Por Carlos Manuel Acuña
Al concluir la última
semana mientras Cristina volvía de San Petesburgo, el ministro más veterano de
la Corte Suprema de Justicia, doctor Fayt, comentó abiertamente que la
corrupción estaba activa en el país pero sobre todo, en los primeros niveles de
responsabilidad pública. Sus palabras fueron tan significativas como la
confirmación de un tema que se anticipó oportunamente en esta Hoja: el dictamen
correspondiente a la Ley de Medios sólo se conocería después de los comicios de
octubre con el objeto de no convertirlo en un tema electoral que manosearía el
criterio de los jueces sobre este asunto de particular importancia. Las
encuestas más profesionales y creíbles coinciden en que el gobierno sufrirá una
derrota contundente y superior a la ocurrida con las PASO y con ello se
producirán grandes y profundos cambios en el escenario político e
institucional. Dicho así puede interpretarse que el oficialismo mantendrá y
ampliará los cambios de estilo y parcialmente ideológicos que ensaya para
tratar de quitarle a la oposición argumentos en la campaña. Esto lo habíamos
adelantado en estas mismas columnas, pero ahora se agrega otro tema que se
evalúa en los círculos (rojos o no rojos) que mejor conocen las intimidades
políticas. El añadido se sintetiza en una pregunta que expresa la gravedad de
una situación que fue provocada por la misma Cristina y que ahora se le cae encima
de muchas maneras incontrolables. Entre ellas, se destaca su estado de salud
que la lleva a tener conductas que afectan su expectativa política y revelan la
pérdida de su capacidad por entender y actuar según la realidad. El
interrogante, con todo su contenido médico, inquiere - nada más y nada menos -
si la actual Presidente de la Nación se alejaría del cargo antes o después de
las elecciones de fines de octubre-
Los analistas que
expusieron hace muy pocos días en un ámbito cerrado pero representativo de la
sociedad y que intercambiaron con sus oyentes buena información acerca de este
posible paso, coincidieron en que el tema abre dos escenarios distintos, pero
lo más importante es que también estuvieron de acuerdo en que la presencia de
Cristina en Olivos y en la Casa Rosada tenía sus días contados. La imprecisión
no permitió definir como sería este proceso que también representa la debilidad
de nuestro sistema político, pero la coincidencia en que una derrota electoral
de la magnitud que se espera obligará al gobierno y a la oposición a encontrar
definiciones superadoras, inició el intercambio de especulaciones que no
dejaron resquicio por evaluar. Quienes sostenían que la renuncia, que tendría
argumentos para encarar o justificar cualquiera de los dos casos de referencia
a presuntos complots o acuerdos destituyentes, podría convertirse en una etapa
que evite sacrificios por la derrota abra el camino para una unidad futura que
abarque a todas las corrientes del peronismo y acuerdos con nuevos aliados que
faciliten la formación de un frente de centro derecha. Lo curioso es que -
coincidieron - si la renuncia de
Cristina ocurriera después, es decir, antes de fin de año- tampoco impediría
sentar las bases de este eventual proceso tantas veces comentado. Por cierto,
estas afirmaciones se enriquecieron con novedades producidas por versiones
acerca de encuentros reservados entre
las dirigencias partidarias que habrían incluido al gran perjudicado por la
polarización electoral en la provincia de Buenos Aires: Francisco de Narváez.
Asimismo, los analistas y sus oyentes que representaban sectores de poder
específico, estuvieron de acuerdo en que el radicalismo saldría fortalecido de
la compulsa y podría ser el eje de otro acuerdo partidario surgido de un verdadero
estado de emergencia. Lo más interesante, es que los pocos presentes expusieron
su preferencia en el sentido de que Cristina debería quedarse para afrontar las
consecuencias de su desgobierno y realizar los ajustes salvajes que requiere la
situación, con el agregado de la posibilidad de que pierda el control de la
Cámara de Diputados y que "el Senado manifieste el rechazo de los
gobernadores a las iniciativas cristinistas en el caso de que la señora no se
diera por enterada de la catástrofe y haga esfuerzos por mantenerse en el
cargo". Sin embargo la reunión concluyó con un axioma: "el peronismo
no perdona la pérdida del poder y se encargará de sacarla del sillón de
Rivadavia". Lógicamente, se habló de quien podría ser el posible sucesor.
Aquí no hubo acuerdo pero sí primó la idea de que la Asamblea Legislativa
nombraría a un gobernador para concluir el período.
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