Un hombre justo con dos amigos de similares principios católicos caminaban por una calle mientras conversaban. De pronto, el hombre se dio cuenta que tanto él, como sus amigos habían muerto en un accidente.
Dios dispuso que siguieran caminando espiritualmente rumbo al Cielo, así que debieron continuar.
La caminata era muy larga, tuvieron que ir montaña arriba; el sol era fuerte, y ellos estaban cansados, sudados y tenían mucha sed. Necesitaban desesperadamente agua.
De pronto, en una curva del camino vieron una puerta magnífica, toda de mármol, que conducía a una plazoleta con piso de oro, en el centro de la cual había una fuente de la que manaba agua cristalina.
El lugar tenía un guardián que, dentro de una ornamentada casilla, vigilaba la entrada. El caminante le habló:
- Buenos días -dijo iniciando la conversación.
- Buenos días -respondió el guardián.
- ¿Qué lugar es este, tan lindo? -preguntó el hombre.
- Este es el Cielo -fue la respuesta.
- ¡Qué suerte que llegamos al Cielo! Estamos con mucha sed -dijo el hombre mostrando ansiedad.
- Pues el señor puede entrar y beber agua a voluntad -contestó el guardián, indicándole la fuente.
-Mis dos amigos también están sedientos -comentó el hombre.
-Lo lamento mucho -dijo el guardián-pero aquí sólo se permite el ingreso de uno solo, los demás quedarán afuera.
-Pero ellos me han acompañado siempre, son personas justas, virtuosas, que siempre han alabado a Dios ¿Cómo puede ser esto? -dijo el hombre.
El guardián se limitó a menear la cabeza negativamente.
El caminante quedó muy desilusionado, porque su sed era grande, pero decidió no beber si sus amigos no podían hacerlo. Así que prosiguió su camino con ellos.
Después de mucho caminar siguiendo el sendero montaña arriba, con sed y cansancio multiplicados, llegaron a un sitio mucho más elevado, cuya entrada estaba marcada por una vieja puerta entreabierta. La puerta se abría hacia un amplio camino de tierra, con verdes árboles a ambos lados que brindaban buen cobijo del sol. A la sombra de uno de ellos había un anciano de blanca barba, apoyado sobre un tronco como rezando. El caminante se aproximó.
- Buenos días -dijo.
-Buenos días -respondió el anciano.
-Estamos con mucha sed, mis dos amigos y yo. ¿Hay algún lugar donde podamos encontrar agua? -preguntó
-Detrás de aquellos matorrales hay un manantial -contestó el anciano-. Todos pueden beber a voluntad.
El hombre y sus dos amigos fueron hasta el manantial, y finalmente pudieron calmar la sed y refrescarse. Al volver hasta donde estaba el anciano, el hombre le agradeció.
-Pueden volver cuando quieran -fue la respuesta.
-A propósito -dijo el caminante-, ¿cuál es el nombre de este lugar?".
-Están en el Cielo -contestó el anciano con una sonrisa.
-¡Pero no es posible! -exclamó el hombre-. El guardián que estaba al pié de la montaña , junto al gran portal de mármol, ¡nos dijo que el Cielo era aquél!
-No, aquello no es el Cielo, es el infierno –aclaró el anciano
El caminante quedó perplejo, y volvió a preguntar:
-Pero entonces, esa es una información falsa, ¡¡¡y puede causar grandes confusiones!!!
-De ninguna manera -respondió el anciano-. La verdad es que ellos nos hacen un gran favor, porque allá se quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos… y ¡todos sabemos además que el mejor amigo por excelencia es Jesucristo!
Todo lo que necesitamos saber, lo enseña la Iglesia Católica, depositaria de la Tradición desde Jesucristo. Esa es la clave de nuestra salvación y la de nuestros seres queridos.
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