Por Carlos Manuel Acuña
Cuando se revisan y evalúan las
cifras que arrojan las numerosas encuestas de opinión política que a diario
llegan a la Casa Rosada y a Olivos, se entiende porque Cristina W. Fernández entra en desesperación. En otra parte de esta
misma edición del Informador Público, consignamos el último y extenso trabajo
realizado por la prestigiosa firma Management & Feed, de donde surge la
evolución sufrida por el oficialismo y sus principales integrantes a partir del
año pasado cuando parecía favorecerlos un éxito incontenible. El estudio
considera todos los factores clásicos de esta tarea y divide el universo de
consulta entre las vocaciones anteriores respecto del voto o las simpatías, las
edades y sexo de los consultados, su pertenencia a los variados niveles socio
económicos y ubicación geográfica, amén de otros componentes indispensables
para actuar en el difícil terreno político y electoral.
La encuesta también se extiende
con otras preguntas como, por ejemplo, la visión que cada uno de esos sectores
tiene respecto a si mejorará, empeorará o se mantendrá la situación en todos
sus aspectos, tanto en lo estrictamente personal como en la interpretación
objetiva del interrogado sobre el pasado, presente y futuro. En tal sentido,
aparecen nítidas las principales inquietudes -la cuestión económica y la
inseguridad, que ocupan un lugar relevante en los resultados- lo que permite
desarrollar estrategias y también entender buena parte de los rumores,
versiones y trascendidos acerca de la marcha del gobierno y la actitud de la
llamada oposición frente a la realidad agobiante. Mal que le pese a la viuda de
Kirchner, esto es lo que sucede y no
otra cosa.
Una primera lectura permite
mensurar la tendencia favorable del kirchnerismo que se tradujo en la discutida
aceptación del resultado de la última elección del año último, resultado que le
permitió a la presidente Cristina
esgrimir ese 54 por ciento favorable como instrumento para afirmarse en el
poder. Frente a las cifras se entienden muchas cosas y entre ellas, ciertos
apuros por avanzar más rápido con proyectos ideologizados que abarcan amplios
aspectos de la vida nacional. También se explica el lector que incursione por
la correspondiente noticia, que ese triunfo en las urnas fue el momento más
favorable para un cristinismo que todavía se apoyaba en la memoria de Néstor Carlos pero sobre todo en el
famoso "viento de cola" de una economía que permitió ganar
voluntades, simpatías y una capacidad de maniobra que como lo demuestran los números
en coincidencia con la experiencia empírica, poco a poco comenzó a caer.
Esto último explica fácilmente el
crecimiento de una estabilidad política que comenzaba a resquebrajarse, a la
par que surgían los primeros esbozos de los problemas que hoy están plantados
con fuerza en el inquietante escenario político, económico e institucional de
la ex República. Tanto, que los números nos llevan por unos instantes al inicio
de este gobierno que alcanzó el poder con sólo algo más del 20 por ciento de
los votos, porcentaje ínfimo pero aceptado dadas las circunstancias que se
vivían después que Carlos Menem se retiró
de la segunda vuelta electoral hace casi diez años. A partir de entonces, el
kirchnerismo inició un ciclo ascendente, pero hoy sigue el camino inverso y,
siempre de acuerdo con el aporte de Management & Feed, la opinión de la
ciudadanía respecto de si reemplazaría al actual gobierno, registra un
porcentaje del 70 por ciento. Aplastante.
Por más vueltas que se le de,
este fatídico número permite decir que se hace muy difícil gobernar cuando se
lo tiene sobre las espaldas, sobre todo porque facilita las disidencias
internas, la aparición de deserciones que antes eran impensadas aunque corran
paralelas con maniobras no exentas de inteligencia y audacia (por ejemplo,
haber cooptado al flamante gobernador de San Luis, pese a que los Rodríguez Sáa no perdieron el control
interno y colocaron a la provincia en un lugar prominente como buena
administración). Quienes ayer vieron a Cristina
con sus característicos gestos hablar una vez más por la cadena de radio y
televisión, pudieron comprender que su rostro demacrado y la disminución de su
reconocida capacidad de oratoria, tenía una directa relación con los números
que ni la frondosa imaginación de Braga
Menéndez podrá modificar, pese a su reconocida predisposición a explicar lo
inexplicable. En síntesis, las fichas caen en su lugar y pueden dar respuestas
a tantos dimes y diretes que circulan por todas partes.
Sin embargo, hay otro factor que
surge de un estudio menudo de los cuadros que ofrecen lo que comentamos. Se
trata nada más y nada menos que de la inexistencia de una oposición creíble
para los ciudadanos, pues las críticas, abarcativas, demuestran que tampoco
existen expectativas favorables para la oposición. Es decir -con pocas palabras-
que el arco de representación política se muestra prácticamente huérfano y
apartado de esperanzadas soluciones. No es necesario reflexionar mucho para
llegar a conclusiones alarmantes sobre el futuro argentino y así podemos llegar
con facilidad al título que hemos elegido para nuestro análisis de hoy. Si hay
descontento progresivo ante la marcha del gobierno, igualmente hay otro
descontento con relación a un posible y normal reemplazo. El asunto -por así
llamarlo- es de una tremenda importancia que no requiere de explicaciones y
muestra la hondura de una crisis que se ha comido a los partidos políticos y
que además -y esto es más trascendente todavía- hizo sucumbir a las
instituciones de la mano de los actuales gobernantes.
Deberíamos acotar que se trata de
una situación virtualmente inédita y peligrosa -en nuestros escritos hemos
utilizado hasta el cansancio este último vocablo- que convoca al ejercicio de
una responsabilidad que parece haber desaparecido. Al menos, que se ha
angostado lo suficiente como para reparar en ella con la facilidad que merece.
Sólo a titulo ilustrativo vamos a remitirnos por un instante a la fotografía
que ilustra este artículo: fuerzas de seguridad y policiales ubicadas detrás de
un largo cartel con el que piden disculpas a la población que paga sus
impuestos, por la huelga con que se manifiestan para obtener una respuesta a
sus reclamos. Si a esto le agregamos el desborde del delito, la justicia
convertida en una miasma de prevaricación con las debidas excepciones que
confirman la regla, la caída más allá de lo tolerables de las reservas del
Banco Central, las mentiras deslizadas una a una desde el poder, un funcionario
de la jerarquía del vicepresidente de la Nación convertido en un sonriente y
sobrador receptor de denuncias escandalosas, el reclutamiento en las cárceles
de grupos para defender al oficialismo de enemigos desconocidos o para decirlo
más claramente, para atacar a quienes no trepidan en disentir con lo que
ocurre, además de los intentos de politizar a los alumnos de las escuelas y
colegios, llegamos a la conclusión de que la inexistencia de instituciones
válidas exime a las actuales autoridades de proponer reformas constitucionales,
modificar códigos y leyes y hacer designaciones que recaen en personas de
dudosos antecedentes y nulas capacidades para ejercer los cargos para los que
se los llama. Si hasta surgen dudas y certezas con relación a los miembros de
la Suprema Corte, llegamos a la conclusión de que hay que hacer un alto en el
camino, desarrollar un severo acto de introspección e intentar soluciones de
fondo que permitan, nada más y nada menos, que establecer una verdadera
democracia y salvar la unidad territorial de la Argentina. Los vacíos políticos
jamás persisten, son poco duraderos y por insistir en la palabra cuestionante,
vamos a repetirla: son peligrosos.
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