Reproducimos la carta de Bartolomé Blanco Márquez, un joven español de veintiún años. Era un brillante dirigente sindical católico, y fue muerto por odio a la fe el 2 de Octubre de 1936.
Al escuchar la sentencia dijo que no tenía nada que alegar, pues de conservar la vida seguiría la misma conducta de católico militante.
Sale con los pies descalzos para parecerse a Cristo, besa las esposas que le habían colocado, y no acepta recibir la descarga de espaldas: “Quien muere por Cristo debe hacerlo de frente y con el pecho descubierto”, dice.
Al grito de “Viva Cristo Rey”, cae.
Esta carta que se transcribe a continuación la escribió a su novia el día antes del fusilamiento:
“Prisión provincial del Jaén, 1 de octubre de 1936.
Maruja del alma:
Tu recuerdo me acompañará a la tumba: mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño para ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales ennobleciéndolos cuando nos amamos en El. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y anhelo, no impide para que el recuerdo de la persona que más quiero me acompañe hasta la hora de la muerte. Estoy asistido por muchos sacerdotes que, como bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la gracia dentro de mi alma fortificándola. Miro la muerte de cara y, en verdad te digo, que no me asusta ni le temo. Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el tribunal de Dios. Ellos, al querer denigrarme me han ennoblecido, al querer sentenciarme me han absuelto, al intentar perderme me han salvado. ¿Me entiendes? Claro está, puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de la religión, patria y familia, me abren de par en par la puerta de los cielos.
Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este momento se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nadie nos separará. ¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida de nada sirven los goces y bienes terrenales si no acertamos a salvar el alma. Un pensamiento de reconocimiento para toda la familia y para ti todo mi amor sublimado en las horas de la muerte. No me olvides Maruja mía y que mi recuerdo te sirva para tener presente que existe otra vida mejor que el conseguirlo debe ser la máxima aspiración.
Se fuerte y rehace tu vida. Eres buena y joven, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su reino.
Hasta la eternidad donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.
Bartolomé.”
UNA REFLEXIÓN
Dice una joven del interior de Argentina (de quien reservamos sus datos), las palabras que a continuación transcribimos:
Dios nos conceda la gracia de albergar los mismos sentimientos de amor a Dios, de tener siempre presente el único ideal por el que vale la pena vivir y morir: la salvación del alma y la unión con Dios para toda la eternidad.
Y también el amor a la Patria y a la Familia, que son los caminos más nobles que Dios nos ha dado para purificarnos y hacernos acreedores del Reino.
En fin, a los jóvenes argentinos, para que con estos ejemplos se les inflame de amor el alma, y no duden en defender, ordinaria y extraordinariamente, la Verdad de Dios, de Patria y de Familia.
SU PERSONALIDAD
cooperador salesiano asesinado en 1936 fue el joven sindicalista católico Bartolomé Blanco Márquez. Había nacido en Pozoblanco el 25 de noviembre de 1914. Huérfano desde niño, fue acogido por unos tíos suyos con los que trabajaba de sillero.
Una vez abierto el colegio salesiano de Pozoblanco (septiembre de 1930), Bartolomé fue asiduo al oratorio festivo y ayudó como catequista. El director del colegio, don Antonio do Muiño, le facilitó máquina de escribir y libros, y le invitó a participar en los círculos de estudios, auténtica palestra de formación.
Cuando en 1932 se estableció la Juventud Masculina de Acción Católica en Pozoblanco, Bartolomé fue elegido secretario.
Hacía el servicio militar en Cádiz y, estando de permiso en Pozoblanco, fue encarcelado el 18 de agosto de 1936. El 24 de septiembre fue trasladado a la cárcel de Jaén, en cuyo pabellón de ‘Villa Cisneros’ tuvo la suerte de coincidir con quince sacerdotes y otros muchos seglares fervorosos. En dicha cárcel fue juzgado y condenado a muerte, el día 29 de septiembre.
En el juicio sumarísimo por el que tuvo que pasar, Bartolomé dejó constancia inequívoca de sus creencias. Tanto el juez como el secretario del tribunal no dudaron en mostrarle su admiración por las dotes personales que le adornaban y por la entereza con que profesó sus convicciones religiosas. Bartolomé oyó al fiscal solicitar en su contra la pena capital y comentó sin inmutarse que nada tenía que alegar, pues, caso de conservar la vida, seguiría la misma ejecutoria de católico militante.
Siempre se había caracterizado por confesar su fe con optimismo, elegancia y valentía. Las cartas que la víspera de morir, escribió a sus familiares y a su novia son una prueba fehaciente de ello. “Sea esta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia, que quiero vaya acompañada de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal”, escribía a sus tías y primos. Y a su novia: “Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos y que en este momento se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nadie nos separará”.
