La Campaña de la Fraternidad convoca a todos los brasileños a una reflexión sobre la máxima “Somos todos hermanos, somos todos iguales“. Resolví dedicar así a tal reflexión mis palabras de hoy que, si otros méritos no poseen, tienen por lo menos los de ser difundidas en un periódico de amplia circulación.
Inmediatamente, sin embargo, percibí la dificultad del tema. El brasileño, por todas las vibraciones de afectividad que suben de lo más profundo de su ser, por la claridad privilegiada con que -aún cuando es inculto- intuye las grandes verdades simples y sublimes de la vida, finalmente por la marca que en él imprime su tradición cristiana, está persuadido de que somos todos iguales y hermanos. Así, por ejemplo, la mezcla racial que tiene por fundamento la igualdad y la fraternidad de todas las razas, es una constante profunda de nuestra Historia. ¿Cómo decir , pues, a nuestro público algo nuevo sobre el asunto?
Sin duda, los mentores de esa campaña habrán pensado en esto. No habrán deseado la repetición de frases hechas, sino la evocación de aspectos olvidados o la rectificación de conceptos mal entendidos, concernientes ya sea a la igualdad como a la fraternidad. Este es el único modo de decir algo nuevo al público al respecto de esos temas.
Vencida así la perplejidad preliminar, me puse a buscar algo “nuevo” para decir. La memoria auditiva me lo trajo pronto a la mente.
Igualdad. Fraternidad… ¿cuál es el otro vocablo que falta? Ah, es Libertad. Así se reconstituía en mi espíritu la trilogía de la Revolución Francesa. Al mismo tiempo una amalgama de imágenes se presentaba en tumulto a mi atención: enseñanzas divinamente luminosas del Evangelio, conceptos lapidarios del Derecho Romano, privilegios medievales, frases líricas de Rouseau, sarcasmos de Voltaire, las matanzas y la famosa Madame Roland gritando rumbo a la guillotina “Libertad, libertad, cuántos crímenes son cometidos en tu nombre“.
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No. Nada grande, nada saludable, nada durable se construye en materia de cultura y civilización sin tomar en cuenta una justa medida de libertad, de igualdad y de fraternidad.
Sin embargo, los mayores crímenes de los siglos recientes fueron cometidos precisamente en nombre de una libertad sin frenos, de una igualdad absoluta y de una fraternidad sin discernimiento. Para demostrarlo no es necesario llegar hasta la Revolución Francesa; basta considerar al hijo furibundo que ésta dio a luz: el comunismo.
El comunismo cumbre la tierra de violencia. Los ejecutores inmediatos de su acción violenta en la mayor parte de las veces nada entienden de las tan nebulosas
Cuatro niños, con personalidad, inteligencia, capacidades y apariencia diferentes
lucubraciones filosóficas y económicas de Marx. Los mueve en general un raciocinio primario, que podríamos resumir así:
a) todos los hombres son hermanos;
b) cada uno debe desear para sus hermanos todo lo bueno que tiene para sí;
c) luego, la igualdad completa es la consecuencia forzosa de la fraternidad auténtica;
d) toda desigualdad es pues una injusticia;
e) de manera que, el hermano víctima de una injusticia, tiene el derecho de pedir, y aún de imponer la igualdad en nombre de la fraternidad. Es la última consecuencia de la fraternidad.
Para quienes se dejaron enredar en este sofisma, me parece que algunas reflexiones sobre la verdadera fraternidad pueden traer algo nuevo.
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En el centro del problema enunciado arriba exite una cuestión fácil de poner en términos concretos.
Imaginemos una familia con cuatro gemelos, todos hombres, enteramente parecidos por su aspecto físico, por sus gustos, por la mentalidad, por el nivel inteligencia. Entre ellos reina la más entera igualdad.
Imaginemos otra familia con cuatro hijos de diferentes sexos, edades, capacidades, por su nivel inteligencia y por su modo de ser personal. Pero ellos saben armonizar y poner en colaboración esas diversidades, por la fuerza de un mutuo y profundo afecto.
Puede preguntarse: ¿en cuál de las dos familias existen condiciones de convivencia fraterna más perfectas? En otros términos, ¿la verdadera fraternidad resulta de una igualdad completa? ¿O más bien de una igualdad fundamental templada por una escala de valores diversificados y jerarquizados?
Puesto así el problema, recordé una frase de Maurois (en la biografía de Disraeli) con respecto a un grupo de amigos: “Como todos los verdaderos amigos, ellos se parecían poco“. La amistad tiene mucha relación con el amor fraterno. Este, como aquélla, se paraliza y muere en la monotonía irrespirable de la igualdad total. Por el contrario, vive, palpita y fructifica en un clima de desigualdades proporcionadas y armónicas. Con esto se derriba la identificación comunista entre igualdad total y fraternidad perfecta. Y la “fraternidad”, en lugar de conducir a la lucha de clases y a matanzas, produce una armonía y cooperación constructiva.
Esa conclusión tan lógica me parecía muy importante para carecer del apoyo de algunas citas. Las busqué en los documentos pontificios.
Oigamos la voz del gran León XIII: “Una vez más Nos lo declaramos: el remedio para esos males no será jamás la igualdad subversiva de los órdenes sociales sino esta fraternidad que, sin perjudicar en nada la dignidad de la posición social, une los corazones de todos con los mismos lazos del amor cristiano“. (Aloc. 24 de enero de 1903, al Patriciado y a la Nobleza Romana).
En seguida, consultemos a Pío XII: “Los hermanos no nacen ni permanecen todos iguales: unos son fuertes, otros débiles; unos inteligentes, otros incapaces; tal vez algunos será anormal, y también puede ser que se torne indigno. Es pues inevitable una cierta desigualdad material, intelectual, moral en una misma familia (…). Pretender la igualdad absoluta de todos sería lo mismo que pretender dar idénticas funciones a miembros diversos del mismo organismo“. (Disc. 4/06/1953, a un grupo de fieles).
Y por fin leamos al tan citado Juan XXIII. Él afirma, refiriéndose a Pío XII:
“En un pueblo digno de tal nombre, todas las desigualdades que derivan no del arbitrio, sino de la propia naturaleza de las cosas; desigualdades de cultura, de haberes, de posición social -sin perjuicio, bien entendido, de la justicia y de la caridad mutua- no son absolutamente obstáculo a la existencia y al predominio de un auténtico espíritu de comunidad y fraternidad“. (Radiomensaje de Navidad de 1944) (Encíclica “Ad Petri Cathedram”, 29/06/1959).
Plinio Corrêa de Oliveira, en “Folha de S. Paulo”, 26 de febrero de 1969
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