Por Emilio Nazar Kasbo
Jesucristo fue sometido a un referéndum “democrático”, en el cual había que elegir entre dos opcione: el Mesías prometido y el delincuente asesino Barrabás. ¿A quién eligió la gente para liberar? Al delincuente ¿Y qué había que hacer con el Inocente tratado como "delincuente"? ¡Crucificarlo!
El Mesías, que era verdadero Dios, murió como verdadero hombre, y resucitó. Pero desde entonces triunfó y no depende más de “elecciones” o de “opiniones” de quienes no saben. Porque solamente puede hablar con seguridad quien está en la Verdad, que es Jesucristo mismo, en tanto que opina el que no sabe.
Argentina parece que tiene un Estado que sigue la Constitución, que afirma la existencia de tres “poderes” (que en realidad son funciones de un solo poder), pero omite entre ellos la existencia de la Iglesia Católica, aunque es la religión que otorga sello e identidad a nuestra Patria.
Sin embargo, la Fe Católica es sostenida por el Estado Nacional. Más allá de eso, ¿es cumplida esta Constitución formal, la Constitución escrita, a pesar de que no responde a la Constitución real? No. Es más, en la reforma de 1994 se adicionó el Pacto de San José de Costa Rica y se aclaró que se debe protección a la persona por nacer desde su concepción en el vientre materno, momento desde el cual tiene Derecho a la salud.
A pesar de ello, los gobernantes actúan como si la Iglesia Católica no existiera, la omiten. Es más, se difunde una mentalidad anticonceptiva y abortista, impulsando la promiscuidad sexual y el trabajo para obtener recursos económicos como sentido de la vida, en una actitud explícitamente anticatólica e incluso contraria al Orden Natural y la moral.
La Iglesia Católica no es reconocida como poder vivificante del ser argentino, a pesar de que hunde sus raíces en todos los habitantes, sean o no católicos. Más allá de la especificidad en la unidad de los católicos, es refugio de muchos no católicos.
Pero no hay que confundir la misión espiritual de la Jerarquía de la Iglesia Católica, con la misión temporal de los laicos, que han de guiarse espiritualmente por el mensaje de Jesucristo y el Magisterio eterno de la Cátedra de Pedro. Dios no tiene nada que ver con los errores que algunos pastores y algunos laicos cometen, provocándose estos errores cuando la persona pretende servirse de Dios en vez de ser humildes servidores de Jesucristo.
Jesucristo y Su mensaje no se presenta en las elecciones, ni figura entre los legisladores, los cuales se conducen como si viviésemos en un Estado aconfesional, o donde la Iglesia Católica nada tiene que ver con los ciudadanos y los habitantes, ni con la Historia misma del país.
La Jerarquía de la Iglesia se encuentra dividida, y mientras unos sostienen el Magisterio completo de la Iglesia, otros pretenden una “innovación” de la Fe, la transmisión de un mensaje que no viene desde Jesucristo.
¿Qué significan los Dogmas en la Iglesia Católica? Aquello que la define, lo que es irrenunciable, lo que la unifica, lo que la diferencia de los errores, desviaciones y herejías. Hay católicos que tienen temor a los Dogmas, sumidos en un relativismo condenado por Jesucristo y por el Magisterio.
¿Qué significa la Liturgia en la Iglesia Católica? Son los Sacramentos que Jesucristo encomendó a la Iglesia, como parte de la transmisión del Evangelio, como el modo adecuado de dirigirse y comunicarse con Dios, en que Dios también se manifiesta de modo concreto en la vida de cada persona y de cada sociedad. De allí la rigurosidad, sin caer en fariseísmos ni formulismos vacíos, pero tampoco en abusos litúrgicos. Sin embargo, existen miembros de la Jerarquía y feligreses que incomprensiblemente son afectos a tales abusos, como equivocda muestra de una falsa “caridad” o de que no hay “formalismos” ni fariseísmos”. Los abusos litúrgicos sólo muestran indolencia y falta de respeto a Dios (que es lo esencial en la Liturgia), y a los propios deberes.
Sin formas y sin contenidos, la Iglesia Católica es vaciada completamente… y se deja abierto a la sustitución de la Verdad (que es Jesucristo mismo) por cualquier otra cosa excepto la Tradición que debe ser custodiada.
Frente al dominio de las conciencias que plantea el marxismo en sus vertientes gramsciana y de la escuela de Frankfurt, con su dogmatismo de la inmoralidad, con su búsqueda de imposición y primacía, mientras se alude a una falsa “voluntad popular” que es inexistente y a una “democracia” que en realidad es un autoritarismo de minorías degradadas, deformadas y degeneradas, pretenden elevar lo creado en destino del ser humano, y a lo temporal convertirlo en definitivo, como obligatoriedad de la concepción inmanentista. Todo esto es traducido en el ámbito político, convertido no en independiente sino en enemigo de la espiritualidad católica, en que todo aquello que no sea sincretismo puro debe ser exterminado.
