Por Enrique Guillermo Avogadro
“En el gobierno, como en el cuerpo humano, las
enfermedades más graves proceden de la cabeza” Plinio el
Joven
Todos los diarios y canales de televisión
dedican estos días gran parte de sus centímetros y de sus
segundos a hablar de dos temas que, a mi juicio, son sólo cortinas
de humo.
Me refiero, obviamente, a la reforma constitucional
que, anunciada originalmente por la inefable doña Diana Araña Conti y ahora
reverdecida por don ex Amado Boudou, permitiría la reelección
eterna de la señora Cristina Fernández de Kirchner y, cuando
no, a las Malvinas.
En ambos casos se trata de simples expresiones de
deseos del oficialismo, ya que ninguna de las dos tiene posibilidad alguna
de concretarse. Sin embargo, todos los argentinos discutimos, sin siquiera
reflexionar sobre las posibilidades de ocurrencia, y dejamos de pensar en
los verdaderos problemas del país que la Presidente dejará y
en cómo solucionarlos.
Para reformar la Constitución se requiere
que el proyecto sea votado por dos tercios de ambas cámaras del
Congreso, un porcentaje de votos que el cristi-kirchnerismo dista mucho de
poseer, y que no podría ser acompañado por otras fuerzas
políticas, tradicionalmente funcionales al Gobierno, pues
implicaría su irreversible suicidio.
En cuanto a Malvinas, después del
huracán Kirchner, que dejó a un país totalmente
indefenso, en el cual sus fuerzas armadas sólo podrían
batallar durante una hora antes de quedarse sin municiones y sin
combustible, toda contienda militar debe ser descartada; es decir,
deberá la Argentina continuar sólo con medios
diplomáticos para intentar terminar con la infamia que constituye la
autoridad británica sobre las islas. Sin embargo, la
designación de doña Alicia Castro, una chavista convencida,
como nueva Embajadora ante el Reino Unido, no promete grandes logros en
ese sentido.
Entonces, dejemos de preocuparnos por los velos que
mueve el Gobierno para entretenernos y vayamos al tema central de esta
nota.
Desde la reasunción de doña Cristina,
luego del “milagro”
que el Gauchito Gil realizó con su falso cáncer, me he
venido preguntando a qué atribuir la belicosidad de un discurso
cuando quien lo pronuncia tiene casi el poder absoluto en su país,
donde la oposición –tal como la conocíamos antes que
don Néstor (q.e.p.d.) inventara la “transversalidad”- ha dejado de existir, donde la
figura presidencial es reverenciada hasta la genuflexión por
empresarios y funcionarios de todo pelaje, donde aún el Ejecutivo
dispone de muchos fondos para gastar a su antojo, donde el Gobierno
interviene en todas las esferas económicas, donde
–según los informes oficiales- el Banco Central dispone de
grandes reservas, y donde se ha logrado “romper el 7” al
desempleo.
Debo confesar que no he encontrado demasiadas
respuestas, y lo cierto es que la señora Presidente encontró
nuevos enemigos –siempre ex aliados íntimos- a quienes echar
la culpa de los males nacionales, aún cuando esto implique combatir
en demasiados frentes a la vez.
Entre las muchas posibilidades, la que más
ha hecho ruido en mi cabeza es: ¿será
miedo?.
Ahora bien; ¿miedo a qué?
Aquí, el abanico de probabilidades llega al infinito. Veamos
algunas.
¿Miedo a perder el control de la calle? Don
Hugo Camión Moyano ya
tiene a sus tropas alineadas y, tal como era previsible, tiene entre sus
aliados a Gerónimo Momo
Venegas, a la CTA de Micheli y hasta a Barrios de Pie. Doña
Cristina sabe que ella puede hacer que vaya preso, pero también es
consciente de que su nuevo enemigo y ex aliado íntimo puede pararle
el país entero. Nuevos actores están exigiendo protagonismo
en este tema, como se vio en escenarios tan disímiles como
Río Gallegos, Trelew, Famatina, Bariloche, Formosa
…
¿Miedo a las cacerolas? Han comenzado a caer
sobre las familias las bombas del verdadero “rodrigazo” que ha
desatado el Gobierno bajo el nombre de “sintonía fina” y, con marzo,
llegarán a los hogares los enormes aumentos en rubros tales como
gas, luz, agua, tasas municipales, telefonía celular, prepagas
médicas y colegios, que se sumarán a la suba en los
alimentos. Si a esos “problemas” se les siguen sumando los
cortes de energía, y la inseguridad continúa aterrando a la
población, esa vieja reacción podría volver a
producirse; si el invierno fuese tan frío como caliente es este
verano, el “relato” se congelaría al mismo
ritmo.
¿Miedo a corridas bancarias o cambiarias?
Sólo una respuesta afirmativa a esta pregunta podría
justificar los modos policiales que el principesco don Patotín implementó
en diciembre contra los pequeños ahorristas, pese a que
imputó a los bancos haber especulado con el dólar. La
historia enseña que, cuando la ciudadanía percibe o,
simplemente, cree que las reservas que el Banco Central informa son
ficticias y que, en realidad, se trata de meros papelitos de colores sin
valor, convierte sus ahorros en monedas que le dan tranquilidad, y que ese
movimiento es imparable, por muchos policías, gendarmes, prefectos
e inspectores de la Afip que se pongan en la calle.
