Por
José Luis Milia
“El punto de vista económico de los nazis era
grotescamente primitivo; contemplaban la creación de riqueza como un juego de
suma cero en el que, si Alemania tenía que ganar, otro tenía que perder. La consecuencia
fue que, desde 1940, Hitler financió la guerra saqueando cada vez más su propio
imperio; este proceso solo podía terminar en la bancarrota.”
Max Hastings.- “Se desataron todos los
infiernos”.- pag.567
Al igual que Hitler, al
menos en lo que han pensado siempre de la economía, el dúo presidencial que
manejó la República hasta el 27 de octubre de 2010 obró siempre con criterios
de suma cero. Sus armas eran, y son, subsidios y retenciones; los primeros para
los amigos que reciben todas las prebendas y para mantener más o menos contenta
a la hacienda electoral y los segundos para los enemigos que solo merecen ser
saqueados.
Hagamos algo de historia.
Cuando el dúo llegó al gobierno, con ellos llegó algo desacostumbrado en estas
latitudes. Por primera vez desde hacía mucho tiempo nuestra producción
tradicional, los granos, tenía precio y no cualquier precio, eran valores que
tenían que ver con las necesidades que el crecimiento de una nación cuyo censo
es el 14,3% de la población mundial debía solventar. El precio de los
commodities agropecuarios crecía acorde con un mundo que necesita alimentos.
Con esas condiciones dadas,
con la solvencia que en pocos años ese mercado en ascenso nos iba a dar, había que ser un bribón consumado o un incompetente a
tiempo completo para no reconstruir, a niveles inimaginables, el País.
Como tenían la ubicuidad de los primeros y a su rapacidad sumaban la torpeza
inmanente de los otros convirtieron a la República en un infame mercado donde
todos tenían su precio y cada acción su tasa; desde los políticos de cualquier
pelaje, funcionales como compañeros de ruta en las mas inmundas tramoyas, hasta
los jueces que, proxenetas consumados, se dedicaron a bajarle los calzones a la
justicia y cobrar por los favores que la pobre daba, sin olvidar a los jefes
militares que a cambio de espurias canonjías aceptaron entregar sin decir
palabras a sus camaradas ni al empresariado industrial siempre listo a
arrodillarse. Ni siquiera la Iglesia, o al menos su jerarquía, cacheteada como
nunca en la historia de la Argentina, osó, vaya uno a saber por qué causa, ir
más allá de ligeras reconvenciones mientras se daba vía libre al aborto, al
gaymonio y a tantas otras cosas que eran cintarazos crueles en nuestras
espaldas de creyentes.
En verdad, y aunque nos duela
el engaño, no habían venido a reconstruir un país, solo les importaba continuar
la faena urdida en su comarca. Sus previsiones resultaron exactas. Podían, y
aún pueden ir por todo. Conocen a los argentinos.
Hace tiempo que las promesas dichas
aquel 25 de mayo de 2003 y las que se cuecen en cada 25 de mayo cada cuatro
años han quedado en el olvido; nada hay de los 5.000 kms. de autopistas ni de
las 700.000 viviendas prometidas, y aunque inventaron el ministerio de
planificación, jamás planificaron nada, excepto la exacción, el desorden y la
fábula contada cada tanto en cadena nacional; y entraron, ahí ya de lleno, en
un surrealismo exaltado cuando el dios del relato se les presentó por primera
vez y les garantizó que si lo sabían usar los pobres seguirían creyéndoles
aunque cada vez fueran más pobres y los ricos, aunque no les creyeran, nada
harían en su contra porque sus bolsillos seguirían llenándose.
Todo permanece igual en
Argentina, nada ha cambiado desde 2003. De lo que era una simple pero rencorosa
manera de hacer política, la sobreviviente del dúo ha llevado al paroxismo las
características de este modus operandi político pero le ha sumado una fervorosa
adoración del dios de la patraña que solo a ella se le manifiesta y que presuntamente
le ha hecho saber que si no nombra algo- inseguridad, inflación, drogas o la
muerte de niños desnutridos-, ese algo no existe o no sucede en el país de las
maravillas que ella en su cerebro se ha diseñado.
Un simple ejercicio, ponerle
a la soja hoy el valor que tenía en 2001, nos revelaría que nada de lo que se
nos muestra como logros económicos del modelo hubiera sucedido. Hoy no habría
combustibles ni siquiera para calentarnos y ni hablar de producir energía para
que los industriales “flor de ceibo”- esos que si no tuvieran a papá estado
sobándoles el lomo no existirían- pudieran hacer la parada de un país
industrializado. No habría subsidios, salvo que se pagaran con vidrios de
colores pero al menos un país pauperizado como sería el de la soja a 148,25
US$/ton podría justificar impiadosamente las muertes de chicos por
desnutrición.
Hoy quieren que hasta le
creamos la payasada que al dólar, en su real valor, se lo puede manejar con un
verbo de barricada o jugando de maestra de Siruela pero solo han conseguido
desplomar el mercado inmobiliario y han convertido el auge turístico en una
entelequia sin visos de realidad.
La única realidad visible en
este patético festival de realismo mágico es que quieren permanecer, como sea,
en el poder y para ellos tienen que ir por todo, caiga quien tenga que caer,
sin importar que sufrimientos se inflijan a los argentinos, porque necesitan
caja y seguirán apostando a hacerse de ella aunque deban saquear, hasta dejarla
exhausta, a la República.
JOSE LUIS MILIA
josemilia_686@hotmail.com
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