Era el día 2 de octubre de 1936. Iba a cumplir 22 años.
Al escuchar la sentencia dijo que no tenía nada que alegar, pues de conservar la vida seguiría la misma conducta de católico militante.
Sale con los pies descalzos para parecerse a Cristo, besa las esposas que le habían colocado, y no acepta recibir la descarga de espaldas: “Quien muere por Cristo debe hacerlo de frente y con el pecho descubierto”, dice.
Al grito de “Viva Cristo Rey”, cae.
Esta carta que se transcribe a continuación la escribió a su novia el día antes del fusilamiento:
“Prisión provincial del Jaén, 1 de octubre de 1936.
Maruja del alma:
Tu recuerdo me acompañará a la tumba: mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño para ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales ennobleciéndolos cuando nos amamos en El. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y anhelo, no impide para que el recuerdo de la persona que más quiero me acompañe hasta la hora de la muerte. Estoy asistido por muchos sacerdotes que, como bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la gracia dentro de mi alma fortificándola. Miro la muerte de cara y, en verdad te digo, que no me asusta ni le temo. Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el tribunal de Dios. Ellos, al querer denigrarme me han ennoblecido, al querer sentenciarme me han absuelto, al intentar perderme me han salvado. ¿Me entiendes? Claro está, puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de la religión, patria y familia, me abren de par en par la puerta de los cielos.
Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este momento se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nadie nos separará. ¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida de nada sirven los goces y bienes terrenales si no acertamos a salvar el alma. Un pensamiento de reconocimiento para toda la familia y para ti todo mi amor sublimado en las horas de la muerte. No me olvides Maruja mía y que mi recuerdo te sirva para tener presente que existe otra vida mejor que el conseguirlo debe ser la máxima aspiración.
Se fuerte y rehace tu vida. Eres buena y joven, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su reino.
Hasta la eternidad donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.
Bartolomé.”
UNA REFLEXIÓN
Dice una joven del interior de Argentina (de quien reservamos sus datos), las palabras que a continuación transcribimos:
Dios nos conceda la gracia de albergar los mismos sentimientos de amor a Dios, de tener siempre presente el único ideal por el que vale la pena vivir y morir: la salvación del alma y la unión con Dios para toda la eternidad.
Y también el amor a la Patria y a la Familia, que son los caminos más nobles que Dios nos ha dado para purificarnos y hacernos acreedores del Reino.
En fin, a los jóvenes argentinos, para que con estos ejemplos se les inflame de amor el alma, y no duden en defender, ordinaria y extraordinariamente, la Verdad de Dios, de Patria y de Familia.
SU PERSONALIDAD
cooperador salesiano asesinado en 1936 fue el joven sindicalista católico Bartolomé Blanco Márquez. Había nacido en Pozoblanco el 25 de noviembre de 1914. Huérfano desde niño, fue acogido por unos tíos suyos con los que trabajaba de sillero.
Una vez abierto el colegio salesiano de Pozoblanco (septiembre de 1930), Bartolomé fue asiduo al oratorio festivo y ayudó como catequista. El director del colegio, don Antonio do Muiño, le facilitó máquina de escribir y libros, y le invitó a participar en los círculos de estudios, auténtica palestra de formación.
Cuando en 1932 se estableció la Juventud Masculina de Acción Católica en Pozoblanco, Bartolomé fue elegido secretario.
Hacía el servicio militar en Cádiz y, estando de permiso en Pozoblanco, fue encarcelado el 18 de agosto de 1936. El 24 de septiembre fue trasladado a la cárcel de Jaén, en cuyo pabellón de ‘Villa Cisneros’ tuvo la suerte de coincidir con quince sacerdotes y otros muchos seglares fervorosos. En dicha cárcel fue juzgado y condenado a muerte, el día 29 de septiembre.
En el juicio sumarísimo por el que tuvo que pasar, Bartolomé dejó constancia inequívoca de sus creencias. Tanto el juez como el secretario del tribunal no dudaron en mostrarle su admiración por las dotes personales que le adornaban y por la entereza con que profesó sus convicciones religiosas. Bartolomé oyó al fiscal solicitar en su contra la pena capital y comentó sin inmutarse que nada tenía que alegar, pues, caso de conservar la vida, seguiría la misma ejecutoria de católico militante.
Siempre se había caracterizado por confesar su fe con optimismo, elegancia y valentía. Las cartas que la víspera de morir, escribió a sus familiares y a su novia son una prueba fehaciente de ello. “Sea esta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia, que quiero vaya acompañada de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal”, escribía a sus tías y primos. Y a su novia: “Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos y que en este momento se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nadie nos separará”.
Era el día 2 de octubre de 1936. Iba a cumplir 22 años.
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