¿Miedo a la confirmación del fracaso?
Porque, si todo el escenario macro es tan brillante y está tan
blindado como dicen los funcionarios, ¿cuál es la
razón para que don Guillermo Moreno haya sido enviado a cerrar de
este modo brutal la economía, a riesgo de paralizarla por completo?
Este funcionario, que ha sido empleado como una eficiente herramienta
desde la prohibición de exportar carne, que don Néstor
(q.e.p.d.) implementó en 2006, puede ofrecer victorias de corto
plazo pero, en la práctica, todas sus medidas se han traducido en
enormes daños y perjuicios de largo plazo para el país. El
propio Patotín ha dicho
que, si el superávit comercial se reduce a US$ 5.000, el Gobierno
“estará en el
horno”.
¿Miedo a una nueva quiebra del Estado? Como
consecuencia de la sequía, que parece haber terminado, las arcas
públicas sufrirán una gran disminución en sus ingresos
y, según parece, no habrá dólares suficientes para
atender, a la vez, a los servicios de la deuda, a las importaciones
indispensables para que la industria pueda producir, a las transferencias
empresariales, al pago de más de US$ 9.000 por la
importación de combustibles.
¿Miedo a la realidad post Indec? La
señora Presidente se ufanó de haberle “roto el 7” al
desempleo; si esa cifra surge del cuestionado organismo, lo cierto es que
resulta poco creíble. Si bien en el mercado del empleo formal
parece haber casi plena ocupación, el informal alcanza casi al 40%
de la población, y allí los porcentajes trepan por ascensor.
Por lo demás, si la cantidad de pobres y miserables aún es
muy grande –los mal intencionados dicen que son iguales a 1998-, el
descontento de quienes ven el crecimiento sólo en televisión
puede ser comparable a las banquinas en épocas de sequía,
cuando una colilla imprudente puede generar incendios, choques y muertes.
Como se ve, varios miedos pueden terminar relacionados, y producir
similares consecuencias.
¿Miedo a la imparable inflación? Si
bien todos los economistas a los que he consultado descartan la
posibilidad de una “espiralización” en el corto plazo, y
a que el enfriamiento de la economía hará bajar algunas
décimas esa fiebre, la estigmatización de don Hugo Camión Moyano puede
responder afirmativamente a esa pregunta. Ambos ejércitos –los
del Gobierno y los de la CGT y sus aliados- se encuentran ya en
formación de batalla, en una guerra que tiene todavía un
pronóstico incierto.
¿Miedo al PJ? La pretensión de
entronizar a La Cámpora como el almácigo del cual
saldrán los dirigentes del futuro no se condice con la escasa
cosecha de votos que, cuando se presentaron por fuera de las estructuras,
obtuvieron estos jóvenes tan bien rentados; eso lo saben muy bien
los caudillos territoriales, que no cederán su poder
fácilmente en ninguna circunstancia y, menos aún, cuando la
“caja” disciplinadora ha adelgazado
tanto.
¿Miedo a la conformación de una liga
de gobernadores? La inédita presión para desgastar
diariamente a Scioli, podría decir sí a esa pregunta. El
peronismo tiene una larga tradición en la materia –basta
recordar la crisis del 2001- como herramienta de reacción al
desgranamiento del poder central, y el cristi-kirchnerismo carece de una
figura que, más allá de la señora Presidente, pueda
sentarse en el vértice unipersonal de su
movimiento.
Son demasiados interrogantes, y se cuenta con
escasas respuestas.
Sin embargo, una certeza aparece nítida: la
actuación de doña Cristina, su desconfianza e inseguridad,
traducida en la reducción
permanente de su “mesa chica”, la necesidad de la
recurrencia al luto y a la debilidad personal para suscitar
compasión y adhesión, la permanente invención de
nuevos culpables, la traición a sus mejores y más leales
aliados, la conformación cada vez mayor de un Estado policial, no
son actitudes de quien, como dije al principio, debiera sentirse casi una
emperatriz triunfante.
Por el contrario, las nubes que se ciernen sobre el
futuro inmediato, en un “modelo” político que ha sido
estructurado exclusivamente en torno a la figura de la señora de
Kirchner y que, por ello, carece de herederos naturales, son lo
suficientemente negras como para generar miedo a sus
integrantes.
Que, enfrente, tampoco haya nadie capaz de recibir
la pesada herencia de desaciertos y sus consecuencias, es otra de las
grandes incertidumbres de la Argentina actual. Sin embargo, en las crisis
graves, siempre aparece alguien a quien, muchas veces equivocadamente, los
argentinos atribuyen el papel de salvador.
Esta vez será un peronista de viejo
cuño, aún cuando resulte ser un joven, o un apartidario;
pero esto último es, si bien posible, altamente improbable, al
menos antes de que se constituya una fuerza de centro-derecha fuerte, que
debiera ser la prioridad del momento.
Bs.As., 31 Ene 12
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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