por Ricardo D Díaz
En la historia de la humanidad siempre hubo corrupción. Ya mil setecientos años antes de Cristo, el código de Hammurabi, en Babilonia, preveía duras penas para los casos de corrupción en los mandatarios oficiales. En la antigua China, en el sultanato turco, y en el ya decadente Imperio Romano de occidente, hubo corrupción. Y si continuamos con algunos ejemplos vemos que, en el mismo grupo de apóstoles, según el Evangelio, tenemos un caso: Judas es “sobornado” para que entregue a su Maestro. Pero éste discípulos se diferencia muchísimo de los actuales corruptos, toda vez que, caído en la cuenta que había traicionado a Jesús por unas cuantas monedas, su conciencia no lo dejó tranquilo y lo llevó a auto-castigarse trágicamente; en cambio… ¿Cómo reacciona un corrupto actual?.
Más recientemente tenemos cientos de casos de grave corrupción, tanto a nivel internacional como a nivel nacional, como por ejemplo el caso de altos funcionarios argentinos vendiendo armas clandestinamente a países vecinos en pugna. Bastante conocido es, además, la cuestión de la sobrefacturación en la ejecución de obras públicas, aquello que se popularizó como “la mordidita”, ó la “cometa”, todo lo cual posibilitó que a los funcionarios públicos se les conozca con el apelativo de “celulares”, porque siempre hay que ponerles un 15 adelante.
Pero, a esta altura del presente artículo, y después de haber señalado que es una cuestión que viene desde lejos en el tiempo, cabe una pregunta fundamental: ¿se puede combatir la corrupción - sobre todo si pensamos que no es sólo a nivel oficial ó estatal, sino que también abarca el ámbito privado?
La respuesta parece ser que es difícil combatir tan ancestral mal, al que San Agustín definió como “todo lo que es contrario a la naturaleza”. “…el mal es lo que ataca a la esencia de un ser, lo que tiende a hacer que no exista más”. “Yo sé que hay entre vosotros quienes no pueden en absoluto comprender estas verdades; conozco a otros, por el contrario, que, debido a su buen ingenio, las entreven, pero, sin embargo, siguen las inspiraciones de su mala voluntad, que les ciega y hace perder el juicio; y la emplean más bien en proponer objeciones contra ellos, con el mal fin de seducir con facilidad a los torpes y débiles” (De las costumbres de los maniqueos; libro II, Cáp. II, 324/25/26)
Y esto, no deja de ser un gran problema, porque ¿cómo se lucha contra este flagelo tan arraigado en el Poder de los gobiernos de turno y de las empresas tanto nacionales como las multinacionales?
El caso que experimenté personalmente, si se me permite comentarlo, fue el de una cooperativa de crédito en la cual trabajé en mi no muy lejana juventud. La misma fue sorpresivamente inspeccionada por el Banco Central, sin poder dar respuesta a una gran irregularidad llevada a cabo por los propios directivos de dicha cooperativa, pero ¿qué fue lo que sucedió al poco tiempo de esta intervención? A esa primera inspección del BCRA hubo de mandarle otra inspección, porque los anteriores habían caído seducidos por tan hábiles cooperativistas; el más experto dibujante era, obviamente, el contador.
Por eso considero, a primera vista, que no habría combate posible para este histórico problema llamado corrupción. Algunos arriesgan una posible solución, que sería ideal, y es considerar esto como un problema cultural, por lo tanto se soluciona a largo plazo, con la educación desde la primaria, y principalmente desde la familia, de nuestro chicos, futuros dirigentes y empleados públicos… y privados, pero con una educación de una moral sin atenuantes. Aún así, ¿se terminará con tan grave problema?
Creo que es justo y necesario señalar que la corrupción también invadió l a Santa Iglesia Católica, milenaria institución que, de no estar asistida por el Espíritu Santo, en cumplimiento de lo prometido por Nuestro Señor, ya no existiría hace bastante tiempo.
En este caso no creo que la solución sea a la manera de Lutero: peguemos el portazo, pateemos el tablero, ó dicho también popularmente, barajemos y demos de vuelta. No, no es esa la actitud que corresponde, sí, en cambio, considero que podría ser la actitud de San Francisco de Asís, que fue la de reconstruir la Iglesia, no materialmente, sino espiritualmente.
Pero, ¿estamos dispuestos a tomar esta actitud de vida? “Buscad primero el reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura” dijo nuestro Señor Jesucristo. Y. además, otra actitud sería aquella que está bien fijada en otro conocido consejo: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
Otro tipo de solución no veo a este gran mal de la corrupción generalizada. Se que hay propuestas de personas muy honestas que quisieran tomar el poder por la fuerza, como tantas veces sucedió en nuestra querida patria y últimamente en Egipto, pero ¿y cuál es la garantía? ¿Quién garantiza que los que toman el poder de esta manera no caigan, a su vez, como aquella inspección del BCRA a la que me referí más arriba, en otra corrupción igual o peor? Son preguntas que me hago, tal vez esté equivocado y, sí sea esta la solución.
En fin, Dios dirá, y eso espero: que diga, y no que baje el brazo de su divina justicia. Sobre todo porque seríamos lo más condenados, toda vez que las estadísticas internacionales arrojan que Argentina está entre los primero puestos de los países más corruptos del mundo. Triste y lamentable. Pero no perdamos la esperanza, después de la noche viene el día, la aurora, el alba luminoso como el sol, que sólo Dios nos puede regalar como tantas cosas nos ha regalado ya, y que algunos ignoran, pero otros agradecen. Creo que Él es el único que puede solucionar el problema de la corrupción, lo cual no significa que nosotros debamos quedarnos de brazos cruzados, tenemos que colaborar, pero en definitiva, sólo el Señor, que es el Camino, la Verdad y la Vida, va a terminar con este gravísimo y universal mal. El Señor se apiade de nosotros y del mundo entero.
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