Por el Gral. Miguel Sarni*
Parece ingenuo hablar de educación
en un país donde --con regularidad casi década!-- en diciembre se resiente
fuertemente el tejido social. No lo es. Desde la primera revolución industrial,
la base fundacional y regenerativa de los Estados modernos es la educación. En
sus mejores momentos económicos y sociales, la Argentina fue un caso de libro
de esta verdad de Perogrullo.
Si no acordamos con esto, lector,
el resto del artículo le parecerá absurdo.
Sin cuestionar el sistema
educativo, los magros resultados en los exámenes PISA nos llevan a afirmar que,
por el lado de la demanda, la educación como valor se ha perdido para un
segmento significativo y muy anómico de la sociedad. Y no necesariamente la más
carenciada, sino también de las élites.
Se habla mucho de la ciberguerra
como si se tratara de un asunto militar o del futuro. Pero el arsenal para
estas luchas lo diseñaron básicamente civiles, tan civiles como (esto es lo
malo) sus blancos preferenciales.
Mal momento es este para abandonar
la meta que tuvimos, en los primeros 20 años de democracia, de rediseñar
nuestras FF.AA. y hacerlas compactas y muy competentes, para luego volver en
2004 al concepto de “Ejército de Masas”. A eso vamos, pero con pocas masas y la
élite muy des-ilustrada.
Hace una década, frente al senado
de Estados Unidos, el general Wesley Clark declaró que podría haber lanzado un
ciberataque, sin daño alguno para la imagen pública, contra el presidente
serbio Milosevic.
Las armas de ciberguerra no se
manchan de sangre, pero apuntan al cerebro y al corazón de un país: su
objetivo, que desaparezca el armazón del Estado y dejar que la sociedad se
desmorone sola. La guerra se ha vuelto muy inteligente, pero ni un punto menos
letal.
“Si quieres la paz, prepárate para
la guerra”, viejo adagio romano, cuyo imperio daba ciudadanía y progreso social
a los conquistados. A través de la educación universal, la Argentina evitó la
pérdida de territorios por parte de los imperios europeos cuando en Buenos
Aires 6 de cada 10 argentinos venía de Europa. Fundamental sería repetir la
epopeya educativa de Sarmiento y Roca, que nos consolidó como nación y luego
subpotencia industrial y tecnológica de la región.
La actual dirigencia política, que
casi no se inmuta cuando medio planeta nos supera en los PISA, tampoco tolera
la idea de pérdidas en conflicto con otros Estados. Practica el credo del
desarme unilateral.
Sólo acepta escenarios bélicos
conocidos como “operaciones de cero muerte”. El nombre mismo ya miente.
Un ciberataque que liquide el
Estado seguido por una invasión con armas convencionales nos dejaría sin país
en pocos días. Las secuelas de los PISA cunden entre la tropa profesional, se
insinúan en los suboficiales, y la “devaluación social” de la condición militar
–que transitó décadas con sueldos malísimos y “en negro”- obliga a las Fuerzas
Armadas a abrir las puertas de su sistema de formación de oficiales a alumnos
que hoy fracasarían en tales exámenes. En 2030/40 algunos de ellos llegarán a
las máximas jerarquías.
¿Con qué consecuencias a futuro
para el país? Quizás más temibles que las de la obsolescencia o falta del
armamento. Pero sepa el lector que entre fines de los ’80 y hasta 2003,
sucesivos Ministros de Defensa y altos mandos decidieron sacar a las Fuerzas
Armadas de su búnker cultural y modernizar la educación de sus oficiales y
suboficiales, apuntando a la calidad del recurso.
También, lejos de cerrarlos, se
actualizaron los liceos militares para la formación de cuadros de reserva.
El renovado Sistema Educativo de
Defensa, despolitizado y desideologizado, establecía prioridades, planes, metas
y plazos. Se impulsó una sólida capacitación profesional específica continuada
en el tiempo por reciclajes. Se promovió que los oficiales cursaran estudios de
grado y posgrado y estudios terciarios entre los suboficiales.
Esto se hizo, existió, fue un
éxito. Pero en 2003, cuando el nuevo rumbo se frenó para volver a lo de antes,
no parecía haber nada nuevo que defender. La derrota en Malvinas, que continúa,
nos recuerda que las Fuerzas Armadas se convencieron de que detrás de su capacidad
operacional subyace la calidad de su educación como principal componente.
Las opciones son las de jamás poder
pensar siquiera en una guerra defensiva. En el mundo actual, eso le quita
expectativas de vida a cualquier país.
* Miguel Sarni,
general de división (R), es ingeniero militar. Escribió Educar para este Siglo.
NOTA: Publicado en La Nueva Provincia, Domingo 9 de febrero. Bahía
Blanca, Argentina. Revista La Nueva. Opinión. Sección Otras Voces.
"Fundamental sería repetir la epopeya educativa de Sarmiento"...
ResponderEliminarPor suerte vino este el sanjuanino masón... ;-)
Estudian los militares?
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