Fuente: Acción Familia
«No se debe dar a los perros
el pan destinado a los hijos»
(Mc. 7,27).
Esta frase de la Sagrada Escritura viene a la mente al considerar la
triste inversión que se está dando en nuestra sociedad: menos hijos y
más mascotas.
A las mismas personas a quienes parece un gasto muy fuerte tener
un hijo más, no les parece demasiado gastar en ciertos «lujos» para su
mascota.
Así, cada vez más se ofrecen servicios más completos para animales,
como calzado para la lluvia, impermeables, baños especiales,
restaurantes, cementerios, etc. En los lugares en que esta mentalidad
echó más raíces, ya existen «psicólogos» para combatir el «stress» del
animalito, «institutos» para adelgazarlos, mamás para que no se queden
solos, etc.
Al mismo tiempo, se está consolidando una mentalidad que considera a
los niños más como una carga que como una bendición de Dios lo que, en
su expresión extrema, hace que se prefiera la mascota al hijo.
Es más que una metáfora, pues de verdad señala cómo los animales se han convertido en un ˜miembro más de la familia”.
Un rasgo distintivo de Europa, donde el perro es un ˜sustituto” de
los hijos» (El Mercurio, 3-6-00). A tal punto llega esta triste
tendencia que, en algunos casos de divorcio, la custodia de los hijos se
resuelve con menos discusiones y menos pasión que la de la mascota…
Aquí hay, en realidad, un grave desequilibrio. Nadie niega que la
compañía de ciertos animales bonitos y de aspecto agradable ayuda al
desarrollo espiritual del hombre, especialmente en una época en que
estamos rodeados de tantas cosas feas y artificiales. Pero de ahí a dar a
estas mascotas lo que debemos a nuestros hijos hay un abismo.
Las mascotas van sustituyendo a los hijos
Como bien señalaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira «los
animales que Dios hizo para la convivencia con el hombre son
precisamente aquellos en que la rudeza natural está velada por
apariencias bellas o hasta espléndidas. Pájaros de plumas brillantes o
canto armonioso, gatos de actitudes elegantes y pelo sedoso, perros de
noble porte o aspecto imponente, peces que despliegan velos graciosos en
la placidez de sus acuarios. Son ellos factores de belleza, distracción
y reposo en nuestra existencia diaria.
«Es porque Dios respeta la nobleza del hombre que, en los animales
destinados a su convivencia, quiso velar con esas apariencias magníficas
la rudeza natural a todo ser no espiritual. Notoriamente son esas
criaturas como flores del reino animal, hechas para nuestro hogar como
las flores del reino vegetal. Y según las reglas de una buena tradición,
hay formas ordenadas para que un hombre aprecie las bellas flores y
conviva con los bellos animales, sin pasar de la justa medida, dedicando
a eses seres un afecto o concediéndoles una intimidad que sólo a las
criaturas humanas se debe dar.
«Los animales pueden, por lo tanto, tener su lugar en una
sensibilidad cristiana bien formada. Pero hay límites. No se debe dar a
los perros el pan destinado a los hijos (Mc. 7, 27) advierte Nuestro
Señor, ni darle perlas a los cerdos (at. 7,6). Es lo que hace quien,
llevado por un desequilibrado sentimentalismo de fondo igualitario,
concede a los animales cariños e intimidades que el orden de la
Providencia reservó para las relaciones entre seres humanos».
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