquier silenciamiento de un artículo necesario, por pequeño que sea, la desfigura.
¿Que Prelado enseña hoy la Fe católica así? Si lo hay, yo no lo conozco. Los ambientes "católicos" se han convertido en antros de confusión, el aire que en ellos flota es irrespirable.
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La civilización cristiana resulta de la aplicación de las enseñanzas de la Fe católica que tiene como preambulos verdades que conoce la razón, entre ellas, la moral basada en la ley natural. También asume las tradiciones y la idiosincracia de los diferentes pueblos.
Debilitada la Fe, obscurecida la razón natural, algunos países en los que existió la civilización cristiana todavía conservan restos de aquello que la caracterizaba, que son los últimos reductos de una convivencia humana aceptable.
Cuáles son esos últimos reductos es fácil de saber y no hay en ello ningún misterio: 1) una sociedad presidida por una Autoridad digna que gobierne con Justicia, 2) en la que los delincuentes sean perseguidos y no se les admita ocupar cargo público alguno, 3) se premien los méritos de los buenos no impidiendo su debido progreso, 4) se respete la dignidad de las personas, 5) las jerarquías naturales, 6) haya un orden público que dé seguridad a todos, 7) las leyes sean justas, razonables y pocas, 8) se guarden las buenas costumbres, 9) no se cambien las cosas sin necesidad y 10) haya paz y concordia.
Si estas cualidades sociales, como mínimo, no existen, la sociedad se convierte en una colonia de esclavos donde dominan los peores, porque son los más fuertes, y los débiles son robados, postergados y perseguidos.
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La argentina está cayendo rápidamente en esta deformación social. El peronismo, aliado natural del comunismo, está demoliendo y saqueando el país desde hace 60 años con efectos cada vez más catastróficos.
Todos los que tienen poder son peronistas y se los reconoce por su deshonestidad, su desprecio por la moral, su afinidad con el marxismo-leninismo y su ánimo destructivo. Fingen diferencias entre ellos que no existen, inclusive los que se llaman de "centro".
Macri, por ejemplo, hace unos meses dijo que se sentía "cada vez más peronista" y está destruyendo la ciudad de Buenos Aires, haciendo que la vida aquí sea un infierno.
La Sra. de Kirchner, cruel y deshonesta en todo sentido, es la figura visible de una tiranía cruel y rapaz, aunque ella se ponga la máscara frívola de un cinismo dulzón y repugnante. Sus sonrisas reconstruidas, sus frases de "maestrita de escuela", su bonachonería fingida, no atenúan en nada la gravedad de su crimen: es una enemiga de la patria que la está llevando al comunismo y aunque diga de sí misma: "Yo soy la morocha argentina" ("Clarín", 27/3/2013, pag. 8), de argentina no tiene nada.
No necesito decir en detalle cómo lo hace porque ya lo he dicho muchas veces en este periódico, muchos otros denuncian continuamente una u otra de las maniobras que conducen a ese fin y nada ha cambiado sino para peor.
Está todo dicho pero no hay nada hecho para impedir que esa fatalidad caiga sobre nosotros y sobre todos aquellos países a los que arrastraremos en nuestra caída. Aunque no parezca, la argentina exporta maldad y es un país que, no se sabe muy bien por qué, ha sido siempre una especie de laboratorio de las fuerzas enemigas.
Por Cosme Beccar Varela
e-mail: correo@labotellaalmar.com
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