Por
el Dr. Cosme Beccar Varela
Buenos
Aires, 10 de Abril del año 2013 - 1152
Las
decisiones políticas son casi todas materia opinable. Por lo tanto, nadie puede
pretender tener razón más allá de toda duda. Sin embargo, siendo que lo que
está en juego en la política es el bien común y en alguna medida no
despreciable, la salvación de las almas, es necesario considerar muy
atentamente los fundamentos de las diversas opiniones para alcanzar una
razonable certeza que nos permita actuar, especialmente en situaciones graves
como la que estamos viviendo.
Lo
primero a tener en cuenta es que no es lo mismo la opinión de un iletrado
frívolo que la de un señor culto y serio que habitualmente piensa sobre los
asuntos políticos. El hecho de que la opinión del iletrado frívolo sea
compartida por 10.000.000 de otros como él, no le agrega ni un miligramo de
peso a su opinión, porque la cantidad no puede nunca modificar la calidad de
una idea. Así como tampoco el hecho de que la opinión de un señor culto y serio
caiga en el más impenetrable silencio y que nadie la comparta, le quita nada a
su valor.
Luego
del argumento de autoridad -que no es despreciable, como bien lo sabían los
antiguos griegos, vienen los raciocinios y las pruebas de los hechos observados
con ojos desprejuiciados. Si sobre un
mismo asunto hay dos opiniones contradictorias, hay que ver cuál de las dos
tiene a su favor los mejores argumentos y las mejores pruebas. Sólo un fanático
puede descartar este criterio basándose en un puro partidismo: "Lo dijo mi
jefe, luego eso vale más que lo dicho por el otro". Semejante idiotismo
sólo puede aceptarse en tribus de salvajes pero nunca en países civilizados.
Alguien
me preguntará si esta argentina (con minúscula) en que sobrevivimos puede
considerarse un país civilizado o si cae en la sub-categoría de las tribus
aludidas. Es uno de los asuntos discutibles sobre el que no tengo opinión
formada. Me inclino a pensar que hasta hace un tiempo todavía era un país
civilizado pero que se va convirtiendo rápidamente en una toldería. Sin
embargo, como quedan todavía algunos restos dispersos de cultura, tal vez pueda
impedirse la caída final hasta llegar al taparrabos, aunque en las playas
veraniegas el personal femenino ya está más allá del taparrabos y una parte del
masculino no se distingue del no masculino, todos con taparrabos...
Dos
opiniones contradictorias no valen por igual. Es falso dejar esa dicotomía en pie
diciendo: "cada uno tiene su verdad". Esta suele ser la posición que
adoptan los que tienen poder. La opinión de estos prevalece por la fuerza, como
decían los antiguos "quia nominor leo" (¡porque soy el león!). En una
sociedad relativista como es la de hoy, la fuerza es la que vale, no la razón.
Sin
embargo, entre personas decentes ese estilo prepotente no debería aceptarse y
todos los hombres serios deberían tener interés en dialogar y aún polemizar
sobre los asuntos políticos para mejorar sus posibilidades de opinar con
rectitud. Cerrarse en la propia opinión, sin querer oír o sin querer responder
a la opinión contraria es una prueba infalible de mala fe y descalifica al que
lo hace y, por ende, a su opinión.
Es
cierto que la Verdad absoluta sólo existe en asuntos de Fe o filosóficos. En
los juicios sobre los hechos y sobre las cosas por hacer no se puede alcanzar
esa certeza porque como bien dice la definición escolástica "opinión es
una afirmación con temor de que la contraria sea verdadera". El
"temor" aludido, sin embargo, no nos debe arredrar, como ningún otro
temor, de afirmar o hacer con entusiasmo lo que pensamos, excepto que alguien
nos demuestre que estamos equivocados.
El
hombre de buena fe busca ser corregido. Pretendo ser uno de esos y me he pasado
la vida buscando ser corregido. He intentado tender puentes de diálogo o de
polémica con todos los que me son afines y aún con los contrarios. Pero siempre
he obtenido "la callada por respuesta" o el insulto como réplica,
pero el insulto nunca es un argumento. Eso me hace sospechar que mis opiniones
son las correctas, aunque respetando la definición escolástica no descarto que
me equivoque. Sin embargo, tantos años opinando y tantos años viendo que los
hechos confirmar mis previsiones me obligan a seguir opinando como lo hago.
*
* *
Todo
esto viene a cuento porque mis muy queridos amigos los Abogados por la Justicia
y la Concordia, a quienes admiro por su caridad de visitar a los secuestrados
políticos, ignoran sistemáticamente mis objeciones a su propuesta de
"concordia" con esta tiranía y sus sicarios. En sus casi cinco años
de antigüedad no han conseguido ningún gesto de "concordia" por parte
de la tiranía, y entretanto los secuestrados aumentan en número y los que
mueren en las mazmorras son cada vez más (y la argentina marcha inexorablemente
hacia el comunismo).
Ellos
dicen que la "concordia entre los argentinos" es la "premisa
indispensable para alcanzar la plena vigencia del estado de derecho", pero
la verdad es que la cosa es exactamente al revés.
La
discordia que nos separa de los sectarios adueñados del poder tiene profundas
raíces doctrinarias de Fe y de razón. Es imposible la concordia con enemigos
tan radicales. Sólo sería posible una
especie de armisticio si tuviéramos una posición de fuerza política que los
obligara a ello. Sin eso, la bonhomía de la Asociación no sirve sino para
envalentonar a los tiranos.
Por
lo tanto, es necesario que los 500 o más abogados que la forman se decidan a
combatir y a movilizar la opinión pública para que advierta la enormidad del
crimen que se está cometiendo contra los secuestrados. Sin eso, la mejor buena
voluntad se estrellará siempre contra la decisión sectaria de la tiranía.
No
sólo está en juego la libertad de los secuestrados sino también el futuro de
nuestra Patria a la que quieren convertir en un Estado marxista-leninista.
Nuestra
única posibilidad de éxito es alertar a la opinión pública sobre el gravísimo peligro
que implica la política en la que está embarcado el gobierno. Privados del
apoyo de los partidos políticos "opositores", de la fuerza armada, de
la prensa, sólo nos queda la opinión pública a la cual hay que recurrir por
todos los medios a nuestro alcance. Pero eso es imposible sin que empecemos por
tomar una actitud alerta, combativa e intransigente o sea, lo contrario de la
"concordia" unilateral y sin posibilidad alguna de correspondencia de
la otra parte.
¿Existe
alguna manera de mover la opinión pública? Le sugiero que lea el plan de los
homosexuales para conseguir el apoyo de esa opinión para su campaña de
legalización de su vicio contra natura (ver nro. 4290, del 8/4/2013, de la
Sección "Correo del Lector" de este periódico). Mutatis mutandi, eso
es lo que hay que hacer para “deslegitimar” la tiranía.
Todo
empieza con una decisión personal de cada uno de los dirigentes de la
Asociación para lo cual no se necesita ni financiación, ni apoyo político, ni
votos: sólo tener la inteligencia y el coraje de cambiar de opinión y decidirse
a hacer otra cosa.
Cosme
Beccar Varela
e-mail:
correo@labotellaalmar.com
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