Por Patricio Lons.
Las naciones pueden identificarse por su raza, credo, lengua, historia compartida o territorio, o por varias de estas condiciones juntas. Cuanto más definida es una nacionalidad, mayor conciencia tiene de sí misma y mejores relaciones puede construir con otros pueblos y naciones. Cuanto mayor es la identificación con la tierra, más universal se puede ser, se puede convivir mejor con otros y puede defenderse mejor.
Nuestra identidad es un propósito muchas veces percibido pero no siempre internalizado en cada uno. He aquí mi aporte.
La identidad que nos da el cobijo necesario a nuestra alma nacional, desde el Plata a los Andes, desde la Antártida a California, es de carácter hispano católica. Esta se refleja en cuestiones y valores trascendentales más allá de las posturas políticas de cada sector e individuo; por ejemplo, si la mayoría de los argentinos adhieren a una Argentina que sea políticamente soberana, económicamente independiente y socialmente justa, con un liderazgo honesto, donde se valore la vida desde la concepción, el amor a nuestra tierra, el cuidado de nuestra lengua como protectora y canal de nuestras ideas, convicciones e intereses, esa mayoría adhiere a un ideal hispano y católico, ideal que abreva en raíces greco latinas, aunque esas personas sean nietos de abuelos orientales y budistas, rusos y judíos, sirios y musulmanes, sajones y luteranos o latinos y católicos, e incluso ateos de cualquier origen que sigan deseando esas mismas convicciones. Pues ha sido un carácter y un sueño tan fuerte para numerosas colectividades, que muchos miembros de ellas, adhirieron al mismo agradecidamente, fundiéndose en un gran amor argentino. Esta nota cultural, se ve en los valores que defendieron caudillos, soldados, federales, nacionalistas, radicales, peronistas y algunos conservadores. Tal fue su valor fundacional que en los tres primeros siglos de historia común americana, los aborígenes adhirieron a España y a la Iglesia, a punto tal que siguieron fieles al rey hasta 1834, diez años después de la última batalla en Ayacucho, ondeando la bandera de las Indias hasta ese año, bandera que ostentó el Regimiento 1 Patricios y conocida como las aspas de Borgoña. Nuestra primera enseña nacional con la que peleamos y triunfamos en las invasiones inglesas.
Y en los tiempos modernos, se reflejó en el coraje puesto, por cada soldado que se sintió absolutamente acriollado, en la guerra del Atlántico Sur en 1982. De tal manera que luego de la derrota, nos invadieron con sectas y nos destruyeron el idioma y la mente con la banalización de los medios, la destrucción de la educación y la cultura y la legislación que socava a la unidad familiar. Todo con la complicidad de argentinos que se olvidaron de serlo. Con la devastación de nuestra alma, avanzar sobre nuestras riquezas, fue solo un paso, fue el avance esperable de intereses extranjeros sobre nosotros. Ese carácter que hace a nuestro espíritu, que nos permitiría permanecer como entidad y no desaparecer como una página olvidada en una biblioteca, es el que debemos recuperar para ser otra vez argentinos y cumplir nuestro destino universal en el tiempo.
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