Se trata pura y exclusivamente de un golpe de Estado, no en lo político sino en lo psicosocial, puesto que es un atentado contra el sentido común para hacer imperar lo inmoral, ridículo y efímero como norma. Es un dogmatismo, pero de la inmoralidad, y una liturgia convertida en rutina del ámbito laboral, puesto que nada hay trascendente. Y todo ello utilizando la fuerza de Estado en el sostén de los medios de comunicación que transmiten la droga informativa que debe ser consumida por las víctimas del sistema, anulándoles la capacidad de razonar. Todo en nombre de supuestos designios populares impuestos a golpe de micrófonos, trazando los derroteros del degeneramiento humano, identificando a lo subversivo e invertido con decisiones legisladas desde el libertinaje de la heterodoxia.
Se presentan en medios de comunicación y en los ámbitos del poder, pontificando proyectos antivida y condenando la defensa de la vida, cuando en realidad el error no tiene derechos. En nombre de la democracia y de la tolerancia, se deben soportar las apologías a las estupideces más rimbombantes, y mostrar complacencia ante los aberrantes ataques a Jesucristo y su Iglesia.
Los antivida, en cualquiera de sus vertientes, saben que la Vida es Cristo, y que por tanto su proyecto es anticatólico. Tales personajes antivida me repugnan cuando hablan con su tono de superioridad insolente, el estilo prepotente, los términos empleados con resentimiento, odio criminal. Todo es repulsa agriada, desprecio, amenaza, y suena a látigo a punto de golpear la espalda de Jesucristo.
Y junto a ello, la burla de la Fe, la reivindicación de los pecados, devaluando al ser humano y negándole los derechos. “Abortar no es matar, abortar es curar”, como si la vida concebida fuese una enfermedad. “Reconocer el aborto legal es reconocer el derecho a vivir”, dicen con espantosa voz los antivida, en algo que no solamente es contradictorio, en un pensamiento de tipo grotesco que no resiste el menor análisis, pero que es sostenido por la fuerza del odio.
Una sociedad como la argentina no tiene ninguna obligación de soportar tanto desprecio, tanta deslegitimación, y sabe que ser “bueno” no es ser “buenudo”. Estamos ya sobrepasados de ser “tolerantes” con el asesinato de inocentes, con la cultura antivida y con el odio que reivindica todas las acciones criminales. Todo genocidio es repudiable, debe ser repudiado. Pero nadie toma acciones concretas contra el genocidio de inocentes concebidos, algo que en la Historia Bíblica ya se relata en tiempos de Moisés por mano de los Faraones, y de Jesucristo por orden de Herodes.
Se necesitan claras condenas a las herejías de Manuel Torres Queiruga, Häring, Rhaner, Congar y a los teólogos de la falsa liberación, a las nuevas corrientes sincretistas o de la New Age, y a las falsas concepciones humanas que hoy circulan culturalmente como modo de buscar la condena de almas.
Vivimos una disimulada e imperceptible inquisición modernista contra la Tradición. Se confunde hipócritamente compromiso social con marxismo, disfrazando un proyecto cultural anticatólico bajo el manto de la Doctrina Social de la Iglesia, en interpretaciones que contradicen el mensaje de Jesucristo y de los Apóstoles.
Y estos intelectuales de izquierda, mientras viven en la opulencia, se dedican a hablar de la reivindicación de los derechos sociales mientras imponen a los pobres la resignación de una ilusoria sociedad del futuro que jamás llegará, la continuidad de planes económicos inexistentes que les traerá prosperidad a sus bolsillos para satisfacer la miseria en la que viven. El falso mesianismo izquierdista llena los estómagos vacíos con bienaventuranzas humanas inmanentistas, con sus habituales falsas promesas, porque así son las promesas del Demonio.
¿Felicidad? No existe en este mundo, afirman los inmanentistas. Porque al final de la vida está la muerte, y en ella la suma de las frustraciones de todo proyecto humano. La falta de sentido del dolor, de la miseria, de los que lloran, de los perseguidos, que no obtendrá respuesta en esta vida, que es un valle de lágrimas, pero que el inmanentismo niega para la Resurrección de los muertos.
En esta vida, rige la Ley del más fuerte, del poderoso, del rico, de la opresión de los débiles… para acabar al final en una muerte sin sentido. Este es el proyecto izquierdista, la cultura que buscan imponer no solamente en Argentina sino en el mundo entero.
Creen haber derogado el pecado y el delito: todo es lícito, no hay límites, afirman. Sin embargo, el nuevo pecado es pensar conforme el sentido común, es no ser invertido, es la virginidad y la castidad, la Fe Católica, los Diez Mandamientos, la Tradición… Sodoma y Gomorra globalizadas, ahora pretenden sentar a Dios en el banquillo de los acusados para condenarlo, pero ya lo hicieron hace Dos Mil años y Jesucristo triunfó por toda la Eternidad.
Buscan convertir a lo más noble de las personas en espectros de seres humanos, muertos en vida que ni siquiera son capaces de pensar por sí mismos o de adherir libremente a la Verdad de Jesucristo.
Dictadura inmanentista o la Libertad en la Verdad de Jesucristo. No hay opción en ello. Ambas son incompatibles, se excluyen.
Sólo nos queda la Esperanza Sobrenatural de la defensa del alma ante los embates de la sociedad modernista, llevando la Cruz que a cada cual toca, que proviene del Pecado Original y cuyo sentido se adquiere en la Cruz de Jesucristo. Nuestra Esperanza no es en el dinero, sino en Jesucristo, que tras ser condenado por la democracia resucitó vencedor de una sola vez y para siempre.
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