Desde el 18 de abril de 1964, fecha en
que el EGP guevarista asesina al Cabo de Gendarmería Nacional Juan
Adolfo Romero tuve la certeza que sobre la República caía la sombra
ominosa de la subversión internacional y, consecuente con mis
convicciones, tomé partido.
Adherí, entonces,
con el alma a mis FF.AA. y a todas las Fuerzas de Seguridad que en los
años siguientes serían mandadas a enfrentar a la subversión en una
guerra de agresión sistemática bosquejadas por el terrorismo
internacional y diagramadas en Cuba. Guerra que es menester aceptar que
por su forma y esencia nadie estaba preparado para combatirla. Aunque
mi adhesión hubiera sido sólo moral, son casi cuarenta y ocho años de
enfrentamiento entre argentinos y, debo confesarle, estoy cansado.
Cuando vi su foto, Pozzi, haciendo la
“venia” – Ud. no hace el Saludo Militar – en el Instituto Dámaso
Centeno ante una placa que recordaba a ex alumnos de ese instituto que
militaron en organizaciones terroristas, quise ver en su gesto, quizás
desde mi cansancio y angustia, la misma actitud que se reflejaba en una
foto de un par de años antes donde el Jefe del Ejército Francés,
General Elrick Irastorza rendía honores en un cementerio a los soldados
alemanes caídos en Normandía. Quise imaginar que su actitud era un
llamado a la pacificación nacional. Sólo fue un deseo ingenuo de mi
parte, ya que Ud., conforme a los aires que corren en la República
desde hace unos años - aires que privilegian a aquellos que por un
escritorio blindan su estómago para desentenderse de muertos en acto de
servicio y de camaradas que por cumplir órdenes están presos - jamás
participó ni se acercó a un homenaje a los militares que cayeron
cumpliendo su deber en esa guerra.
En verdad, en ese acto en el Instituto
Dámaso Centeno Ud. ni siquiera rendía homenaje al enemigo de otrora
contra el cual quiero creer que combatió. Su teatral actuación remitía
solamente a la repetición pertinaz de gestos que gente como Balza,
Bendini, Ud. y sus “incondicionales” hacen para mantener
intacta la confianza que tanto les ha costado ganarse con quienes,
despreciando al Ejercito Argentino, lo mantienen en un permanente
estado de abandono y, por ende, a la República en un
irremediable desamparo.
Nada hay en Ud. ni en quienes le acompañan
en su faena de desarme que indique una vocación por
reunir a los argentinos todos. Previsor, conociendo los bueyes con los
que ara se tomó el trabajo, un día antes, de mandar a sacar las placas
de las aulas que llevan nombres de Héroes del Ejército Argentino -
Larrabure, Duarte Ardoy y otros - no fuera a ser que con el
antecedente que tienen algunos generales de actuar como meros
ordenanzas - ¿Recuerda Ud. a Bendini subido a un banquito? - el rufián
del ministerio de defensa que los acompañaba lo obligara a Ud. a
empuñar un cortafierro para sacar a golpes de maza las placas con los
nombres de los héroes.
Pueden Uds. estar - esos pocos que
prefirieron vender a sus camaradas y arrastrar por el barro el honor
del Ejército Argentino - al menos por el momento, tranquilos. La “línea
intelectual” que dejó el embajador-general, de prender ventiladores y
arrojar cualquier bosta con tal de salvarse, está intacta. El
embajador-general puede hoy hablar sin sonrojarse de un “plan
sistemático de robo de bebés” y tratar de mantener en el olvido la
triste memoria de la estancia “la Polaca” en paso de los Libres cuando
era jefe de Unidad en esa localidad fronteriza en plena contraofensiva
montonera. Y así, en consonancia con esta “política” de aguante, a
partir de este “homenaje” a terroristas, si alguna vez alguien le
pregunta que hizo Ud., Pozzi, en la Guerra contra la Subversión, podrá
sacarse de encima el fardo recordando que permitió ese día que los
planes de estudios de los Institutos Militares sean
fiscalizados por las Madres de Plaza de Mayo – hoy sospechadas, ya no
de terrorismo, sino simplemente de estafadoras del estado nacional – o
por los farsantes de alguna ONG de DD.HH. empeñados desde siempre en
destruir a nuestras Instituciones.
No es mi intención darle una clase de
historia, Pozzi, ya que creo que en su fuero interno Ud. sí sabe que
hubo una guerra y en la que, aunque tiemble si alguien se lo recuerda,
supongo que combatió. Una guerra tan asquerosa en la forma en que la
guerrilla la había planteado que aquellos que sí eran Soldados temían
más por la salud de su alma que por su vida.
Tampoco es mi intención hablarle de Larrabure,
Berdina, Moya, Estévez, Silva, Cisneros, Fernández Cutiellos o de
los Soldaditos que murieron defendiendo su cuartel en Formosa ni
de aquellos que quedaron en el Monte Tucumano, en Manchalá, en la
Tablada, en Malvinas y en tantos otros lugares de nuestra
geografía, y menos aún de todos aquellos que, cautivos sometidos a
viles encierros, han tenido el valor de no rebajarse a pedestres
indignidades, porque Ud. sabe bien que desde hace ocho años para
aquel que traicione a sus camaradas existe el premio de ganar su
libertad. Y ni uno, Pozzi, ni uno, ha esbozado la posibilidad de
venderse.
Es entendible que Ud. nada quiera saber de
ellos. En su mente la distancia a Marcos Paz, Campo de Mayo, Bouwer
y otros campos de concentración es mucho más grande que la que mi nieto
de cinco años cree que hay hasta la luna. Ellos, que saben que
arrastrarán su vida en la inmundicia de un penal federal pero tienen su
orgullo y su fe intactos, se han convertido, para Ud., en dedos
acusadores que hasta su muerte le señalarán su indignidad.
A sabiendas he hecho omisiones de grado y
he escrito cargos y grados a veces con mayúsculas o minúsculas. No son
errores ortográficos, es sólo una manera de expresar mi respeto o mi
desprecio.
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