Por Horacio Palma
Solo quisiera comentar una noticia esta semana, antes de desaparecer del mundo. Y aprovecho estas pocas horas de efecto del poderoso analgésico para escribirla.
Tal cual lo afirma su familia, si la ministra de defensa de Argentina no fuera una ex oficial del grupo terrorista Montoneros, pocos se hubieran enterado de la muerte del General Wehner.
Rodolfo Wehner muere en Hospital Militar, sus restos son llevados a Salta. Allí, el general Jorge Altieri prepara una capilla ardiente en la V Brigada de Montaña General Belgrano. Pero la ministra no autoriza a montar en la unidad militar de Salta la capilla fúnebre para rendirle honores militares al general fallecido.
La excusa de la ministra Montonera, es que el general estaba siendo investigado por su accionar en los años 70 en la lucha contra el terrorismo.
La reacción inmediata del General Altieri fue pedirle disculpas a la familia de Wehner, y contarles que iba a presentar su pase a retiro.
Curiosamente, el general Rodolfo Wehner era el jefe del Regimiento de Granaderos en el momento en que se produjo el golpe Cívico militar del 24 de marzo de 1976. Y fue el mismísimo Wehner quien advirtió a sus camaradas que iba a defender la investidura presidencial hasta sus últimas consecuencias. Por eso, la primera junta de gobierno que tomó el poder, decidió arrestar a la viuda de Perón en el Aeroparque porteño y no en la Casa Rosada.
Wehner era investigado efectivamente por delitos ocurridos durante el último gobierno Cívico Militar. Pero nunca fue declarado culpable. Pero esto, se sabe, importa poco en esta justicia de las “orgas” de “derechos humanos” tan particular que sólo sabe a revancha.
Supongo que el disgusto de Nilda Garré de Abal Medina debe haber sido profundo. Lleva años intentando con su política de proctología, humillar a las Fuerzas Armadas.
Le debe haber dolido en el alma que un general recientemente ascendido, pida el pase a retiro “porque estaba harto de ser funcional a la destrucción de las Fuerzas Armadas de su país con el cuentito de los jóvenes idealistas que ya no creía nadie. Y que prefería enviar un mensaje a sus subalternos, de DIGNIDAD y VALORES con su pase a retiro”. Pobre ministra, tantos años para esto. Tantos años… para nada.
Es que la ministra Montonera no entiende nada más que el diccionario de la venganza. Y dice ante el incidente: “Continúa la actitud corporativa en las Fuerzas Armadas. Si bien la gran mayoría no coincide con lo que se hizo, hay una actitud de no castigar más a las personas que puedan ser involucradas por la Justicia. Creo que en el primer año de mi gestión era más difícil que hoy lograr que nos dieran información. Si bien nuestra función no es investigar, no vamos a encubrir a nadie”… ahí anda la ministra Montonera con rencores mal curados. Con sus intrigas de intentar buscar delatores.
Yo me quedo con los ojos enormes y brillantes de la Dra. Sarlenga. Me la encontré esta semana en la única salida que pude hacer antes de engriparme. Fue en la Corporación de Abogados Católicos de Buenos Aires, donde se le rendía un homenaje al Juez Quiroga, asesinado por un comando terrorista del ERP.
La Dra. Sarlenga escucha los discursos y rompe en lágrimas cuando José María Sacheri, hijo del profesor asesinado por un comando del Erp frente a toda su familia, relata cómo lo fusilaron al Juez Quiroga en pleno centro de Buenos Aires. ¿El delito del juez Quiroga?, haber enjuiciado a terroristas. Es que al padre de la doctora Sarlenga, cuando ella tenía tres meses de vida, también lo acribillaron los terroristas. Los Montoneros. Hacía diez días que había sido nombrado en Béndix S.A como gerente de personal. Ese día entraron los terroristas y preguntaron por el dueño. “No está”, dijo su padre. “Bueno, entonces te matamos a vos, por bocón, y a vos. Todos ustedes quedarán de testigos” Después de esas palabras, siete tiros en la nuca para cada uno. La Dra. Llora cuando escucha la muerte de Quiroga… “mamá siempre me repitió que nunca los odiara”. Tal vez la doctora no lo sepa, pero ésa es la victoria de las Víctimas que este gobierno pretende olvidar. Ellos sí supieron crecer sin odios.
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